Rápidamente ha quedado disipada la duda de cómo hacer un pregón sin que se oyera a los ponentes. En una plaza de Chueca llena aunque no abarrotada, festoneada de banderas arcoiris, como todo el paseo de callejuelas que dirigen al corazón del barrio LGTB de Madrid, unas columnas de sonido anunciaban que no habría pregón silencioso. La invitada, Conchita Wurst, tendría voz. Y ella se encargaría de demostrarlo un poco más adelante. Aunque eso sí, limitada a 55 decibelios, el límite que marca la ordenanza municipal y que el Gobierno de Madrid se encargó de recordar a los organizadores. Orgullo sottovoce.
Así que el acto del manifiesto del Orgullo LGTB 2014 de Madrid se ha lanzado como en todas las ediciones anteriores, con las estrellas por delante. Este año la elegida era ganadora del último festival de canciones televisivas Eurovisión. La austriaca Wurst, con perfecta barba recortada, era precedida por su competidora española Ruth Lorenzo. Sólo un calentamiento para la ovación que recibió la centro-europea.
Lo malo es que Wurst anda escasa de español. Incluso como para hacer las clásicas bromas con las patadas a la gramática hispánica. Se expresó en un inglés académico en el que, visto y no visto, ha dicho que “apoyaba todas las reivindicaciones” con los problemas de organización del Orgullo y que al ganar Eurovisión “no gané yo. Sentí que ganábamos todos”. Tres minutos de discurso interrumpido por vítores y cinco frases de canción a capela –ahí sí que quedó patente qué voz había en Chueca-. Tan limpia le ha quedado la actuación que al pedirle a Lorenzo que la imitara no ha ido más allá de un brevísimo arranque. ¿Miedo a la comparación? Tampoco ha desentonado.
Pero hasta ahí ha llegado la parte glamurosa. Lejos de otros años en los que, por ejemplo, Alaska o Antonio San Juan se gustaban con un largo parlamento y podían aderezarlo con actuaciones musicales. Sin permiso del Ayuntamiento, la fiesta no es tanta fiesta.
Han entrado entonces para dotar al acto de enjundia reivindicativa los activistas del movimiento LGTB. A la cabeza, la incombustible Boti García Rodrigo, que se ha encargado de subrayar el conflicto: “El delito es la discriminación, no los decibelios”. Y la idea de “cada uno viva y forme una familia como le dé la gana”. También ha querido recordar que hay en el mundo 80 países en los que la homosexualidad es considerada un delito. “Pese a Ana Botella esto es una celebración”, ha rematado.
Cierto. El ambiente era de ganas de jarana. Pero sin espectáculos la intensidad baja. Aunque sí ha habido tiempo para que desde el escenario se jaleara: “¿No les molestaba el ruido?” Para dar salida a una gran pitada que, seguro, ha superado los límites sonoros trazados por el Gobierno de Ana Botella. “Botella dimisión”, han gritado. Luego, el dj ha pinchado el himno oficioso del Orgullo madrileño: A quien le importa que ha sido coreado con fuerza. Y con algo de temor por parte de la organización, ya que uno de los encargados agitaba los brazos al técnico de sonido y le espetaba: “Sólo esta, sólo esta”.
Y fin de la fiesta. El disco ha callado y el público, más enardecido que al principio, ha cerrado el pregón al grito de “¡Sí se puede!”