Análisis

El poder machista de los medios

Beyonce se reivindica feminista y negra, Pavofrío se moja con otro modelo de mujer, H&M lanza su campaña de otoño ridiculizando la canción de Tom Jones ‘She is a lady’, El País dedica una noticia a Oysho que apuesta por las curvas en su última campaña, tuiteras convertidas en analistas feministas de medios digitales, periódicos catalanes que llevan a sus portadas la copa menstrual, Jordi Évole pone en la agenda la violencia machista.

El feminismo ha llegado a los medios. Pero no sabemos si para quedarse. ¿Tendencia, nicho de mercado o cambio social? En un contexto de fuerte competencia, donde se priman la presencia en redes sociales y el click rápido, la respuesta no es fácil, sobre todo si hablamos de feminismo, de una mirada transversal de género y de sacar las violencias machistas de la sección de sucesos.

Las estadísticas apuntan a que cada vez hay más mujeres en la prensa. Según Global Media Monitoring Project (GMMP) 2015 una de las investigaciones más grande del mundo en materia de igualdad de género y comunicación, en España en tan solo 5 años, entre 2010 y 2015, el número de mujeres periodistas se incrementó en diez puntos porcentuales, pasando del 34 al 44%.

Además, en las universidades más de la mitad de los estudiantes, el 60%, son mujeres. Sin embargo, estas cifras no tienen una correlación en las estructuras de poder de los medios. Según el Informe Anual de la Profesión Periodística del año 2015, que edita la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), a pesar de que más de la mitad de los y las periodistas con contrato son mujeres, solo un 10,9 % del total ocupan puestos de dirección en los medios impresos, una cifra que desciende hasta el 3,9% si hablamos de responsables de contenidos en los medios digitales.

Quizá por eso Juana Gallego, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y experta en género y comunicación, no se muestra tan optimista con la presencia de mujeres en los medios para cambiar el discurso: “No basta con ser mujer, se trata de que esas mujeres tengan conciencia sobre la desigualdad”. En este caso la teoría de la masa crítica —según la cual cuantas más mujeres más posibilidades de romper el discurso dominante— no funciona. “Hay que romper con las lógicas que existen en los medios porque arrastran rutinas periodísticas tan potentes que hacen difícil que se pueda cambiar este discurso por el hecho de ser mujer”, explica Gallego.

Para la periodista Elisa McCausland los temas feministas tienen más presencia porque hay un clima de lo políticamente correcto que es interesante, “está bien pedir parches o correcciones en la representación pero no nos podemos quedar ahí. Existe una estructura y va a tener una expresión siempre”. Una estructura donde el sujeto de privilegio, que María José Capellín nombra como el Burgués Blanco, Varón y Adulto (BBVA), es el objeto y sujeto de la mayoría de las informaciones, sobre todo si hablamos de lo que se conoce como temas duros: política estatal, relaciones internacionales o economía.

Medios machistas

Las cifras no mienten. Según el estudio del Global Media Monitoring Project, las mujeres representan solo el 28% del total de sujetos y fuentes en las noticias. Solo son 9% del total de las fuentes expertas y tienen más presencia en cuestiones de opinión popular (43%), y como fuentes de experiencia personal (37%). Las mujeres solo aparecen como protagonistas en el 35% de las noticias, una cifra que se eleva hasta el 51% en casos de crímenes y violencia.

Si hablamos de violencia más allá de la cuestión numérica el problema está, como denuncia Juana Gallego, en el enfoque y la gran asimetría en el trato a mujeres y hombres. “Los medios siguen abordando la violencia machista como algo fáctico, inexplicable e impredecible, como hechos aislados. Solo se dan cifras, no se contextualiza”. Una mirada a los titulares resulta muy ilustrativa: mujeres que mueren o “aparecen apuñaladas en su domicilio” en vez de ser asesinadas. Mujeres culpables de su muerte por no haber denunciado o haber provocado al hombre. Titulares de agencia que se replican de manera casi viral en los grandes medios como el del doble crimen de Cuenca, en agosto de 2015 “Las fotos de la boda de Marina Okarynska pudieron desatar los celos de Sergio Morate” o entradillas que justifican a asesinos como Ramón Laso, que “mataba por amor”. Titulares que se enconan mucho más cuando se cruzan con la clase social, el origen o la opción religiosa de las mujeres.

“No se construye un relato histórico sobre la violencia contra las mujeres. El debate del porqué se origina se ha abandonado y a los medios les falta una mirada global”, aclara Juana Gallego.  Una idea que se confirma al repasar el tratamiento de las agresiones sexuales en distintas fiestas populares este verano donde se habla de la vestimenta de las chavalas, de las horas de vuelta a casa o de si iban solas o acompañadas.

