Los miércoles por la tarde, la unidad de cuidados intensivos pediátrica del hospital 12 de Octubre sale por una hora de su rutina. Los pequeños ingresados esperan ese momento con ilusión y enfermeras y doctoras salen al pasillo a saludar a Ceo y Alma: “¡Ya están por aquí los perros!”. El centro madrileño implementó en 2019 un programa con estos animales, cuyos resultados acaban de publicarse en la revista European Journal of Pediatrics: la terapia asistida con canes reduce el dolor, el miedo y la ansiedad de los pacientes.
A Alba Palacios, intensivista y una de las autoras del trabajo, esos datos no le sorprendieron. Un año antes de que se pusiera en marcha el proyecto, había realizado una estancia en el UCSF Benioff Children's Hospital de San Francisco, donde tenían a dos perros en plantilla. “Tenían un programa de intervención establecido y entraban en la UCI”, recuerda. Así que, a su vuelta, se planteó hacer algo similar en su hospital.
En su camino se cruzó la coordinadora de la Cátedra de Investigación en Animales y Sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos. Nuria Máximo llevaba desde 2012 empeñada en demostrar cómo los animales podían ayudar en el entorno hospitalario. “Antes de que existiera la cátedra ya intenté hacer un proyecto así, pero me miraban como si se me hubiera ido la cabeza”, recuerda ahora sobre su periplo por diferentes centros con una carpeta debajo del brazo, en la que atesoraba bibliografía sobre casos de éxito, sobre todo en Italia.
En ese portafolio, esta terapeuta ocupacional incluía un proyecto que llevaba dos años en marcha y que demostraba que era posible incluir animales, previamente adiestrados, en hospitales. En 2010, el centro maternoinfantil Sant Joan de Déu se convirtió en el primero en crear una Unidad Funcional de Intervenciones Asistidas con Perros. “Fue una prueba piloto, en un servicio de salud mental. Cuando vimos que funcionaba y nos dimos cuenta de que podríamos trabajar con objetivos terapéuticos concretos, se fue extendiendo a otros servicios”, explica Montserrat Codina, que es enfermera especialista del programa Child Life, para mejorar la atención emocional a niños y niñas.
20 perros en plantilla y 11.600 intervenciones al año
Más de una década después, es habitual cruzarse con Pimba, Sopa, Nina o Sugus en el recibidor del hospital, por los pasillos o en salas de espera o de extracciones, para hacer más amable la estancia de los pequeños y distraerles ante procesos que también ponen nerviosos a los adultos. El Sant Joan de Déu cuenta a día de hoy con una veintena de perros, cada uno con su cuidador, un tándem inseparable. “Nosotros tenemos nuestra tarjeta identificativa y ellos tienen la suya, los consideramos unos trabajadores más”, cuenta Codina. Todas sus intervenciones, unas 11.600 al año, están enfocadas a la consecución de un fin terapéutico: “Por ejemplo, si tenemos un niño que está operado de la espalda, al que le da mucho miedo levantarse por primera vez después de la cirugía, el perro nos ayuda a que ponga más el foco en él que en el dolor y nos sirve de excusa para que se atreva a pasear”.
“Se empezó con un servicio y se fue expandiendo. Hay algunos que tienen más restricciones por temas de seguridad, pero cada vez son menos. Se toman las medidas necesarias y cada vez podemos llegar a más niños”, se alegra esta enfermera, que recuerda cómo al principio “casi todo el mundo puso el grito en el cielo”.
Pese a que la experiencia ha sido más breve, en el 12 de Octubre también han ido extendiendo la presencia de los animales. “Al principio íbamos a llevar a cabo el programa en la unidad de radiología, pero finalmente nos decantamos por la UCI. Inicialmente pusimos el límite en tres años, porque nos parecía que hasta esa edad no podían interactuar con el animal, pero hemos empezado a incluir también a los bebés, porque es una experiencia muy bonita para sus padres, que pasan situaciones muy complicadas”, explica Palacios. De la unidad de cuidados intensivos, que atiende a unos 500 pequeños en situación crítica al año, se escapan alguna vez a planta.
De nuevo, el objetivo de este programa tiene un fin terapéutico. “Normalmente, por la mañana contactamos con las profesionales de la asociación Bitácora, una psicóloga y una terapeuta ocupacionales, y les contamos cuáles de nuestros pacientes creemos que se pueden beneficiar más, qué les pasa, si tienen mucho miedo o están tristes y qué podrían trabajar con el perro, por ejemplo, si les cuesta hacer ejercicio o salir de la cama”, desarrolla la doctora.
