Blanca regresaba a casa tras una noche de fiesta por Madrid cuando sintió algo tras la espalda. Prefiere guardar el anonimato para contar una de las experiencias que más le han marcado en sus 22 años de vida. Entonces tenía 20, era el año 2016 y caminaba sola y de noche por la calle como todas las mujeres de las que habla el lema feminista “la calle y la noche también son nuestras”. No sabía que ese día no iba a dormir en casa y se pasaría más de 17 horas acompañada de su madre y de una amiga de ésta entre comisarías, autobuses y centros médicos. Blanca fue violada por un desconocido a dos portales de su casa tras salir del metro y ponerse a caminar, y ahí comenzó su periplo.
Eran en torno a las cinco de la mañana y él tendría entre unos 25 y 27 años, estima Blanca. “Yo todo el rato le rogaba que no me matara, pensaba que eso era lo que me iba a hacer... Empezó a besarme y tocarme a la fuerza... Y me violó”, recuerda esta joven a eldiario.es. Inmersa en un absoluto estado de conmoción, Blanca corrió y llegó a su casa como pudo, se lo contó a su madre, con quien sigue viviendo actualmente y quien llamó a una amiga suya para que las acompañara, y se fueron a la comisaría más cercana a denunciar. Allí les dijeron que debían dirigirse a una Unidad de Mujer y Familia (UFAM), un tipo de comisaría especializada en violencia contra la mujer a la que las trasladaron en coche policial.
Una vez allí, “mi madre preguntó si podía pasar conmigo, pero no se lo permitieron. Le dijeron que yo ya era mayor y no necesitaba que nadie me acompañara. Así que me vi allí, delante del policía repitiendo una y otra vez lo que me había pasado”. Para Blanca, la visita a la comisaría fue una experiencia traumática que se alargó casi cinco horas durante las cuales se sintió continuamente cuestionada. “En el interrogatorio no paraba de decirme 'pero espera, espera... volvamos atrás'. Notaba que no me creía”, explica Blanca, cuya historia forma parte del reciente informe de Amnistía Internacional sobre los obstáculos que atraviesan las denunciantes de violencia sexual Ya es hora de que me creas.
Agotada y en shock, la joven llegó a dormirse encima de la mesa mientras el agente recogía su testimonio e incluso, según su propio relato, recibió el reproche del policía –“sentí que se molestaba”– por no tener DNI español. Blanca, de nacionalidad colombiana, llevaba tres meses viviendo en España y estaba a la espera del documento mientras se tramitaba la nacionalidad. Durante las cinco horas que duró su visita a comisaría, su madre, alterada, nerviosa y sin noticias de su hija, pidió información, lo que acabó derivando en una discusión con una agente, cuenta la joven: “Fue una falta de respeto y actuaron de forma muy poco empática delante de una persona que acababa de pasar por esa pesadilla, a la que acababan de violar”.
Según pone sobre la mesa Amnistía Internacional en su estudio, el caso de Blanca “no es anecdótico ni puede considerarse una excepción”. De hecho, prácticamente todos los testimonios recogidos por la ONG coincidieron en afirmar “haber sido revictimizadas por un sistema y unas instituciones que no las han atendido ni protegido de manera adecuada”, cita la investigación. Ni Blanca ni su madre se imaginaron en ningún momento que el contacto con las autoridades iba a suponer lo que cuentan dos años después.
“'¿Quién es la víctima?'”
Siguiente paso: ir a un centro sanitario. Aunque el propio protocolo de actuación del municipio de Madrid especifica que debe derivarse a las víctimas al Hospital de la Paz, al norte de la capital, el único de referencia para estos casos, Blanca explica que el agente le entregó un papel en el que había cinco nombres de centros sanitarios y le dijo que podía acudir al que le viniera mejor. Así, la joven, su madre y su amiga decidieron acudir al más cercano, el Hospital Central de la Cruz Roja, al que tuvieron que trasladarse en autobús público, puesto que coger otro taxi “era ya mucho dinero”, cuenta Blanca. “Allí fueron muy amables, pero nos dijeron que no podían atendernos, que debíamos ir a La Paz porque ellos no llevan ese tipo de casos”. Dos autobuses más y a las 15.00 están entrando por las Urgencias del hospital. Habían pasado unas diez horas desde la violación.
La experiencia en el centro sanitario no fue mejor que en comisaría. Según cuenta Blanca, que hasta ese momento no había descansado ni comido nada, su única intención era que todo pasara lo más rápido posible. La joven agradece el trato que recibió por parte del médico de guardia y de la enfermera que la atendió, pero no puede decir lo mismo del forense encargado de la toma de muestras y de garantizar la validez de las pruebas ante un posible procedimiento judicial. “Según nos dijeron, en un principio el forense se negó a acudir, lo que motivó una discusión entre él y el médico por teléfono. Después de un rato sí que vino, ni siquiera saludó y llegó preguntando '¿quién es la víctima?'”.
Aunque el forense insistía en que Blanca debía hablar con él a solas, la mediación de la enfermera consiguió que ella también estuviera presente. “No paraba de preguntarme que qué era lo que había pasado, tuvo una actitud arrogante y poco empática”, cuenta la joven. Sobre las 19.30, tras 14 horas de “calvario”, las tres pudieron salir del hospital. Desde ahí, un policía les llevó al lugar de los hechos, dos portales más allá de su casa, donde ella tuvo que explicar cómo había ocurrido. Pasadas las 22.00 de la noche, pudo irse a casa de la amiga de su madre y ducharse. 17 horas después de haber sido violada, Blanca lograba pensar y descansar alejada de su calle y de su portal, a donde no ha podido volver sin miedo. Ese temor del que muchas mujeres han hablado en las últimas semanas, a raíz del asesinato de Laura Luelmo.
“Durante todas esas horas, yo solo pensaba en irme, en que acabara todo pronto... Estuve en casa de la amiga de mi madre una semana, no podía volver a la mía”. Blanca recuerda los hechos como si hubiera sido la protagonista de “una película de terror”. Los días siguientes, cada vez que sonaba el timbre, se imaginaba que era el hombre que la agredió sexualmente, al que nunca han identificado. La joven no ha vuelto a saber nada de su caso y no sabe si se sigue investigando o no, explica. Sigue viviendo a dos portales de dónde ocurrió y el miedo no se le ha ido todavía. “Aunque poco a poco voy a mejor, eso aún no lo he superado. Me sigue atravesando a la hora de caminar sola, sobre todo si es de noche”.
Esta historia forma parte de la serie Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio