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Racionar el azúcar en los primeros dos años de vida protege contra la diabetes y la hipertensión de adultos

Dos niñas comiendo galletas.

Sofía Pérez Mendoza

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El racionamiento de azúcar durante y después de la Segunda Guerra Mundial en Reino Unido ha servido a un grupo de investigadores para ampliar la evidencia sobre cómo consumir azúcar en los primeros años de vida marca la salud en la edad adulta. Los científicos, echando mano de una situación social que obligó a cortar la ingesta o reducirla mucho durante una ventana de tiempo, han comparado cómo están los niños nacidos durante y después de estas restricciones medio siglo más tarde.

Los resultados, publicados este jueves en la revista Science, muestran que los primeros tienen un menor riesgo de diabetes e hipertensión, un 35% y 20% respectivamente, que los segundos. La aparición de estas enfermedades, además, se puede llegar a retrasar entre dos y cuatro años en función solo de esta coyuntura durante los 1.000 primeros días de vida desde la gestación, el periodo medido por los investigadores. El estudio evidencia que lo que pasa mientras los bebés están en el útero, solo eso, ya les puede proteger; aunque la mayor reducción del riesgo se produce desde que el racionamiento de azúcar se extiende más allá de los seis primeros meses, cuando los niños comienzan a comer sólido.

A los dos años, muchos niños consumen las siete cucharaditas de azúcar diarias recomendadas para los adultos, y casi las triplican en la adolescencia

“Durante el racionamiento, la cantidad de azúcar permitida para todos –incluidas las mujeres embarazadas y los niños– era comparable a las directrices dietéticas actuales de unos

La divergencia es notable desde los 50 años

La investigación –desarrollada por economistas de universidades de Estados Unidos y Canadá– incluyó a 60.183 personas nacidas entre octubre de 1951 y marzo de 1956. Tenían edades entre los 51 y los 66 años cuando las encuestaron para preguntarles por su situación de salud y comparar a los grupos. Un total de 3.936 participantes fueron diagnosticados de diabetes y 19.644 de hipertensión. “El riesgo de diagnóstico de enfermedad aumentó con la edad para todos, pero lo hizo más rápidamente entre los adultos que no estuvieron expuestos al racionamiento”, detalla el estudio. La divergencia se empieza a notar cuando los participantes rondan los 50 y se hace más agudas a después de los 60.

“Los resultados parecen indicar que limitar la ingesta de azúcar simple y sus derivados en la infancia podría prevenir o retrasar de alguna manera el desarrollo de problemas de salud crónicos”, sostiene Jesús Francisco García Gavilán, investigador del CIBERobn del Instituto de Salud Carlos III en declaraciones a Science Media Centre. El experto considera que la investigación es valiosa por confirmar resultados previos y porque sus hallazgos “apoyan las recomendaciones de las guías dietéticas de práctica clínica”.

Para evitar relaciones erróneas, el equipo de investigación comprobó que la dieta en la década de 1950 era similar entre las cohortes, salvo el azúcar; y no observó tampoco diferencias en el riesgo de enfermedad por afecciones no relacionadas con la dieta. En todo caso, apunta García Gavilán, “la disponibilidad de productos ultraprocesados en aquellos años podría ser muy diferente a la actual”.

La infancia, recuerda el estudio, es un periodo crítico para desarrollar el gusto por los dulce, o incluso la adicción, y esto puede elevar el consumo a lo largo de la vida. De acuerdo con los datos incluidos en la investigación, “más del 70% de los alimentos comercializados para lactantes o niños pequeños contienen azúcares añadidos en la fórmula, los alimentos o las bebidas” y “a los dos años, muchos niños consumen las siete cucharaditas de azúcar diarias recomendadas para los adultos, y casi las triplican en la adolescencia”.

“Nuestros resultados contribuyen a este debate no sólo vinculando el azúcar con la salud, sino también subrayando la importancia de la dieta en los primeros años de vida para controlar el riesgo de enfermedades metabólicas a largo plazo”, defienden los científicos.

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