“Si con el 100% de presencialidad nos encontrábamos con el problema de los temarios inabarcables, la semipresencialidad nos aboca a una situación de angustia permanente desde el comienzo de curso”. No llevamos ni dos semanas de curso y Rosa Linares, profesora de Lengua y Literatura en un instituto madrileño, se está empezando a agobiar. No por las medidas de seguridad, la higiene, los protocolos o las mascarillas. Por eso también. Pero Linares piensa en sus clases de 2º de Bachillerato, en las dificultades de un curso estándar para impartir el temario completo y preparar bien la prueba de acceso a la Universidad, única razón de ser real de ese curso, y cree “materialmente imposible” llegar hasta el final en un año con todos los condicionantes que va a tener este. “El desánimo y la preocupación de docentes y alumnado ante una EvAU –ella utiliza el acrónimo elegido por la Comunidad de Madrid para denominar la prueba– que, en estos momentos, se mantiene sorda ante la actual excepcionalidad, es grande”, asegura.
No está sola. Todos los profesores que imparten 2º de Bachillerato consultados para realizar este artículo coinciden con Linares. El curso está cogido con alfileres, explican, y en cuanto vienen mal dadas se le ven las costuras. Pasó, obvio, a finales del anterior, cuando hubo que cambiar la prueba y aligerar temarios. Y pasará este, avisan. “Ya va siendo tarde”, dice Linares, para adaptarse a esta realidad. Pero las administraciones no parecen estar pensando en esto ahora mismo. Desde los Ministerios de Educación y Universidad no entran en la cuestión: no la están valorando en estos momentos. La Conferencia de Rectores de Universidades Españolas dice que no es cosa suya.
El precedente del año pasado con la Ebau está ahí (la prueba se conoce en algunas comunidades como Evau, en otras como Ebau, otras la llaman PAU y quien tiene cierta edad se refiere a ella como Selectividad). Con el curso interrumpido por el confinamiento que provocó la pandemia, los temarios se recortaron y se modificó ligeramente la prueba, haciéndola más flexible para que los estudiantes pudieran elegir entre varios temas por si alguno no lo habían tratado durante el curso. El resultado combinado de un curso en el que se levantó la mano con la evaluación y una Ebau más flexible fue la subida de 14 puntos porcentuales en la tasa de tituladas (que subió al 90%), aunque esa subida no se trasladó a la Selectividad, que presentó su más o menos habitual 93% de aprobados.
Un curso agobiante
Eva Iturri es profesora de Historia en el IES El Bohío de Cartagena. Repite casi palabra por palabra las explicaciones de Linares acerca de la inmensidad de los temarios y lo “agobiante” que resulta el curso. Iturri, también como Linares, como en la mayoría de las comunidades autónomas, tiene los grupos partidos en dos. Unos en el aula, otros en casa y se van turnando para aparecer por el centro. Solo ve dificultades sobre dificultades.
“Este año nos vamos a tener que apoyar mucho en la tecnología, y la tecnología falla día sí día también. Un día alguno de los de Google Meet no se podrá conectar [los alumnos a distancia], otro día el equipo del aula no funcionará, y el alumnado perderá esos días o esas partes. Y tendré que repetir, pero los que estaba en clase sí que lo vieron. Se me van a descuadrar los grupos seguro”, vaticina. Enrique Ortiz, profesor de Lengua en un instituto de Madrid, está de acuerdo. “Reducir la presencialidad se va a notar mucho, en alumnado tan joven reducimos muchísimo nuestra eficacia”, explica echando la vista atrás, a la primavera.
“Hablemos claro”, dice Linares, “por semipresencialidad hay que entender reducción del derecho a la educación”. Es cierto, explica, que “en 2º de Bachillerato, chicas y chicos tienen un grado de autonomía y disciplina mayor que en la ESO, pero la Ebau impide que podamos plantearnos una metodología acorde con el formato online (propuestas de investigación, interpretación o creación, trabajo por proyectos…)”. Iturri coincide: “La Ebau es muy cuadriculada y no permite otros enfoques. Es muy artificial”. También Ortiz ha observado la misma realidad, agravada por la enseñanza a distancia. “La semipresencialidad hace más complicadas ciertas dinámicas de enseñanza. Tienes que adecuarte a la realidad del aula, es probable que tengas que ir duplicando sesiones... Lo hicimos en junio y es complicado”, asegura.
Y este curso, añaden los docentes, la situación de partida es peor que otros. “Empezamos un curso cuyos aprendizajes es muy posible que se hayan visto resentidos por la excepcionalidad del confinamiento durante el último trimestre del año pasado”, recuerda Linares.
Toni González, presidente de la federación de asociaciones de directivos de institutos públicos Fedadi y profesor él mismo de 2º de Bachillerato, también es consciente del problema, aunque admite que en este momento como federación están volcados en aspectos más urgentes. “En este momento nos preocupa, hablando con los directores, los confinamientos de profesores porque tengan que cuidar a un hijo sospechoso o que ha estado en contacto con uno”, explica, “tenemos centros con hasta diez docentes en casa”, cuenta.
