La violencia ya había empezado hacía unos meses, pero el confinamiento empeoró todo. “Se cruzaron ciertos límites”, cuenta Ana (nombre ficticio) por teléfono, que decidió que tenía que salir de aquella casa. Pasó entonces varios días buscando por Internet la manera de dejar a sus dos perros a salvo, porque a donde ella se marchaba no podía llevárselos. Cuando dio con la solución, bajó a comprar tabaco y no volvió.
Al salir de casa contactó con la Dirección General de Derechos de los Animales y solicitó tener acceso al programa VioPet, un instrumento que forma parte del Plan de Contingencia con el que el Ministerio de Igualdad adaptó y garantizó la asistencia a mujeres víctimas de violencia machista durante el estado de alarma. “Nos gustaría que no hiciera falta pero, por desgracia, está funcionando muy bien”, explica a eldiario.es Sergio García, director general de Derechos Animales.
El programa gestiona espacios seguros para los animales de mujeres que sufren violencia de género y se marchan de sus casas, bien porque logran otro lugar en el que vivir lejos del maltratador, o bien porque acceden a un recurso de acogida en el que no les es permitido tener animales. Los perros y gatos —e incluso gallinas y ocas, que han sido los casos más llamativos, cuenta García— son acogidos en las casas de personas que se ofrecen voluntarias.
“Lo hago por compromiso, que esto (la violencia machista) siga existiendo en pleno siglo XXI…”, comienza Celestino, quien hace unas semanas acogió a dos gatos a través del programa. Ya tenía otro gato y dos perros, y una amplia formación y trayectoria trabajando con animales: “Es como si me plantease tener una mascota más, el esfuerzo que a mí me supone no es comparable con lo que es para la víctima salir de su situación”.
Ana, que todavía no ha alcanzado la treintena, se marchó a casa de una amiga que también había sufrido abusos por parte de una antigua pareja. Le abrió sin pensárselo las puertas de su casa, pero no había espacio para sus dos perros, “que son gigantes”, cuenta. “Para mí mis animales lo son todo, no tengo familia, y por una complicación en un embarazo no puedo tener hijos”, señala.
Al primero de sus perros lo rescató de una camada abandonada en un cubo de basura. Ella se quedó con el último, el que nadie quiso acoger, y al que lavó y curó las heridas. Y hace ya dos años se llevó a casa a un segundo perro que también había sufrido maltrato por parte de su anterior dueño.
Parca en palabras, de su vida cuenta que desde muy joven y con un padre ausente tuvo que hacerse cargo de todas las mujeres de su casa: de su madre, a la que el cáncer le hacía olvidarse de sí misma; de su abuela, dolorida por la vejez; y de su tía, víctima de una enfermedad sin nombre. “Con 13 años me parecía normal pasar la fregona si el suelo estaba sucio, y después ir a cambiarle el pañal a mi tía”, relata.
La violencia machista se recrudece
El estado de alarma ha encerrado a muchas mujeres en casa con sus maltratadores. Según datos del Ministerio de Igualdad, desde que empezó el confinamiento el número de llamadas y consultas online registradas por el 016 de atención a víctimas de violencia machista ha crecido un 47%. Entre ambas vías se han registrado 17.022 peticiones de asistencia, 5.447 más que en el mismo periodo de 2019. A ello hay que sumarle las 1.678 consultas hechas al servicio de apoyo emocional y psicológica de Whatsapp puesto en marcha por Igualdad el pasado 21 de marzo. Según datos recopilados por eldiario.es, los servicios de acogida de algunas comunidades han registrado aumentos de hasta el 30%.
“Hemos intervenido una media de 20 casos semanales”, explica el director general de Derechos de los Animales. Ya hay apuntadas más de medio millar de casas dispuestas a acoger mascotas, aunque como se prioriza la cercanía, García insiste en la necesidad de que personas de pueblos y zonas alejadas de las ciudades grandes se apunten también a la iniciativa.
Los protocolos sanitarios para el traslado de los animales son muy estrictos, asegura. El dispositivo de acogida se pone en marcha una vez lo solicita la víctima. Entones, los animales son recogidos por la Policía.
Un vínculo muy fuerte
El problema de fondo es que los recursos de acogida para víctimas de violencia machista no permiten el acceso con animales de compañía, a pesar de que cerca de un 30% de las mujeres que acude a ellos sí los tiene, según Igualdad. Muchas son reticentes a marcharse del lugar que comparten con el maltratador, entre otras cosas, porque “sienten que están dejando a un familiar con el agresor”, aclara Myriam Armendariz, voluntaria del programa VioPet, que hace acompañamiento psicológico a las víctimas. “El vínculo que se genera con las mascotas es muy fuerte”, continúa.
“Muchas de las mujeres que demandan este servicio cuentan con una red de apoyo muy reducida”, apunta Armendariz. “Hemos atendido a mujeres que lo han dejado todo para irse a la ciudad del maltratador. Tener a un animal o tener hijos supone un apoyo grande que las ayuda a luchar por ellos”. Su análisis coincide con el caso de Ana. Ahora se ha puesto a trabajar como limpiadora y cuenta que su ilusión es ahorrar para alquilar una habitación en la que pueda vivir con sus dos perros.
“Mi meta son mis perros, no sé vivir sin ellos. Estoy trabajando y sé que están bien pero siento que tengo que ir a sacarlos o darles de comer, es la costumbre”, apostilla. Por seguridad, ni las mujeres que acceden al programa ni los voluntarios que acogen a las mascotas pueden conocer la identidad del otro. A través de la Dirección de Derechos de los Animales y de voluntarias como Armendariz se hacen llegar fotos y vídeos a las dueñas de los animales.
“Aunque no conozcan a quien ha cuidado de sus mascotas sienten mucho agradecimiento cuando se produce el reencuentro. Suelen decir que aunque no se vayan a conocer son como de la familia”, termina la voluntaria. El reencuentro con sus dos perros “gigantes” es lo que Ana espera ilusionada, una imagen que solo evocar le ayuda a dejar atrás el pasado de violencia y centrarse en seguir adelante.