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La actitud de los jóvenes en verano y el 'carpe diem' ante otro posible encierro lastran la confianza en la “responsabilidad individual”

Jóvenes en la playa

Mónica Zas Marcos

14 de julio de 2020 22:33 h

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“Este año no toca”, dijo Fernando Simón en rueda de prensa este lunes. El portavoz de Sanidad hacía referencia a los eventos deportivos multitudinarios, como el protagonizado por los forofos del Cádiz, pero también a lo que después calificó como las “no-fiestas de los pueblos” y demás celebraciones extraoficiales que preocupan al Ejecutivo. “En esta fase de control se pueden hacer muchas cosas, nos podemos divertir, pero sin perderle el respeto al virus”, advirtió previamente el ministro Salvador Illa en referencia a algunas estampas que está dejando el verano más allá de las aficiones de fútbol.

Discotecas, botellones, chiringuitos abarrotados...escenarios que tanto Simón como otros expertos en Salud Pública relacionan inevitablemente con la juventud. Además, la media de edad de contagios en España se ha reducido mucho en las últimas semanas: es actualmente de 50,5 años en mujeres y 46,3 años en hombres.

El director de Emergencias Sanitarias achacó esta bajada a la transmisión entre trabajadores temporeros, pero también a grupos de “jóvenes y no tan jóvenes” que fomentan las situaciones de riesgo. Las ansias por las vacaciones después del estado de alarma y la sombra de un posible nuevo confinamiento en otoño hacen que, según los sociólogos, explote el sentimiento de carpe diem sobre todo entre las personas de menor edad. Y, ante esta actitud, el llamamiento a la “responsabilidad individual” por parte del Gobierno ha empezado a hacer aguas.

“La sociedad contemporánea, además de muchos otros rasgos, se define por su tremenda capacidad para olvidar y los jóvenes tienen este atributo más desarrollado”, explica el doctor en Sociología y profesor universitario Mariano Urraco. “No son egoístas, si no más bien inconscientes” porque no tienen sensación de peligro o de riesgo para su salud y la de aquellos con los que se relacionan de forma directa. Desconfía también de la eficacia de la “responsabilidad individual” en un contexto en el que “se ha vuelto a la vieja normalidad de manera desaforada” y en el que el síndrome de la cabaña parece una preocupación añeja.

El experto reconoce que, a diferencia de la generación anterior, a los más jóvenes se les ha inculcado vivir el presente. “No aplazar para después lo que puedas hacer hoy, Si no te mueves caducas y ese tipo de consignas les han configurado a nivel mental”, por eso, “estar un año sin verano, existiendo posibilidad, les parece impensable”. “La publicidad enseña que el momento es aquí y ahora, y ese presentismo en el contexto de una pandemia se vuelve en contra de la salud pública”, razona. Milagros García Barbero, exdirectora de salud en la OMS, recoge esta evidente la falta de miedo hacia el virus unida a que, en verano, “la juventud se desmadra siempre, pero este año más”.

“Los jóvenes tienen más necesidad y ansia social ahora que no están encerrados, porque no se han podido comunicar personalmente, por mucho que exista Facebook y Zoom”, comprende la también profesora de Salud Pública. “Además, hace calor, las casas no están acondicionadas y se está mejor fuera”. Por eso, apuesta por generar “una conciencia nueva de que seguimos estando en peligro. Y, cuanto más brote haya, más en peligro vamos a estar”. Mariano Urraco cree que para ello hay que hacer campañas, “que no cuñas puntuales en televisión”, de sensibilización cultural. ¿El problema? “El virus es silencioso y no existe correspondencia causa-efecto, lo que provoca que no tengamos consciencia de que nuestros actos puedan tener consecuencias en dominó en personas que ni siquiera conocemos”, desconfía el sociólogo.

García Barbero es más drástica. La edad media de los ingresos en la UVI, según la experta, ha bajado también en cuestión de dos meses, pasando de los 80 a los “55, 45 e incluso atendiendo a pacientes de 25 años”. Así, la profesora cree que la única manera de concienciar a la gente joven es recurriendo a las secuelas: “Los que salen tienen problemas respiratorios importantes y no solo respiratorios, porque el coronavirus afecta a todos los órganos. Por una tontería de irte a dar saltos a una discoteca, o irte a un botellón, quizá te has fastidiado la salud para toda la vida. Creo que ese es un mensaje aterrorizador que también hay que transmitir, como los de la DGT”.

