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La gran redada franquista contra la cuna de los derechos LGTBI en España: “Fueron 9 años de libertad y un día de oscuridad”

Postal del Pasaje Begoña en los años 60, cedida por el Ayuntamiento de Torremolinos a la Asociación Pasaje Begoña

David Noriega

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La primera vez que Doris Alza visitó el Pasaje Begoña entró descalza. “Como la Brigitte Bardot, yo era muy moderna y muy hippie”, recuerda. Manolo Cortés lo hizo de forma tímida y con miedo: “Detrás teníamos a Franco, hasta que vimos la libertad que había allí. Después, cuando llegábamos, éramos nosotros mismos”. Corrían los últimos años de la década de los 60 y Torremolinos parecía un lugar exótico, amparado por la permisividad de una dictadura que utilizó este pequeño municipio malagueño como escaparate para blanquear su imagen a nivel internacional. “Cuando estábamos allí, no nos saciábamos nunca, porque después volvíamos a la jaula”, señala Manolo.

“Fueron nueve años de libertad y un día de oscuridad”, indica el presidente de la Asociación Pasaje Begoña, Jorge Pérez. Entre 1962 y 1971 se abrieron en aquella zona decenas de locales donde se refugiaban gays, lesbianas, artistas, hippies, modernos y, en general, hombres y mujeres ansiosos de libertad. El jueves 24 de junio de 1971 -este miércoles ha hecho 49 años-, una gran redada que se saldó con cerca de 300 detenidos cambió el discurrir de esa calle, que se convirtió en la Stonewall española y es considerada a día de hoy como la cuna de las libertades del colectivo LGBTI en España. “Desde entonces, no he visto nada igual”, lamenta Manolo.

“Yo sabía que me gustaban los chicos y tenía relaciones con chicos”, indica Doris, presidenta de la asociación Delta LGTBIQ Sierra de Cádiz, que es una mujer trans, aunque en aquella época aún desconocía esa realidad. Tenía 25 años cuando comenzó a trabajar en el Hotel Riviera, un referente en el Torremolinos de aquellos años. “Creo que me cogieron por la pinta, con mis blusas y mis pantalones de campana, porque aquello era como Las Vegas”, explica. “Era lo más moderno de España”, coincide Cortés, que visitaba el bar Pourquoi y el pub Ye-ye con sus plataformas y sus jerseys minipull que dejaban el ombligo al aire.

Doris vivía en Cádiz y Manolo en Sevilla, pero ambos habían escuchado hablar de esa calle que había dado la vuelta al mundo gracias a las visitas de John Lennon y Brian Epstein, Ava Gardner, Sara Montiel o las actuaciones al piano de Pia Beck. “Yo ya tenía referencias de esa zona, que había muchos bares, que los hombres se besaban, que podías ligar...”, explica Alza, a quien, acostumbrada a correr delante de los grises en Cádiz y Sevilla “para reivindicar la libertad”, la que se respiraba allí le pareció espectacular.

“Subías por una escalera y al fondo estaba la Note, donde había mujeres lesbianas, hombres gays... Donde lo pasé muy bien era en el bar Ye-ye, un club con música en directo donde vi a Los Brincos y a Los Rebeldes. Cuando no había actuaciones había música de los 60, Los Pekenikes o Los Bravos. Cuando sonaba la canción de 'los chicos con las chicas, tienen que estar', todo el local cantaba por encima 'los chicos con los chicos tienen que estar...' y si ponían la de 'si yo tuviera una escoba, ¡cuántas cosas barrería!', decíamos 'Franco, fuera'. Era muy reivindicativo”, recuerda Doris.

“El franquismo optó por el turismo”

Pero, ¿cómo es posible que una época en la que la moral nacionalcatólica y la represión lo impregnaba todo se consintiera un espacio de libertad semejante? “Sobre todo a partir de los años 60, el franquismo optó por el turismo como una de las actividades motor del país, lo que provocó una cierta contradicción con el régimen”, indica el antropólogo Rafael Cáceres, que coordina un proyecto sobre la represión de la homosexualidad durante la dictadura en Andalucía. “Ya desde los años 50 venía habiendo un debate entre los sectores más conservadores y la Iglesia, sobre si el turismo merecía la pena. España competía con países como Italia, Grecia o los países del norte de África por hacerse con el mercado turístico del Mediterráneo y el régimen optó por que hubiera más permisividad en las zonas costeras”, explica el experto.

La situación geográfica de Torremolinos, cerca del puerto de Málaga, de Gibraltar, de la base de Rota y como punto intermedio para los extranjeros que viajaban a Marruecos, convirtió al municipio en un enclave afortunado para ese “foco de permisividad”, que recibía turistas americanos, suecos, ingleses, franceses y alemanes y se convirtió en una especie de torre de Babel. Algo parecido ocurrió en algunas zonas de Gran Canaria, Ibiza o Sitges, “puntos que han mantenido cierto turismo homosexual, que arrancó en ese momento, hasta nuestros días”, indica Cáceres.

