El silencio sobre el suicidio perpetúa la primera causa de muerte no natural en España
Cuando la hija de Olga Ramos y Carlos Soto acabó con su vida, cuando tenía 18 años, ellos no sabían nada de suicidios. Tampoco de las señales que manifiestan las personas con ideaciones suicidas. “Ahora sabemos muchas más cosas y somos capaces de ver signos, señales… pero a toro pasado. En aquel momento no sabíamos lo que teníamos que ver. El tabú funciona hasta tal punto que no te hace informarte hasta que no le ha pasado a alguien muy cercano”, explican. Por eso están seguros de que “hablar de suicidios salva vidas”.
“La gente siempre emite señales, que no solo se manifiestan con la palabra, sino también con la actitud, la pérdida de costumbres, el cambio de gusto por las cosas, una actitud depresiva, etc. Pero para detectarlas hay que estar preparados y hablar con naturalidad”, explica el presidente de la Confederación Salud Mental España, Nel González. Olga, que es coordinadora de la asociación de Familiares y Allegados en Duelo por Suicidio (FAeDS), afirma que ahora se da cuenta de algunas cosas que entonces no supo identificar y enumera pistas para que otras personas puedan detectar e intervenir antes de que sea tarde. En su caso, recuerda que su hija, que siempre había sacado muy buenas notas, comenzó a tener problemas para estudiar. A vestirse con colores claros, cuando siempre había preferido los oscuros. A tener problemas para dormir o a comer cosas que le levantaran el ánimo, como chocolate. Nunca verbalizó frases del estilo “me quiero morir” o “esto no merece la pena”, que los expertos recomiendan no pasar por alto.
En España, el suicidio lleva siendo la primera causa de muerte no natural durante 12 años. Y no remite: en 2017 –últimos datos disponibles–, la tasa aumentó un 3,1% respecto al año anterior. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, 3.679 personas vieron como única solución al gran sufrimiento que estaban atravesando quitarse la vida, y se la quitaron. Una cifra que, según los expertos se queda corta y que podría alcanzar las 6.000 muertes al año, porque la forma en la que se recogen estos fallecimientos en los partes de defunción falsean los datos. “Nuestra hija no consta como suicidio, porque en el parte aparece como causa de la muerte una parada cardiorespiratoria. Evidentemente, esa no es la causa de la muerte”, denuncia Olga.
Recortes sobre todo en salud mental
“No se sabe a qué se debe el aumento de la tasa de suicidios, aunque existen algunas hipótesis”, explica el presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (Aipis) y psicólogo especialista en psicología clínica, Javier Jiménez. En primer lugar, este experto apunta a los recortes en sanidad, “que afectan sobre todo a salud mental”, pero también a que “no existe ningún programa de prevención a nivel estatal” y “los de las comunidades autónomas que los tienen no están dotados de medios económicos ni de personal adecuado”.
En la Estrategia Nacional de Salud Mental en la que trabaja el ministerio de Sanidad se incluía la prevención de suicidios, una apuesta de la exministra Carmen Montón, que ya había puesto en marcha un plan en la Comunidad Valenciana, cuando era consejera. De hecho, la exministra reunió el pasado 7 de septiembre a distintos representantes de asociaciones que trabajan este asunto para abordar el problema. “Estaba muy implicada y salimos muy contentos”, indica Antonia Jiménez, coordinadora del grupo de estudio e investigación de la conducta suicida del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
Montón dimitió el día 11 de septiembre tras detectarse las irregularidades con las que obtuvo un título de máster universitario entre las que estaba la copia del trabajo final. “La siguiente ministra, María Luisa Carcedo, dijo que retomaría el tema, pero no estaba tan implicada”, prosigue Antonia Jiménez. Con la convocatoria de elecciones, los trabajos al respecto se han detenido aunque lo cierto es que unos días antes del anuncio electoral del presidente Pedro Sánchez, desde el ministerio reconocían que aún no había un borrador elaborado. Esta redacción ha vuelto a ponerse en contacto con el ministerio para conocer algunas de las medidas que contempla el plan, pero no ha obtenido respuesta.
González señala otros factores a tener en cuenta. Entre ellos, el aumento de las adicciones sin sustancia, “con las nuevas tecnologías, internet, el juego o la compra online, la pornografía…”. Nuevas patologías que “son, en realidad, dependencias que generan frustración, ansiedad y que, a veces, cortan la vida de la gente”, explica. El pasado año, el ministerio de Sanidad ya incluyó en su Plan Nacional de Adicciones a las nuevas tecnologías, mientras reconocía que un 18% de los jóvenes de entre 14 y 18 años las utiliza de forma inadecuada. Otro dato: el auge de las apuestas por internet aumentó un 36% las inscripciones en el Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego. En 2017, 41.117 personas habían pedido que se les prohibiese jugar. Era un 9% más que el año anterior y, del total, más de la mitad tenían entre 18 y 35 años.
Intervenir en las escuelas
González apunta también que “la sociedad en la que vivimos genera patología ambiental por muchas razones: expectativas en la gente que luego no se cumplen, lo que provoca frustración, depresión, estrés, ansiedad…”. Por eso, aboga por intervenir de forma preventiva en las escuelas, “hablando con los jóvenes de las adicciones con sustancia y sin sustancia, de los problemas de salud mental, del bienestar, de un consumo responsable, con una dimensión más humana de la vida, reorientándoles a un proceso de maduración hacia una vida más vivible y no hacia una competición”.
