- Francisco lanza su primer documento oficial en el que marca la posición de su pontificado, con un claro rechazo a los que pretenden desregular el mercado o el crecimiento a costa de los trabajadores
Francisco no deja de sorprender. En su primera exhortación apostólica, esto es, el primer documento oficial escrito que fija la posición de su pontificado, Francisco ha pedido revisar casi de arriba a abajo los cimientos ideológicos y sobre todo, organizativos de la Iglesia. Francisco ha dicho que revisará el Papado, las Conferencias Episcopales, el papel de los Obispos, que reforzará el papel de las parroquias, de las comunidades de base y que ordernará algunos principios ideológicos de la Iglesia para ver cuales ya no tienen sentido dentro de la doctorina moral oficial.
El documento, titulado Evangelii Gaudium, es una puerta abierta a la revolución, pero con muchos aspectos pendientes de desarrollar. Llama la atención en este giro, que el propio Pontífice califica de “programático”, que uno de los pocos aspectos en los que ya se posiciona sin lugar a dudas sea en política económica y en su oposición al “libre mercado”.
A lo largo de media docena de páginas, Francisco dice que hay un modelo de “economía de la exclusión y de la inequidad” que “mata”. Por si hay dudas de a qué sistema económico se refiere, Francisco aclara en un párrafo que deja pocas dudas. “Algunos todavía defienden las teorías del 'derrame', que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”. Y aclara: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico”.
Ante las suspicacias que pueda despertar, explica que lo que plantea está “lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”.
En una palabra, el Papa está contra el liberalismo económico y contra la desregulación. Estas reflexiones se unen a su polémica entrevista en la que dijo “no ser de derechas”. Una calificación muy contestada desde sectores conservadores, que intentaron explicar las palabras del Papa desde el prisma del autoritarismo argentino de la época de la dictadura, con una suerte de contraposición. Ahora, pocas dudas quedan de que el Papa no es “de derechas”, desde el punto de vista que se puede considerar en España, donde los conservadores del Partido Popular también se consideran liberales.
La relación con el dinero
El Papa entiende que la causa de esta economía “del descarte” se basa en la relación que se ha establecido con el dinero, y que la crisis financiera ha hecho olvidar la “antropológica” en la que debe primar el ser humano. “La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo”. Y continúa el argentino: “Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.
Francisco tiene una palabra también sobre la presión que la deuda soberana ha ejercido sobre los países, hasta el punto de condicionar sus políticas económicas. “La deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales”. Hasta el medioambiente es una de las víctimas de este sistema, según el porteño.
En este sentido, el Papa pide “una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico”. Y se autoimpone: “El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos”.
En cualquier caso, el repaso que hace el Pontífice al aspecto económico y a la crisis actual, es gráfico y muy claro y lo eleva casi a categoría sacramental. “Así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y la inequidad'”. Y pone ejemplos plásticos. “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión”.
Francisco echa contra la ley “de la competitividad y de la ley del más fuerte” que hará que “grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas”. En este sentido, el Papa teme que se considere al ser humano “como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar”. El pontífice advierte de que para poder sostener el ideal del liberalismo económico, se ha desarrollado una “globalización de la indiferencia”. “La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado”.