Rara vez se cuestiona a los agresores. La punta del iceberg ha sido el tratamiento de la violación múltiple en Pamplona con titulares como “Se animaban entre sí y pedían turno: así fue la violación de una joven en Sanfermines”, que han inundado las redes frente a la poca información centrada en buscar las causas por las que cinco chavales ven como algo normal agredir sexualmente a una mujer.

El caso de Ana Orantes: un punto de inflexión

Una mirada a la historia del periodismo en España demuestra que los medios de comunicación han acompañado y pueden acompañar el cambio cuando se hacen eco de las demandas sociales, cuando salen del suceso para poner en relación la noticia con el contexto y hacer un seguimiento en el tiempo. Así fue con el caso de Ana Orantes.

El 4 de diciembre de 1997 Canal Sur emite el programa ‘De tarde en tarde’ presentado por Irma Soriano. Ana Orantes con 60 años explica con pelos y señales los maltratos físicos y psicológicos a los que le ha sometido su exmarido, José Parejo, durante 40 años. Apenas trece días después, el 17 de diciembre, José Parejo asesinaba a su exmujer quemándola viva en el patio de su casa en Cúllar Vega, Granada, delante del hijo de 14 años.

Orantes había denunciado a su exmarido varias veces por malos tratos y el juez había dividido en dos la casa que compartían. Ella vivía encima y él debajo. Por aquel entonces Álvarez Cascos, vicepresidente con el gobierno del PP, calificó el asesinato como “un caso aislado obra de un excéntrico”. Sin embargo, la contestación social no tuvo precedentes. “Fue un punto de inflexión en el tratamiento de la violencia de género. hasta entonces había noticias esporádicas, no había regularidad. Fue muy impactante ver en televisión a una mujer hablando de algo que hasta entonces no tenía nombre”, recuerda Gallego.

El asesinato de Ana Orantes y la fuerte presión social puso en la picota mediática un grave problema hasta entonces ninguneado, la violencia machista. El otro pico de presencia mediática de las violencias machistas fue la aprobación de la Ley integral contra la violencia de género en 2004, una ley criticada por organizaciones feministas por no contemplar como violencia de género la que se da fuera de la pareja.

La violencia de las plumas

20 años después del asesinato de Ana Orantes las violencias machistas siguen en la sección de sucesos. Se ha dejado de lado el debate de fondo sobre las causas de la violencia, que diferentes teóricas y feministas, como Gallego, atribuyen a una respuesta al cambio experimentado por las mujeres que desafían la hegemonía masculina. “Un fenómeno que los medios no tienen o no quieren tener claro”.

Desde las grandes cabeceras y televisiones, sin embargo, también se ejerce otro tipo de violencia machista en forma de artículos, reportajes o tertulias que penalizan a las mujeres que saltan a la esfera pública y no cumplen los mandatos de género tradicionales en torno a la vestimenta, el físico o la maternidad.

“Es habitual hacer circular ideas respecto a la reputación de las mujeres, que si bebe, que si llevaba escote, que si ha tenido varios novios o si es una política ambiciosa: algo que por supuesto no se hace nunca con los hombres. A las mujeres las sancionamos continuamente”, explica Gallego. La política institucional está llena de ejemplos. Se cuestiona la buena o mala maternidad y la “conciliación de despacho” de políticas como Carme Chacón cuando era ministra de Defensa, de Susana Díaz o Soraya Saenz de Santamaría. Se pone en entredicho su decisión de seguir trabajando. No parece, sin embargo, que los medios muestren tanta preocupación por la paternidad de los políticos, cuando poco o nada se sabe de la misma.

El físico y la vestimenta es otra patente de corso coto de la pluma de grandes periodistas de renombre o políticos que encuentran su altavoz en tertulias televisivas y columnas. Ya en 2008 Angela Merkel desató ríos de tinta con su escote y más recientemente políticas como Ada Colau, Begoña Villacís o Anna Gabriel, entre otros muchos apelativos han sido calificadas en un alarde de intelectualidad como gorditas, fondonas. Una línea más sutil la encontramos en suplementos y blogs especializados de medios generalistas que hacen listas con las políticas más guapas o mejor vestidas o que hablan de las candidatas más seductoras para el 26J.

La otra cara de la moneda es que en el mismo medio plagado de titulares y noticias machistas se abordan temas y debates de la agenda feminista sobre los cuerpos, las identidades o los modelos de crianza y se aplaude el nuevo anuncio de Kenzo por visibilizar otra feminidad.