“En muchas direcciones se centran más en el tabú y en que es mejor no tocar el tema, pero es al revés: lo mejor es intentar solucionarlo”, defiende Carlos, que tras la muerte de su hija promueve charlas en centros escolares. “Después de la primera charla, nos enteramos de que el de mi hija era el sexto caso en seis años en su instituto”, explica. “A las pocas horas, sus compañeros ya lo sabían, pero nadie les cuenta qué es. Al final, lo ven como una salida, porque se queda ahí como una forma de solucionar sus problemas”, indica.
“Igual que hablamos de sexo o de drogas, ¿por qué no hablar de todos los aspectos de la vida que son importantes? Esto no es algo que les pase a otros, es algo que sucede. No tiene nada que ver con un determinado estrato social o económico”, recalca Olga. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes de 15 y 29 años en España, por detrás de los accidentes y los tumores. En 2017, según el INE, se suicidaron 273 jóvenes.
José Luis Herrera explica que ha tenido varios intentos de suicidio. El último, el 16 de abril de 2018. “Desde entonces, no he visto más a mi psiquiatra. El día que me tocaba la fecha no pude ir, pero a mi nadie me ha llamado”, explica. Él ha optado por acudir a una psicóloga privada. “Porque puedo permitírmelo”, dice. Vive en las Islas Canarias, pero la falta de seguimiento a los pacientes con tentativas o ideaciones suicidas es habitual en otras comunidades. Ello, pese a que “el principal predictor de que una persona se suicide es que lo haya intentado antes”, señala Javier Jiménez. “En Madrid, cuando alguien se intenta suicidar le tienen que dar una cita preferente, entre tres y siete días, pero se han dado cuenta de que cerca del 80% no va” por lo que “quedan en manos de su familia”, indica.
Sensación de sentirse incomprendido
“Depende de cada sitio, pero las listas de espera son muy largas y, en ese transcurso, la persona pierde la confianza” y “multiplica su sensación de sentirse incomprendido”, explica Aminta Pedrosa, que ha vivido muy de cerca experiencias relativas al suicidio. Es psicóloga sanitaria y reconoce que ni ella ni sus colegas reciben formación necesaria para abordar esta problemática. “En las universidades se ven datos, estadísticas y dos o tres ideas básicas”, pero nada más.
Por eso, hace un año comenzó a ponerse en contacto con todas las facultades de psicología para que incluyeran en sus planes de estudios formación en conductas suicidas y autolesivas, en forma de materia o asignatura de grado. Después, amplió esta petición a las facultades en las que se imparte medicina, enfermería, trabajo social y terapia ocupacional. Para ello, elaboró un modelo de guía docente en la que indica cómo impartir la asignatura, cuántos créditos tendrá, el temario, su ubicación y justificación dentro de la estrategia del plan de estudios de grado, etc. “La mayoría de respuestas han sido: nos parece oportuno, aunque una tarea compleja. Lo tendremos en cuenta cuando modifiquemos el plan actual”, señala. Pero lo cierto es que los procedimientos administrativos “están haciendo que se dificulte” la adaptación curricular. De momento, la Universidad Complutense de Madrid ha sugerido la posibilidad de impartir un taller formativo para alumnos y profesores como solución a corto plazo.
Los expertos consultados señalan la importancia de incluir la figura del psicólogo especializado en atención primaria. “Se sabe que muchas personas que se suicidan, en el mes anterior, habían ido al médico con quejas inespecíficas o sin una razón precisa”, explica Antonia Jiménez. “Podría haber un psicólogo de atención primaria que detectara y derivara. Un médico no puede detectarlo todo en cinco minutos”, continúa. “Estos problemas de gestión de emociones”, apunta José Luis, “se pueden trabajar desde la psicoterapia y no desde el abordaje solamente con pastillas”. Lo explica Pedrosa: “El psiquiatra no está formado en la intervención a nivel cognitivo, es decir, de pensamientos, que es la que facilita unas emociones, sensaciones físicas y actitudes u otras. Si ante cada situación pienso que nadie me entiende, eso puede facilitar un cambio químico en el cerebro. Si me das una medicación para equilibrar eso, me estás dando un parche, porque no me estás ayudando a un cambio real a nivel de pensamientos”.
Aunque suene contradictorio, uno de los posibles efectos adversos de los antidepresivos es el riesgo de autolesiones. Cuando Olga y Carlos llevaron a su hija a su médica de cabecera porque tenía problemas para dormir y esta le recetó medicación, nadie les advirtió. Tampoco se lo dijo el psicólogo al que acudía la chica. “Mi hija se suicidó a la semana y media de tomar la medicación”, indica la madre.
Un teléfono de tres dígitos
Además de un plan contra el suicidio que englobe reformas sanitarias, educativas, y a los cuerpos policiales y que esté dotado de un presupuesto suficiente, todas las personas consultadas recalcan la necesidad de un teléfono de atención rápido, gratuito y de tres dígitos, tanto para personas que estén pensando en suicidarse como para aquellos que detecten ideaciones suicidas en alguien cercano. Actualmente, esta función la cumplen asociaciones como el Teléfono de la Esperanza -717003717-, que recurre a voluntarios. “Lo que ocurre muchas veces es que lo que debería ser público, lo hacen asociaciones, como la mía, con voluntariado, pero no debería ser así, porque nos sobrepasa”, reconoce Jiménez.
La Organización Mundial de la Salud reconoce que “el estigma, particularmente en torno a los trastornos mentales y el suicidio, disuade de buscar ayuda a muchas personas que piensan en quitarse la vida o han tratado de hacerlo y, por lo tanto, no reciben la ayuda que necesitan”. En el Plan de acción sobre salud mental 2013-2020, los estados miembros se comprometieron a reducir su tasa de suicidios en un 10%. Un objetivo que no parece que España vaya a ser capaz de cumplir en un año. Ello, pese a que como indica González: “El suicidio es el problema más grave de salud pública en España y es prevenible”.