Tras años de desánimo y frecuentes discriminaciones por su aspecto físico, los hijos perdidos de los soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam utilizan las pruebas de ADN para encontrar a sus progenitores.
“En los últimos años han surgido varias empresas que ofrecen estos servicios y permiten rastrear los orígenes de las familias”, explica a Efe Brian Hjort, fundador de la organización Fatherfounded, que ha ayudado a reunir a una treintena de vietnamitas con sus familiares perdidos en Estados Unidos.
“Es un gran avance, se pueden hacer test por 100 dólares”, anota.
Las pruebas de ADN han permitido a Hjort confirmar varios casos que ya estaban encauzados y han hecho recobrar la esperanza a vietnamitas de progenitor norteamericano que daban su búsqueda por imposible.
Vo Than Hien, nacido en 1969, solo sabe que su padre se llama Al, o quizá Earl, que era un hombre alto, bromista, que conducía un camión y que conoció a su madre en la base militar de Quy Nhon, en la costa del centro de Vietnam.
Su madre, Vo Thi Vinh, de 73 años, conservó durante un tiempo una foto de ella junto a su novio norteamericano, pero la destruyó al terminar la guerra por miedo a represalias del régimen comunista.
“Él viajó a EEUU, habló a sus padres de mí y volvió con dos anillos, uno para cada uno. Yo estaba embarazada e íbamos a irnos juntos a EEUU, pero él se tuvo que ir primero y no pudo volver, no pudimos comunicarnos. No sé su apellido y perdí su dirección”, recuerda Vinh en su casa de Ho Chi Minh (antigua Saigón).
Unos 50.000 niños de parejas mixtas se quedaron en Vietnam al finalizar la guerra en 1975, de los cuales casi 30.000 pudieron emigrar a EEUU gracias a un programa de acogida impulsado por Washington y la ONU en los años 80.
Hien rellenó su solicitud en 1995, pero para entonces las condiciones se habían endurecido, y los casos de fraude empujaron a las autoridades estadounidenses a pedir pruebas que Hien no podía conseguir.
Durante dos décadas fue perdiendo la ilusión, se casó, formó su propia familia, y ya no esperaba demasiado cuando Hjort viajó a Vietnam en 2013 con un kit de prueba de ADN para él.
Con la ayuda de las bases de datos digitales de varias empresas especializadas, Hjort fue afinando la búsqueda, confirmó el origen hispano que sospechaba, encontró un primo lejano en EEUU llamado Randolph Maestas y un antepasado común: Juan Maestas, un hombre que nació en Asturias en 1635 y emigró a América años después.
“Ahora conocemos su relación con un apellido, su origen hispano, un familiar lejano y que su padre probablemente viva en Nuevo México, si es que sigue vivo. Sabemos que Hien tiene un antepasado español”, explica Hjort.
El tiempo apremia para estos niños olvidados de la guerra: los veteranos estadounidenses más jóvenes ya han cumplido los 60 años y mueren una media de 400 al día.
Aunque tiene la piel algo más pálida y los ojos menos rasgados que la mayor parte de sus compatriotas, Hien apenas se distingue del resto de vietnamitas, quizá por su probable origen latinoamericano.
Al contrario que otros amerasiáticos de rasgos europeos o afroamericanos, él no sufrió demasiadas vejaciones y logró escapar de la miseria que acecha a cientos de amerasiáticos que no pudieron viajar a EEUU.
“De pequeño muchos niños se reían de mí, me insultaban, me llamaban hijo del enemigo y peleábamos mucho. En mi barrio todo el mundo sabía que mi padre era (norte)americano y yo lo supe a los 9 años. Siempre he estado orgulloso de ello. Desde los 15 años no he tenido problemas por mi origen y he podido estudiar y ganarme la vida”, relata.
Con un negocio de venta de madera que le permite alimentar a su familia y sin saber palabra de inglés, Hien ya no piensa en 'el sueño americano', pero quiere llenar un vacío y hallar respuesta a una pregunta que le persigue desde la infancia.
“No quiero irme de Vietnam, no quiero dinero, solo quiero saber quién es mi padre, permitir que mis hijos conozcan a su abuelo, ocuparme de él si me necesita”, afirma.
Por Eric San Juan