El 1 de marzo de 2021, poco antes de que se cumpliera un año del primer confinamiento en España a causa de la COVID-19 y consciente del cansancio de la ciudadanía, Fernando Simón pidió lo que sonaba a un último esfuerzo. “No queda tanto, queda mes, mes y medio” de medidas muy duras, y las podemos “aguantar”, dijo. Unos días después, el portavoz del Ministerio de Sanidad explicó lo que quería decir en una entrevista con Jordi Évole: “Estamos en riesgo de tener una cuarta ola a partir de mañana, pero si aguantamos mes, mes y medio, quizá dos, tendremos ya un volumen de vacunados que hará la ola más lenta, y no llegará a los mismos niveles de infección de la tercera”. “Creo que en mes y medio”, siguió, la situación puede ser “realmente muy favorable. No es de recibo, por eso, saltárselo todo desde hoy. Porque entonces seguro que la predicción falla”.
Ese “mes, mes y medio” nos situaba justo después de la Semana Santa. Simón supeditaba de hecho que todo fuese bien, precisamente, a que se controlase la transmisión y no hubiese excesos durante el puente de San José, el del 19 de marzo, y durante la Semana Santa. Dos periodos temporales en los que se ha establecido el toque de queda a las 23:00 obligatorio, las reuniones muy reducidas (máximo 4 personas en interior) y los cierres perimetrales de todas las Comunidades Autónomas. El estado de alarma, la normativa que permite esas restricciones, termina el 9 de mayo, aunque la ministra Carolina Darias ya se ha abierto a intentar alargarlo. Pero siguiendo esa referencia y la predicción de Simón, ¿pueden ser entonces esas restricciones de Semana Santa, la segunda consecutiva sin viajes ni turismo, el último gran sacrificio que se hace a nivel nacional durante un tiempo festivo?
La respuesta corta es que nadie puede realmente asegurarlo. La respuesta larga incluye muchos matices. “Puede ser el último puente con grandes restricciones, pero siempre hay que ponerle muchas comillas y es complicado”, dice Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). Para Mario Fontán, ex presidente de la plataforma ARES, que reúne a médicos residentes en Salud Pública, “puede ser interesante verlo como el penúltimo esfuerzo. El último, no. Seguimos lejos de tasas de vacunación importantes”. Ahora mismo, solo el 3,8% de la población está totalmente inmunizada, y el objetivo es el 70%, pero se espera un incremento en el suministro de sueros para abril. Pere Godoy, presidente de la SEE hasta finales de 2020 y jefe de vigilancia en Lleida, afirma que la Semana Santa “puede ser el inicio del último esfuerzo. Pero siempre es precipitado decirlo, y el fin puede ser largo”.
Los expertos concuerdan en que todo depende de demasiados factores y va más allá del comportamiento de la ciudadanía. El primero es cómo evolucionará la incidencia y si llegará antes de lo previsto una cuarta ola. La incidencia acumulada está ahora mismo en niveles que no se veían desde verano, por debajo de 130 casos de COVID-19 por cada 100.000 habitantes, pero la bajada que se registraba desde enero está estancada y ya hay indicios de subida. “Las próximas semanas van a ser claves para ver si hay una ralentización, una meseta, o si se convierte en ascenso”, apunta Fontán. Y “partimos de una saturación hospitalaria alta, tremenda en sitios como Madrid. El último esfuerzo no hay que planteárselo solo por la transmisión, sino planteándose cómo están los trabajadores de hospitales y las patologías no COVID”.
En todo caso, continúa Fontán, “a medida que se vacune a más gente y se cubra a los vulnerables y mayores de 60 nos acercaremos a un fenómeno en el cual los incrementos de transmisión no tendrán correlación con ingresos y ocupación de UCI. Y en ese momento, ya sea al inicio del verano o durante la temporada estival, habrá que tener un debate sobre si es pertinente o no mantener ciertas medidas. O cómo reorientamos la Salud Pública para reducir la transmisión entre jóvenes, porque hay que proteger a toda la población. Pero es verdad que el elemento clave de preocupación es el impacto en el sistema sanitario”. Gullón también va a en esta línea: “Quiero estar esperanzado con que las restricciones grandes de una cuarta ola no tienen por qué ser las mismas que en la primera, o tercera. Pero estoy escéptico, y vigilante con lo que pueda pasar”.
Los grandes interrogantes
Los demás factores importantes son “fenómenos fuera de nuestro control”, como los llama Gullón. Uno de ellos es “el problema de las variantes. Por ahora no se ha observado por ellas un cambio en la transmisión, pero puede ocurrir, o que finalmente alguna se escape a las vacunas y requiera revacunación. Son más piedras en el tejado”. La variante británica, más contagiosa que las anteriores, ya hace varias semanas que es dominante en España. Otro, cosas como lo que ha ocurrido con AstraZeneca, la suspensión cautelar en España por una nueva revisión de la Agencia Europea del Medicamento tras los casos de trombos raros. “Puede haber episodios que retrasen más la vacunación. O nuevos problemas de distribución”, señala Gullón.
“Los dos interrogantes muy grandes –respalda Godoy– son el impacto de las variantes, y la capacidad de vacunar y disponibilidad de dosis que tengamos”. “Tenemos ya una noticia muy buena que es el impacto de la vacuna en residencias y entre profesionales sanitarios. Y eso es importante porque era un sector muy vulnerable que llenaba los hospitales, y podemos darlo por controlado”, destaca. En esos centros los brotes se han reducido prácticamente por completo, cerca del 100%. Pero “todavía tenemos que ver si se abre la actividad económica y social, de forma alegre, si la transmisión se retoma escandalosamente rápido. Estos días, solo con pequeñas aperturas, la bajada ya se ha frenado”.
Sobre si un sacrificio ahora puede hacer que tengamos un verano más o menos normal, Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública, pedía “un poquito de paciencia” porque “puede ser una inversión a futuro muy rentable” incluso pensando en términos económicos: “En abril y mayo se hacen las reservas turísticas de verano. Si en ese momento sube la incidencia, será una señal fatídica. Si se quiere vivir el verano con un poquito más de tranquilidad, hay que llegar a abril y mayo con una situación muy buena. El problema de las olas es que sabes cuándo empiezan pero no cuándo acaban”.
Pere Godoy plantea “como requisito para tener un buen verano” varios objetivos: “hay que mantener las medidas y bajar hasta 50 por 100.0000 de incidencia acumulada” y “conseguir coberturas vacunales importantes en estos dos meses que vienen”. Lo que “marcará principalmente la diferencia”, subraya, será “tener coberturas muy altas en mayores de 55 años en junio. No estará el peligro totalmente resuelto, pero sí se notará en un alivio de la presión en hospitales, y podremos pasar un verano más tranquilo”.