La paradoja: menor responsabilidad ante mayores riesgos

Ya en abril, ante los primeros paseos con niños y la paulatina relajación del estado de alarma, el Gobierno comenzó a apelar a una “responsabilidad individual”, ante la que los expertos vaticinaban que lo complejo sería “mantener la tensión” entre la población. Apenas tres meses más tarde, los rebrotes y las imágenes de las celebraciones desvelan que los epidemiólogos no fallaban. “Dejarlo todo en la responsabilidad individual está claro que no funciona”, expresa García Barbero. Ni siquiera el temor a un nuevo encierro está haciendo que las medidas de prevención sanitaria calen del todo.

“Está cristalizando la idea del confinamiento en otoño de forma casi segura. Y, como expresión de ese rasgo de vivir el presente, era bastante previsible que la gente hiciese lo que está haciendo”, explica Mariano Urraco. “Intentar aprovechar el tiempo, carpe diem por lo que pueda venir después y, si no viene, que me quiten lo bailao, pero el verano no lo he perdido”, ilustra el sociólogo. Además, “el anterior encierro no ha sido lo suficientemente largo como para desarrollar pautas de conducta. Se ha interiorizado que era solo por un tiempo, pero que la vida normal seguía ahí fuera”. La exdirectiva de la OMS cree que la sociedad se ha rendido ante la actitud hedonista de disfrutar hasta que se pueda, “como el que se come el bocata y las patatas de bolsa antes de ponerse a régimen”. “Pero esto no es como si cae un meteorito: si nos vuelven a confinar será porque no hemos hecho lo que deberíamos, aunque sea solo culpa de unos pocos”, opina García Barbero.

En cuanto a los comportamientos de la gente en verano, el experto piensa que la gente se rige por el dilema del prisionero: actuar mal dando por hecho que el otro va a actuar igual o peor. “A pesar que nos digan que lo mejor es mantener ciertos comportamientos de prudencia, la gente, en previsión de que otros los van a incumplir y por su culpa nos van a confinar de nuevo, lo hace también”, refleja. En ese sentido, piensa que están siendo más efectivas la amenazas con sanciones económicas que los mensajes de que la COVID-19 sigue campando a sus anchas y saldándose víctimas.

Respecto a las multas que han impuesto algunas comunidades para fomentar el uso de las mascarillas, Fernando Simón reconoció que “las autoridades sanitarias tienen que ser capaces de controlar la transmisión y, si no la consiguen controlar solicitando a la población su responsabilidad individual, tendrán que hacerlo de otra manera”. Aún así, el epidemiólogo sigue confiando en que “la gente es lo suficientemente inteligente para saber valorar las situaciones de riesgo”. Una opinión que no comparte García Barbero, y lo ejemplifica con el aumento de rebrotes. “Cada día hay 20 o 30 focos nuevos, y el problema no son los primeros contactos, si no los asintomáticos y las carencias en el sistema de rastreos que hacen que se descontrolen”, dice la experta.

“Aquí, la responsabilidad individual tiene que tener una responsabilidad social-colectiva. Con tu propia familia y tus propios amigos, que son los principales focos de contagio”, piensa ella. Una responsabilidad que hay que inculcar sobre todo entre la gente joven, “que se mueve en grupos más amplios y escenarios con barra libre de personas en los que cualquiera puede incorporarse a las aglomeraciones y donde es imposible hacer un rastreo”.

Simón recordó que el peligro para los jóvenes no es tanto cómo les afecte el coronavirus a ellos, sino que tienen que ser conscientes de que pueden poner en riesgo a grupos vulnerables al infectarse ellos. “La vuelta a la normalidad no significa no divertirse sino divertirse de otra manera”. A lo mejor, añadió, “no moverse con un número excesivo de grupos diferentes” y “valorar mejor su círculo de amigos”. Para “la telaraña”, o transmisión comunitaria no controlada, Sanidad ha diseñado un plan para atajar los rebrotes que no dependa tanto del buen hacer “individual” de la gente, sino de un marco jurídico con indicaciones epidemiológicas y actuaciones políticas.

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