Focos que estaban siempre bajo el control franquista y con la sombra de las leyes anti-homosexuales, pero también de otras que reprimían a las mujeres o a las parejas heterosexuales, como la prohibición de llevar bikini o las muestras de afecto en público, que se aplicaban de forma más laxa. “El régimen sabía lo que pasaba y lo permitía siempre que no se sobrepasaran unos parámetros”, señala el antropólogo. “Desde la óptica actual, parecía que era turismo gay, pero los comportamientos de las mujeres también eran más libres y, en ese contexto, pudieron aparecer bares donde se permitían comportamientos sexuales que en esa época no estaban permitidos en otros contextos u otro tipo de perfiles, como hippies, modernos... un ambiente más diverso”.

“Allí descubrí la libertad”

Antonio César llegó a Torremolinos casi recién salido de un colegio de curas, acostumbrado a la música eclesiástica y militar. “Era una época muy gris, y allí descubrí lo que era la libertad”. “Yo tenía unos 17 años y me gustaban las chicas. Si estabas en Málaga, salías con una chica y nos apetecía abrazarnos o darnos un beso te decían que te fueras a casa, te insultaban o ella la llamaban guarra. En el Pasaje Begoña te sentías en casa, nunca jamás te miraban de forma extraña”, relata.

La noche que se produjo la gran redada su camisa blanca le sirvió de salvoconducto. “Estaba en una discoteca y un camarero amigo me dijo: 'Antoñito, vente para acá y decimos que eres camarero, porque se están llevando a todo el mundo'”. La policía franquista con sus uniformes grises tomó el pasaje por sus dos accesos y realizó cerca de 300 detenciones. No era la primera redada, porque el régimen se hacía notar de vez en cuando para recordar su poder, pero si la más importante. “No había visto nunca a los grises con esas caras de odio hacia personas que podían ser diferentes”, rememora Antonio. También fue la que asestó el golpe definitivo a ese “foco de libertad”.

“Cuando se produjo la redada estaba en Málaga, en casa de un amigo, de la gente que íbamos conociendo. Cuando supimos lo que pasó, salimos todos corriendo”, indica Manolo, que no volvió a Torremolinos hasta un año después. “Nunca fue igual, porque quedaba el miedo de lo que ocurrió”. También, porque muchos negocios tuvieron que bajar las persianas para siempre tras enfrentarse a las multas impuestas por las autoridades y el temor a que se repitiera la redada. 

“Si se va a la prensa del momento hay un baile de cifras sobre los detenidos en la redada de San Juan”, apunta Cáceres. “Hay quien dice que 300, otros dicen que menos. Algunos pasaron la noche en la cárcel y a otros, sobre todo a los que ya estuvieran fichados, se les aplicaría la ley anti-homosexuales, pero es difícil conocer esos casos porque no te permiten acceder a los archivos hasta que no pasan 50 años”, explica. En cualquier caso, lo que se conoce fueron las protestas internacionales, sobre todo en Alemania, por la detención de ciudadanos alemanes.

Hasta 1971 en España se aplicaba de forma arbitraria a hombres homosexuales y mujeres transexuales -las lesbianas ni siquiera existían para el régimen- la ley de vagos y maleantes, que implicaba penas de meses hasta de tres años de prisión, multa y destierro de la ciudad de origen. A partir de ese año, entró en vigor la ley de peligrosidad social, que en la práctica era lo mismo, solo que en lugar de hablar de cárceles se mencionaban centros de rehabilitación, que estaban en las cárceles de Huelva y Badajoz o en módulos especializados, como el de la modelo de Barcelona.

Sobre lo que motivó la gran redada hay distintas interpretaciones. “No está muy claro por qué se produce. Hay quien lo explica por cuestiones personales del gobernador civil de Málaga, pero yo lo veo más desde el contexto. En los años 60 Torremolinos es un referente mundial, pero en los 70 ya lo es toda la Costa del Sol y el levante, y no hay una necesidad imperiosa de un lugar concreto”, explica Cáceres. “Por otro lado, está la evolución del mercado turístico: el que había en Torremolinos en aquella época era de clase media-alta y en los 70 ya se empieza a explotar más el turismo de masas. Me da la sensación de que al régimen le interesaba más promocionar otra imagen, de turismo no tan exclusivo, y eso se convierte en un obstáculo”, añade.

“No sé si aquella experiencia que tuvimos los homosexuales de esa época en aquella isla de libertad se ha vuelto a vivir en algún lugar de este país”, recuerda Cortés. El Pasaje Begoña ha sido incluido esta semana en la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia, una red que engloba lugares históricos, museos e iniciativas de memoria, dedicados a los lugares que han servido de apoyo a los movimientos de derechos humanos y justicia social. Un logro que reconoce a nivel internacional un espacio que ya ha sido reconocido en España como lugar de memoria histórica y cuna de los derechos LGTBI.

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