Tu pareja también puede ser tu violador: “Para el resto de la gente, él era alguien que me trataba bien”

Siete años. Es el tiempo que estuvo Alba (nombre ficticio) con su expareja. Su expareja que era también su violador, aunque eso Alba lo entendió mucho más tarde. “Cuando leí por primera vez sobre las violaciones en las parejas me vi reflejada pero me dije que no podía ser. Cómo voy a tener yo una relación con alguien que me viola, me dije. Lo justificaba. Una vez que he dejado de justificarlo es cuando me he dado cuenta de lo que pasaba”, reflexiona. Hace seis meses que Alba, de 24 años, Valencia, consiguió romper su relación. Desde entonces, dice, está en un periodo de “autocuidado”, mientras aún trata de encajar las piezas de sus últimos siete años.

Tenía 16 años cuando empezó su relación. Los recuerdos desagradables comienzan muy pronto: el sexo empezó a ser pronto algo no deseado. Alba fue al ginecólogo animada por su madre y comenzó a tomar la píldora. A los meses, su libido cayó en picado. “Era difícil para mí porque tener libido era parte de mi identidad. Pero peor lo llevó él: no lo entendía, no entendía que no lo hacía por joderle o porque no me gustara. Además, estábamos en ese momento tonto en que estábamos tontos el uno por el otro”. Cuando Alba sospechó que la píldora podía estar detrás de la bajada de su deseo dejó de tomarla. Pero el problema ya se había generado.

La insistencia de su pareja para tener relaciones la desbordaba. “Me manipulaba, me decía que no teníamos sexo porque no le gustaba, que no me entendía... Empecé a tener rechazo hacia él”. El sexo dejó de ser algo deseado para convertirse en una obligación, en una imposición que Alba gestionaba como podía. “Cedía para que él no se enfadara conmigo. Yo no quería, me hacía sentir fatal. La sensación era la de estar siendo utilizada”. Lejos de guardar silencio, Alba se lo hacía saber a su pareja: “Le decía que me sentía una muñeca con él, que cogía y me soltaba sin pensar en lo que yo sentía. Llegaba a llorar y a él le daba casi igual. Una vez se puso a llorar conmigo, pero dio igual, nada cambió”.

Las promesas de cambio se sucedían, pero las palabras de su expareja nunca pasaron de eso. El rechazo de Alba por él crecía y crecía hasta el punto de evitar cualquier contacto físico con él. “Me daba asco. No solo me obligaba a tener sexo, a veces también se abalanzaba sobre mí y me inmovilizaba, por ejemplo, mientras me vestía. No hacía caso a mi petición de que me dejara, se lo tomaba a broma. Me decía que esto no le había pasado con otras tías, que es que conmigo no se podía controlar, que no me cambiara delante de él porque no podía contenerse”. A veces, para que le dejara tranquila, llegaba a llorar y gritar y así él reaccionaba, eso sí, culpándola de la situación.

La relación, sin embargo, continuó durante años. “Me costaba verle como alguien malo. Para el resto de la gente, él era alguien que me trataba bien y en realidad había cosas buenas en la relación. Trataba muy bien a mi familia, era una persona muy atenta y aparentemente me quería muchísimo. Yo no conseguía unir esas dos caras suyas”. Alba no se atrevía a compartir con nadie lo que le sucedía: “Mis amigas me daban envidia, hablaban del sexo como algo positivo”. Ese grupo cercano no supo lo que Alba había vivido hasta que dejó la relación y decidió contarlo. 

Pero antes, Alba se fue a vivir con su pareja, se engañó pensando que “todo iría bien y que eso no iba a pasar”. “Pero luego todo fue una mierda. Cuando me acostaba con él solo pensaba en que ya me había quitado eso de encima, en que ya no pasaría en unos días. Yo contaba los días. Estaba deseando que me diera la regla para tenerla como excusa. En realidad me da igual tener sexo con la regla, pero me agarraba a ella y si me duraba 3 días fingía que la tenía una semana”. La violencia sexual que sufría estaba muy presente en su vida, se convirtió en algo que, de una forma u otra, la controlaba a ella.

Aprender a decir no

Algo iba mal, pero Alba no conseguía romper con aquello. “Me daba vergüenza admitir la situación, me sentía culpable. Siempre pensaba que era algo que podía solucionar porque sí teníamos cosas buenas entre nosotros, pensaba que yo iba a conseguirlo y que él dejaría de enfadarse”. Poco a poco en su cabeza se abrió la posibilidad de dejar a su pareja. Empezó a hablar con otro chico y se dio cuenta de que la relación que tenía no le daba “nada bueno” ni le hacía sentir bien.

En una visita a casa de sus padres aprovechó para plantearle el tema a su madre. “Le comenté que quería dejarlo y me dijo que no pasaba nada, que si la relación ya no me convencía era lo mejor que podía hacer. Yo le plantee mis dudas porque vivía en otra ciudad y me sentía sola y ella me dejó claro que me ayudarían y apoyarían”. Eso le dio fuerzas y decidió, sin más espera, cortar la relación por teléfono. “Lo hice así porque sabía que no sería capaz de hacerlo a la cara. Me daba miedo estar sola con él y como pudiera reaccionar”. Con ayuda de sus padres, se mudó de ciudad, inició nuevos estudios y comenzó su curación.

Ya con algo de distancia, Alba comprendió lo que había vivido y se reconoció como víctima de violencia sexual. Ahora, trata de recomponer su concepto de las relaciones afectivas y sexuales y también del deseo. “Que un tío me pregunte si estoy bien o si me lo estoy pasando bien me resulta raro”, reconoce. También está aprendiendo a decir que no: “Antes yo decía que no, él se enfadaba. Estoy aprendiendo a que eso me dé igual”. “Yo ahora me priorizo ante todo”.

Esta historia forma parte de la serie  Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es.  Rompiendo el Silencio