Leo tiene ahora cinco años y se encuentra mucho mejor. “Ahora está genial”, explica su madre, “y a día de hoy todavía mira las fotos de los 'perritos', como dice él”. El pequeño estuvo ingresado hace unos meses en el 12 de Octubre, donde recibió las visitas de Alma y Ceo. “Le hacíamos un montón de fotos y, cuando sabía que iban a venir, se pasaba todo el rato preguntando, nombrándolos y pidiendo que se las enseñáramos. Les cepillaba el pelo, les daba de comer... estaba encantado. Cuando se iban, te preguntaba cuándo iban a volver”, recuerda Yuleima, que de aquellas semanas se queda “con la cara de ilusión que se le ponía cada vez que aparecía el perro”: “Nos olvidábamos de todo”.
"El hospital es un espacio hostil para los niños. El perro rompe la rutina y les produce una emoción positiva, desde la que se afronta mejor la situación, que puede ser un trasplante cardíaco, un cáncer o un intento de suicidio"
“El hospital es un espacio hostil para los niños. Que entre el perro rompe la rutina y les produce una emoción positiva, pueden jugar con ellos y explotar los orígenes de la infancia. Desde esa emoción positiva, se afronta mejor la situación, que puede ser un trasplante cardíaco, un cáncer o un intento de suicidio”, explica Máximo. El trabajo, del que también es autora, va más allá de lo subjetivo y cuantifica la reducción del dolor, el miedo y la ansiedad con escalas validadas.
Durante todo el año 2019, el grupo de trabajo realizó 74 intervenciones con 61 pacientes, con una media de edad de 8,6 años. Tras la visita de los perros, la mediana de la puntuación del dolor “evidenció una disminución estadísticamente significativa” en las dos escalas de referencia. “También fue evidente una reducción estadísticamente significativa en términos de la disminución de miedo” y de la ansiedad.
El estudio concluye que “la implementación de un proyecto de terapia asistida con animales en una unidad de cuidados intensivos pediátricos es factible y segura” y tiene “un alto grado de aceptación” entre pacientes, cuidadores y profesionales. Por ello, las autoras recomiendan extenderla como “parte del enfoque de humanización y terapia no farmacológica”.
Aunque este es el primer trabajo que evalúa las escalas de dolor, ansiedad y miedo, Máximo señala que la presencia de perros en hospitales está aumentando de forma “exponencial” desde sus primeras visitas con la carpeta, así como la evidencia de sus beneficios. Investigadores del Clínic de Barcelona, en colaboración con Purina y la Fundación la Caixa demostraron hace unos meses que la terapia con perros era beneficiosa para los menores de 13 tratados en el Hospital de Día de salud mental. “Vemos cómo los niños están más tranquilos y es más fácil trabajar los objetivos que nos planteamos”, señalaba el autor principal, el enfermero Elías Guillén, que apuntaba que la presencia de los animales “facilita el autocontrol y el funcionamiento social” de los pacientes.
"La única limitación es que no tenemos financiación para hacerlo con más frecuencia"
Aunque no hay un registro oficial de centros con unidades de terapia con perros, el mapa se va dibujando de puntos en positivo. En el Hospital Niño Jesús, en Madrid, trabajan con adolescentes con trastornos de la conducta alimenticia; en el de la Axarquía, en Málaga, han puesto en marcha su quinto programa con estos animales, del que se beneficiarán, hasta junio, niños con diabetes; y en Galicia, el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña ha puesto en marcha un programa con la Fundación María José Jove.
Uno de los problemas de fondo en los hospitales públicos radica en cómo costear estos proyectos. “La única limitación es que no tenemos financiación para hacerlo con más frecuencia”, lamenta Palacios. “Hay muchos campos donde está demostrado que el equipo humano-animal es muy positivo. Hace falta regularlo y financiarlo”, coincide Máximo. Pese a todo, ellas se quedan con los logros terapéuticos. “Hemos conseguido darles a niños para los que era importante hacer fisioterapia una motivación más grande que cualquier otra”. Pero también con esa parte subjetiva, que la medicina no puede medir, ni recetar: “Su emoción cuando ven al perro y el esfuerzo que hacen por sonreír, cuando están tan malitos, es fundamental”.