“Protestar contra el patriarcado significa identificar como opresores a quienes a menudo son nuestras parejas”
Rebecca Traister (1975) es una de las autoras feministas más populares en Estados Unidos. Su libro Buenas y enfadadas (recién publicado en España por la editorial Capitán Swing) celebra el poder de la olla exprés de la ira femenina y recoge una historia a menudo desdeñada: la de las mujeres enfadadas como agentes de cambio social y político, desde las sufragistas del siglo XIX hasta el movimiento #MeToo pasando por la lucha por los derechos civiles de los años 60. eldiario.es habla con Traister en vísperas de la huelga feminista del 8M.
El pasado 8 de marzo en España, millones de personas participaron en una huelga feminista sin precedentes contra la desigualdad de género. Este viernes se espera otra gran marcha. ¿Ha seguido este movimiento?
He estado observando lo que está sucediendo en España, en Irlanda, en Canadá... Es un período de levantamiento global que está sucediendo en distintas culturas, entre gente de distintas edades y, en muchos casos, elementos del espectro político. Hay un reconocimiento de los abusos de poder dentro del patriarcado y, en muchos lugares, las mujeres y algunos hombres están trabajando juntos para salir a las calles y hacer pública su insatisfacción.
¿Qué efecto tienen las relaciones íntimas de las mujeres en su capacidad para expresar su enfado?
Protestar contra los abusos del poder patriarcal significa identificar como opresores a las mismas personas que muy a menudo son nuestras parejas sexuales, románticas: padres, hermanos, hijos, amigos... Es increíblemente difícil. Se perturban relaciones íntimas y cotidianas. También muchas de nosotras somos cómplices de algunas de las cosas contra las que luchamos. Dependemos de los hombres cuyos abusos de poder estamos tratando de identificar. Y, al poner en peligro el poder de esos hombres, nos ponemos en peligro a nosotras mismas y nuestra propia estabilidad familiar, emocional, económica, sobre todo si somos económicamente dependientes. Estamos conectadas emocionalmente con los hombres a los que miramos con ojo crítico respecto a cómo usan su poder.
¿Cree que esto dificulta la incorporación de más mujeres a la lucha por la igualdad?
Estas dinámicas hacen que el proceso de lucha contra la inequidad de género sea precaria, de forma diaria e íntima. Conseguir que una gran cantidad de mujeres estén dispuestas a salir a la calle, dispuestas a impulsar cambios legales y en las actitudes culturales es muy raro, pues implica que estén dispuestas a explorar sus relaciones personales.
Una idea muy llamativa de su libro es que algunas mujeres no están interesadas en desmantelar el patriarcado porque se benefician de él. Lo llamas “poder por proximidad”.
En Estados Unidos muchas mujeres blancas que votan por ideologías políticas conservadoras, xenófobas, patriarcales y, con frecuencia, racistas lo hacen en parte en pro de sus intereses. Como mujeres blancas, disfrutan de los beneficios del supremacismo blanco. Votan para defender el patriarcado porque creen que serán protegidas por él. Y hasta cierto punto, se están beneficiando del poder por proximidad, por su cercanía a hombres poderosos. Es un mito que el patriarcado protegerá a esas mujeres, especialmente si lo desafían de alguna manera o si ejercen su personalidad plenamente. Hillary Clinton es un ejemplo de alguien que logró maniobrar hasta convertirse en poderosa en el sistema de poder patriarcal y blanco. Lo que vimos con su derrota es que incluso una mujer poderosa en el sistema, perdió contra él.
En la política, a menudo la ira se percibe como una virtud en los hombres y un defecto en las mujeres. ¿Por qué?
Los hombres son vistos como criaturas fundamentalmente racionales y las mujeres como irracionales. Es una distinción injusta y que no refleja la realidad, pero es la configuración de nuestra imaginación cultural. En los hombres, la ira se entiende de inmediato como algo que afianza su racionalidad: es una señal de pasión, compromiso, impulso, fuerza, voluntad de luchar por sus ideas. Partiendo de un punto en el que las mujeres son percibidas como irracionales, su ira solo sirve para confirmar que están alejadas de la racionalidad: son emocionales, explosivas, histéricas, infantiles…
También existen mensajes en el seno de la familia y la pareja que codifican la ira femenina como algo indeseable.
Hay lugares donde el temperamento femenino es sexualizado, donde se relaciona con el valor estético o sexual de la mujer. Pero eso no es lo mismo que tomárselo en serio como disidencia política o reivindicación de una mayor igualdad social, política y sexual.
En su libro reivindica el poder del enfado femenino y su papel en la historia de los cambios sociales y políticos. ¿Qué le inspiró a escribir sobre esta historia paralela?
Fue tras las elecciones de 2016. Estaba paseando con mi marido y le dije: 'Estoy tan enfadada que no puedo pensar con claridad'. Mi marido respondió: '¿Por qué no escribes sobre la ira?' Me impresionó. Por supuesto, le dije que la ira es una fuerza obstructora que no permitía pensar con claridad. Pero me permití examinar la ira, no solo la la mía, sino la de otras mujeres. De repente, en lugar de algo que nubla el pensamiento racional, entiendes el enfado como una fuerza clarificadora que te ayuda a comprender la injusticia. Es una respuesta humana perfectamente racional, razonable, válida ante la desigualdad.
Ha advertido varias veces de que habrá una respuesta violenta contra movimientos feministas como #MeToo. ¿Qué forma cree que tomará?
La elección de Donald Trump como presidente es esa reacción. También lo es el auge de la derecha antiinmigrante, xenófoba y nacionalista, no sólo en EEUU, sino en todo el mundo. Es la reacción a la integración y al desafío al sistema de castas racial y de género que tuvo lugar en la última parte del siglo XX. Creo es que esta reacción no va a tomar una sola forma. Estamos nadando en ella todo el tiempo.
¿Ve en peligro el derecho al aborto en EEUU?
Algo de lo que no hablamos lo suficiente en EEUU es de que el aborto ya es en parte inaccesible e ilegal gracias a las restricciones estatales que la extrema derecha ha impulsado durante años. Roe v. Wade (la sentencia de la Corte Suprema de EEUU que despenalizó el aborto en 1973) está en peligro, como muchas de las victorias que se obtuvieron durante los años 60 y 70.
Durante la presentación de su libro, vi a muchas chicas jóvenes pidiéndole consejo sobre cómo lidiar con sus sentimientos de ira contra la desigualdad de género. ¿Qué les diría hoy a las españolas que se están preparando para la huelga?
El libro no es una guía sobre cómo expresar la ira, porque soy consciente de que si la expresas puede haber un castigo. Vivimos en un mundo que no deja espacio ni respeta el disenso o la furia de las mujeres. Una razón por la cual la ira de las mujeres se desalienta es que, si comenzaran a hablar entre sí sobre lo que las enfada, podrían organizarse para cambiar las cosas. Lo primero es mirar alrededor y ver este patrón que nos rodea. Y luego comenzar a escuchar a otras personas marginalizadas que están reprimiendo su propia frustración. Formar conexiones, escuchar y tomar en serio la ira de los demás es la única manera en que podemos cambiar el sistema.