Rafa Nadal y los discursos rancios
Separar la obra del autor o separar al deportista de sus palabras. Rafa Nadal se retira con 92 títulos en su historial, entre ellos, 14 Roland Garros, cuatro Abiertos de Estados Unidos, dos Wimbledon y dos Abiertos de Australia, dos oros olímpicos y cinco Copas Davis. También se retira con estas declaraciones a sus espaldas: lo que ganan hombres y mujeres “es una comparación que ni siquiera debería hacerse”, “el término feminista se lleva a unos extremos...”, “tengo madre, tengo hermana, y son de las personas que más quiero en este mundo o sea que qué más quiero yo que los hombres y las mujeres seamos exactamente igual y tengamos los mismos derechos”, “la igualdad no consiste en regalar”, “quiero que las mujeres ganen más que los hombres si generan más que los hombres”, “no tengo previsto que [la paternidad] suponga un cambio en mi vida profesional”.
Podemos separar la obra del autor o separar al deportista de sus palabras para disfrutar de sus aciertos y de sus éxitos, para valorar como merece sus méritos. Pero eso no significa que debamos obviar que lo que alguien con tal relevancia dice y repite tiene el poder de transmitir y amplificar discursos y que, de la misma manera que es responsable de sus éxitos, también lo es de sus palabras. Por qué olvidar que su impacto en la sociedad va más allá del disfrute que tanta gente ha experimentado al verle jugar y ganar, crecer, romperse, volver.
Es muy posible que las crónicas, columnas y todo tipo de piezas que desde hoy publiquen todo tipo de medios de comunicación sobre la retirada de Rafa Nadal elogien su esfuerzo, su talento, su carrera. Y es casi seguro que obviarán esa otra vertiente social, salvo que se mencione, para su mayor gloria, la fundación que lleva su nombre y su, por supuesto, enorme compromiso solidario. En demasiadas ocasiones, el periodismo deportivo consiste en alabar y halagar, en evitar preguntas incómodas, en ensalzar figuras de manera acrítica, cuando eso es justo lo que el periodismo trata de evitar.
Estos días, otra retirada, la del futbolista Andrés Iniesta, ha llamado también la atención. La 'performance' de la retirada masculina es siempre parecida: grandes héroes que hacen anuncios solemnes, que aparece en actos organizados por sus clubes o federaciones con lágrimas en los ojos y su familia en primera fila. La gente aplaude, elogia, sus caras ocupan portadas y vídeos, en la calle se pregunta a la gente qué le parece la retirada. No sabemos si estamos ante héroes que han contribuido enormemente a la sociedad o ante hombres que sí, con esfuerzo, talento y trabajo, han conseguido triunfar en el deporte y, de paso, hacerse millonarios, sin que al parecer sus 'medios' puedan cuestionar sus fines, sus cuentas bancarias, sus carreras o su figura.
Decía Iniesta en una entrevista que no se retira en el Albacete porque no es realista, porque le parece mal ir a ese equipo humilde solo para decir adiós y porque él no hace las cosas porque sí. Sobre el motivo que, entonces, le llevó al Emirates Club, un equipo de Emiratos Árabes Unidos, un país en el que, según Amnistía Internacional, hay presos de conciencia porque la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica está tremendamente restringida y los derechos laborales, especialmente para las personas migrantes, tienen grandes carencias, ni dijo nada ni se le preguntó. Como a otros muchos que, aun teniendo en sus cuentas millones suficientes para comprar casas, lamborghinis, islas y jet privados, deciden contribuir al lavado de imagen de estados que están utilizando el deporte (y el dinero) como manera de ser más amables al mundo.
En esa 'performance' de la retirada masculina, la familia es siempre esa foto en la que las mujeres son compañeras ideales, madres sufridoras, novias y esposas capaces de amoldarse como sea a sus carreras, y los hijos, pequeños seres que alegran su existencia pero que no sabemos muy bien cómo hacen para cuidar al mismo tiempo que no tienen previsto que la paternidad altere sus carreras. “Volver a casa y ver cada día cómo está creciendo mi hijo ha sido una fuerza que me ha mantenido vivo y con la energía necesaria”, dice Nadal en su vídeo de despedida. Su mujer, cuenta, ha sido “una compañera de viaje perfecta” y su madre ha hecho “todos los sacrificios que tenía que hacer para que nosotros siempre lo tuviéramos todo”. Su tío, en cambio, ha hecho que pueda “superar muchas situaciones” y su padre “una fuente de inspiración, un ejemplo de esfuerzo, de superación”.
Es un ejemplo de cómo se reproducen los estereotipos machistas en forma de elogios y buenas intenciones sobre lo que unos y otras aportan e implican en la vida de alguien, y sobre lo que esperamos que sean ellos y ellas.
Yo sé que Rafa Nadal no tiene por qué pensar como yo, ni tenemos por qué compartir valores ni tiene por qué decir lo que a mí me gustaría que dijera, pero tampoco sé por qué hay que tratar como héroes siempre a los mismos ni por qué hay que rodear de tanta ceremonia y palabras bonitas a estos hombres con estas circunstancias tan favorables ni por qué lo 'normal' es obviar sus metidas de pata, sus posicionamientos políticos (porque lo son, también las omisiones y las ausencias son pronunciamientos) y loar su figura sin que puedan existir críticas, puntos oscuros, y sin hacer explícitos cuáles han sido sus discursos sobre temas importantes. Sin que podamos decir fuerte que alguien puede ser un gran deportista y tener los discursos más rancios.
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