Juana Gallego se muestra muy crítica con este doble rasero de medios que hablan de empoderamiento y que luego no son capaces de trascender la noticia-suceso: “Me parece que la entrada de temas feministas no se toma en serio en cuestiones como la sexualidad o la familia, se ve como algo fuera del mundo y no se informa con la seriedad que se abordan otros asuntos”. El tratamiento en muchos casos se aproxima más a la tendencia, la exotización o la banalización.

En este sentido McCausland recuerda que si bien el periodismo es una profesión íntimamente vinculada a un compromiso con la realidad, no se puede olvidar que los medios son empresas. De hecho, según la APM, desde 2008 hasta 2015 se han perdido 12.200 puestos de trabajo y se han cerrado 375 medios entre diarios, revistas, televisiones, digitales y agencias. “Hay una búsqueda continua de nicho de mercado, gente que en su vida había abordado cuestiones de género de pronto ha encontrado una oportunidad”, explica McCausland. Es la misma estrategia de Pavofrío, H&M o Dove, lo que la periodista y experta Martha Burk denomina en un artículo del Huffington Post como “gender washing” (lavado de género), utilizar cuestiones feministas para vender un producto.

¿Dónde queda entonces la responsabilidad social de los medios generalistas con la igualad de género? Para McCausland los ritmos del cambio social muchas veces no son compatibles con los que se imponen desde el propio medio. Sin embargo ahí la figura del periodista también es importante, “el rigor ético y la deontología: hacer una buena información y un buen seguimiento, que no vayas a por el impacto del día, a por los clics de la noticia, sobre todo porque son noticias a las que no se les hace un seguimiento apropiado”.

Salir de las secciones

Las redes sociales han tenido un rol fundamental dando pistas a medios y publicistas sobre dónde están los nichos de mercado, pero también han jugado un papel creativo a través de campañas, han creado agenda y han recogido los debates de la calle y han sido muy contestatarias con las noticias machistas. En algunos casos incluso periodistas y opinadores se han tenido que disculpar públicamente por algún comentario machista. “Tú le puedes provocar una crisis a un medio en un sentido reputacional, ¿pero va a cambiar de verdad lo que hay dentro de esa estructura porque provoques una crisis? Depende del tamaño de la crisis y de cómo esté organizada la contrahegemonía”, explica McCausland. Las redes, sin duda, posibilitan que se pierda el control de la distribución de la información y que circulen y se aireen mejor las quejas.

Uno de los últimos ejemplos a nivel internacional ha sido la cobertura de los Juegos Olímpicos de Río, donde gracias a las redes se ha visibilizado el machismo en el deporte y el trato tan diferenciado que reciben las deportistas cuando continuamente se apela a su físico, su estado civil, su edad o aparecen subordinadas como esposas de, “Buenorras internacionales”, “atletas olímpicamente atractivas”, “la niña que admira a Nadal” o “Rivas, el hombre que convirtió en oro las rabietas de Carolina” (Carolina Marín ganadora de un oro en bádminton) han sido algunas de las lindezas que los medios generalistas han destinado a las atletas y medallistas olímpicas. La respuesta en redes fue tal, que muchos medios, como El Mundo, se vieron obligados a rectificar titulares y, paradojas de la vida, la mayoría publicaron una noticia recogiendo el machismo en los Juegos. En su sección de mujeres, eso sí.

Para McCausland lo que ha ocurrido con los Juegos Olímpicos es un síntoma, una muestra de las posibilidades de cambio. “Pero creo que hay que poner en marcha muchas más herramientas, sobre todo en secciones como deporte”.

Otra potencialidad de las redes es la creación de agenda, “sirve para ir metiendo otros discursos y salirnos de la hegemonía, algo que normalmente está fuera de nuestro alcance pero a veces se pueden hacer cosas muy interesantes”, explica McCausland. Es el caso de campañas como #MiVelloMiDecisión, #NoVotesMachismo, #NiUnaMenos o #MiPrimerAcoso, que nació en México y recogió testimonios de mujeres alrededor de todo el mundo.

Uno de los mayores riesgos es que el feminismo quede recluido a una sección del periódico, a un blog o a noticias que circulan por redes sociales desvinculadas de un contexto más global. Gallego lo tiene claro, “una sociedad que no tiene información no puede funcionar. Es más vulnerable. Y la buena información, por definición, tiene perspectiva de género”. Para McCausland más feminismo significa mejor periodismo. “El feminismo no es un tema, es una filosofía que tiene que cuestionarlo todo”.