Pero es cierto, concede, “que en 2º de Bachillerato se va a mil desde el minuto cero, acelerando contenidos, buscando la manera de que al alumnado le llegue todo y tenga las máximas herramientas para alcanzar la máxima nota. Sabemos que este año tendremos que acelerar todavía un poquito más que un año ordinario”. En cualquier caso, afirma, sí está entre los planes de Fedadi abordar esta cuestión con la administración en cuanto resuelvan las urgencias.
Y los docentes necesitan respuesta más temprano que tarde. Como se ha comentado, el currículo va tan justo en 2º de Bachillerato que las programaciones van casi al minuto de cada clase. Lo que no se haga hoy no se va a poder recuperar, por lo que si hay que hacer adaptaciones –y el profesorado defiende que hay que hacerlas– no se puede esperar más. Pero tampoco las puede hacer cada docente por su cuenta porque, hasta nueva orden, el curso se desarrolla con normalidad –al menos curricular– y hay que darlo todo. “Si en el resto de cursos es viable –y aconsejable– aligerar y desarrollar el currículo conforme a las condiciones de semipresencialidad, en 2º de Bachillerato esta adaptación es materialmente imposible a no ser que recibamos instrucciones desde los equipos coordinadores de la Universidad”, explica Linares.
Una prueba que marca el año
Las dudas de los profesores les llevan a plantear irremisiblemente otra cuestión: la Ebau necesita un cambio. Tampoco es un pensar nuevo. “Varios años hemos oído que era el último de la Ebau”, dice con sorna Iturri. Más allá del chascarrillo, explica Ortiz, la prueba es inadecuada como concepto y, además, en cuanto a su estructura. “Es una prueba mecánica en la que el profesorado se dedica a preparar las respuestas”, desgrana las mecánicas del curso.
“Está más que demostrado que las pruebas externas pervierten el proceso de enseñanza/aprendizaje”, argumenta Linares, “cuanto más férrea y estandarizada sea la estructura de la Ebau, mayor grado de sumisión con respecto a ella exigirá a docentes y alumnado”. O sea, si se pone un examen importante al final del curso, el curso se va a dedicar específicamente a preparar ese examen más que a la enseñanza por sí misma.
“Si han tenido el atrevimiento de ofrecer la semipresencialidad como formato válido para encarar este curso –en lugar de disminuir las ratios– deberían tener el arrojo para ofrecer una propuesta que sea realista con los tiempos de que disponemos y que, por consiguiente, sea sensible a la complicada situación académica –y quién sabe si personal– desde la que chicas y chicos de 17 años van a enfrentarse a ella”, exige.
Ortiz cree que “habría que eliminar la parte memorística, acumular conocimientos no tiene mucho sentido. El exceso de información provoca que el alumno no pueda diferenciar cuál vale y cuál no”. Desde su privilegiada doble posición de profesor de 2º de Bachillerato y profesor asociado en la Universidad como formador de docentes, Ortiz cuenta que la prueba no prepara para nada: “Yo estoy muy obsesionado con vincular las enseñanzas del Bachillerato con la Universidad. Esta prueba se encuentra muy lejos de las habilidades que se piden en la educación superior, y el alumno encuentra un abismo desde 2º de Bachillerato a lo que se encuentra en la Universidad: trabajos autónomos, exposiciones orales, etc.”, razona.
Iturri directamente la suprimiría: “Creo que no es necesaria, volver a examinar a un alumno que ya ha aprobado unos conocimientos no tiene sentido. Se podría acceder solo con la nota del Bachillerato”. Esto permitiría, añade, “hacer un 2º más educativo, en el que nos podríamos centrar en los conocimientos que queremos que aprendan”.
Y luego están los que van a por la nota sin disimulo, sin apenas ápice de interés por lo educativo, explica Ortiz: hay institutos donde no es que se prepare la Ebau, es que el profesorado redacta respuestas enteras para que sus alumnos las memoricen. “Muchos resúmenes no los han hecho los estudiantes. Se nota. Es algo que conocemos, aunque ningún profesor lo admitirá abiertamente; pero he tenido ocasión de leer 50 o 60 respuestas de literatura (o incluso valoraciones críticas, que deberían ser más subjetivas aunque se le puedan dar conceptos al alumno) como gotas de agua. Es bastante preocupante para la educación”.
Linares cierra con una reflexión que, en los tiempos que corren, casi podría calificarse de romántica: “Mi gran temor –y no solo en 2º de Bachillerato–, es que la reducción del tiempo en el aula termine barriendo aquellas prácticas menos apegadas a los contenidos curriculares más objetivamente mensurables y evaluables, y que sin embargo están en la base misma de la una educación emancipadora, en el sentido más hermoso del término. Me estoy refiriendo a leer, debatir, interpretar, experimentar y crear. En educación, los acercamientos laterales y pausados, los que en su práctica crean digresiones exploratorias, son los que más posibilidad tienen de hacer que alumnas y alumnos se adueñen íntimamente del conocimiento”. Si estuviera a su lado, su compañero de materia, Ortiz, asentiría. Hace exactamente la misma reflexión.