Pensar cómo nos reproduciremos en unas décadas es preguntarnos por los mundos que vamos a habitar, cuáles deseamos vivir y dejar. ¿Qué familias, qué vidas, qué redes de parentesco serán posibles o deseables?, ¿qué identidades, qué crianzas, qué paternidades y maternidades? Siento que proyectar es más fácil para pensar el hoy de la reproducción que conversar sobre el presente: salirnos de la casuística individual, del deseo (o no) propio de crianza. Pensar un futuro justo y factible para la reproducción requiere ampliar los límites de lo imaginable y poner en práctica una valentía política y social que haga, de futuros deseados, futuros posibles.
Tenemos una responsabilidad histórica en relación a lo reproductivo, tanto por las prácticas asociadas a las técnicas de reproducción asistida, como por el contexto de globalización, deslocalización y crisis ecosistémica. Aquí me centraré en las primeras, pero es fundamental no perder de vista su contexto.
Las técnicas de reproducción asistida que se han expandido desde finales del siglo pasado dibujan un escenario marcado por dos cambios principales. Por un lado, posibilitan la transferencia de capacidad reproductiva o participación de terceras personas en la generación de embriones, gestación y partos. Esto se ve en las (mal) llamadas donación de óvulos y gestación subrogada. Por otro lado, estas técnicas posibilitan la intervención y selección, ya sea a nivel morfológico o genético, de gametos (óvulos y espermatozoides) y embriones.
Si el futuro se rige por las mismas lógicas que, en las últimas décadas, han tendido a la identificación de los problemas desde lo individual y a la búsqueda de soluciones privatizadas y mercantilizadas, el futuro de la reproducción estará fácilmente ordenado en una línea a la que ya se apunta en el presente: fragmentación del proceso reproductivo y externalización cada vez de más partes del mismo, regido por una lógica de selección que, según el contexto, se ampliará más o menos, en unas u otras direcciones. Si el problema que buscamos resolver es garantizar el acceso individualizado a unos bebés determinados, posibilitaremos unos mercados reproductivos particulares (acceso a técnicas de reproducción asistida, de selección reproductiva y disposición de material genético y gestantes para quienes quieran resolver proyectos individuales de p/maternidad y puedan permitírselo). La selección de donantes y gestantes podrá crecer, la de características concretas en la descendencia, también. Ya hoy se oferta selección de embriones por sexo en algunos países, ya hoy existen cuidadas selecciones de gestantes y donantes. Si este modelo se afianza, resolverá el deseo de crianza de una parte de la población en una dirección concreta. Y generará nuevos nichos de ¿empleo? para otra parte de la población.
Este futuro posible, cercano, contiene fundamentalmente dos problemas. El primero es que se construye sobre las desigualdades globales que en la actualidad estratifican el acceso a estos mercados reproductivos: salvo contadas excepciones, serán las clases más bajas las que opten a ser gestantes y donantes, y las mejor posicionadas a escala global las que puedan permitirse acceder de este modo a la p/maternidad. Dentro de este segundo grupo, para el que se abriría un nuevo nicho de empleo, algo quedaría trastocado en la forma de entender el yo físico, que devendría mercantilizado de una nueva manera; desde el momento en que las niñas empiecen a menstruar, esta parte de sí podrá ser vista no sólo en términos de potencial reproductivo sino en términos de potencial trabajo, empleo o generación de beneficio1. Si la lógica de regulación continúa por donde viene funcionando, estos empleos serán además parte de los trabajos feminizados, infravalorados tanto social como monetariamente. Un salto más en la mercantilización de la vida íntima y la estratificación por sexo.
Pero volvamos al juego de pensar a unos años vista, en el que proyectar futuros posibles desde preguntas abiertas. Algunas feministas hablan de la apuesta por medidas políticas de resistencia, transición y transformación. La resistencia apela a defender lo que queda fuera de las lógicas de acumulación de capital: ¿podemos considerar la reproducción hoy un afuera? En cierto sentido no, pero en muchos otros —el monetizado fundamentalmente—, lo continúa siendo de forma generalizada. No es un ámbito libre de presiones o violencias, pero sí tiene elementos otros a la lógica de acumulación sobre los que reflexionar. La idea de transformación nos habla desde otro lugar: ese desde el que propongo ampliar la imaginación de lo posible: ¿qué pasaría si proyectamos un futuro en el que el deseo de crianza se situase fuera de la familia nuclear tal y como la conocemos?, ¿no sería una respuesta más lógica, frente a la necesidad biofísica de decrecimiento poblacional y la necesidad ética de un acceso más igualitario a una vida digna, empezar a testear modelos de crianzas más compartidas, en los que la implicación de terceras partes se minimice en lo monetizado y se amplíe en lo vital? Ese futuro que queramos dibujar, ese accesible para todas, necesariamente transfronterizo, necesitará medidas de transición particulares que resuelvan las necesidades y deseos del ahora permitiendo labrar un camino diferente, unas dinámicas y lógicas distintas, otras vidas posibles y buenas.
Transformar los modelos de crianza parece necesario, tanto por el hecho de que hay muchas personas que quieren ser padres/madres y no pueden (y al revés), como porque muchos de los que sí tienen bebés no tienen tiempo o recursos para cuidarlos, con muy distinto significado a uno y otro lado de las cadenas globales de cuidados. Estas cadenas están lidiando con, que no resolviendo, la llamada crisis de los cuidados, esto es: el acceso desigual al derecho al cuidado, que hace que estas necesidades se resuelvan cada vez más en el mercado por quien puede pagarlas y de forma precaria por quienes no. Entender la injusticia en este acceso a los cuidados necesarios para una vida digna es fundamental para repensar la reproducción de la vida. Existen, tanto en el pasado como en el presente, modelos que observar en los que la crianza se comparte y existe también una necesidad imperiosa de atreverse a crear modelos nuevos desde la responsabilidad real para con las criaturas que traemos al mundo.
Para ello hay que romper con un sentido común limitado y limitante que nos dice que todo lo justo, que todo lo bueno, es imposible. Las utopías que queramos serán las que creemos: revolviendo todo, impugnándolo todo. Abrir los espacios a la disidencia pasa también por impugnar el modelo de familia nuclear como eje organizador de la vida y los derechos. Hay que darle la vuelta a todo para dejar de reproducir lo mismo: el único futuro posible que combine el realismo con la justicia en el reconocimiento y el acceso pasa por ahí, también en lo reproductivo. La valentía política y la apertura de mundo es hoy la única forma de intentar conseguirlo.