Publicar ciencia es un chollo. Pregúntele a cualquier investigador. Tal y como está montado, el sistema apenas tiene riesgos para las grandes editoriales: los científicos investigan, casi siempre utilizando fondos públicos, y envían el fruto de ese trabajo en forma de artículo a una revista, que a su vez remite el texto a otros investigadores para que de manera altruista lo evalúen: sirve, no sirve, necesita tales cambios. Cuando finalmente se da por bueno, la revista –la inmensa mayoría– cobra, o bien a quien publica o bien a quien lo lee. ¿Su aportación? Existir y, desde que todas se pasaron del papel al mundo digital, mantener un servidor y pagar algunos sueldos. “Todo el trabajo especializado se hace gratis”, resume el catedrático Curro Pérez-Bernal.
Lo anterior es una simplificación, pero básicamente describe el proceso. Y los científicos empiezan a estar un poco hartos. Hartos de ser quienes ponen el trabajo previo y el posterior de manera gratuita para luego encima tener que pagar por leer o publicar lo que ellos mismos han escrito y validado y que la revista en cuestión se lleve el beneficio. El coste por publicar oscila entre los 2.000 y los 10.000 euros por artículo, dependiendo de la revista. Con esos guarismos, las ganancias pueden ser pingües: Elsevier, el mayor grupo editorial del sector, factura unos 2.600 millones de euros anuales, con un beneficio en torno a los mil.
¿Por qué se trabaja gratis? La respuesta de los revisores –se da por hecho que el sistema de revisión por pares ni se cuestiona– orbita en torno al altruismo y el quid pro quo: “Yo lo hago porque estoy convencido de que en ciencia, si queremos que las cosas se hagan bien, hay que hacer revisiones de buena calidad de los artículos. Cuando yo envío un artículo a una revista y quiero que me lo mejoren también hacen falta expertos que lo evalúen”, expone José Manuel García, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Córdoba. “A mí lo que me mueve a revisar es colaborar en esa cadena. Igual que yo publico, leo lo que publican otros. Igual que yo necesito revisores, participo de lo mismo. Y aprendes cosas, adquieres habilidades a la hora de corregir o hacer crítica, de evaluar. También aprendes sobre temas en los que puedes no ser experta”, cuenta Carmen Álvarez-Castro, científica en el Centro Mediterráneo sobre Cambio Climático de Bolonia, Italia, y profesora en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
“Para mí es una cuestión ética”, añade Curro Pérez-Bernal, catedrático en el departamento de Ciencias Integradas en la Universidad de Huelva. “Es algo que das a la comunidad. También es un poco egoísta, porque luego quieres recibirlo. Creo que es parte del trabajo y, además, como parte de la investigación [que a veces hay que hacer para revisar un texto] también lees artículos interesantes, conoces cosas que se están haciendo o gente interesante que te puede dar ideas”, cierra. María Ángeles Martín, profesora de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid, cree que revisar “es parte del trabajo” y añade que “como sistema puede ser muy enriquecedor [que alguien te proponga mejoras] y yo saco beneficio de él”.
130 millones de horas trabajadas gratis
Pero todos son conscientes de que están alimentando un negocio millonario del que se benefician otros. Un estudio de la revista Research Integrity and Peer Review calculó que en 2020 los investigadores de EEUU dedicaron unos 130 millones de horas a evaluar 21,8 millones de artículos científicos (a seis horas la revisión). Concluía este cálculo (que está hecho por lo bajo y de forma gruesa porque no existen estadísticas oficiales) que todo ese trabajo estaría valorado, si se remunerara, en 1.500 millones de dólares. Añadía el estudio que en China ese coste se calculaba en 600 millones de dólares y en Reino Unido, en otros 400 millones. Un total de 2.000 millones solo con el trabajo de tres países.
Los autores de este estudio informan en el texto de que la única aproximación similar que encontraron a la hora de hacer su análisis databa de 2007 y, “entonces, con un número de artículos que no llegaba a la mitad del actual, se calculaba que si los revisores cobraran por su trabajo la factura ascendería a 1.900 millones de libras” (2.140 millones de euros).
Quienes se benefician de esto son las editoriales, impulsadas también por un sistema de evaluación y progreso en la carrera universitaria que exige publicar con asiduidad al punto de que el sector ha creado el aforismo “publica o perece” (publish or perish en su versión original, no es una cuestión nacional solo). Hay que publicar, tanto para progresar como para simplemente ganar más dinero: para optar a un sexenio de investigación hace falta presentar cinco trabajos en revistas top en seis años. Para ser catedrático, aparte de otros méritos, es necesario tener unos 30 artículos publicados en revistas Q1 (las mejor valoradas).
¿La solución es pagar?
Los investigadores-revisores no se ponen de acuerdo respecto a si establecer pagos por esta labor solucionaría el creciente malestar. El argumento a favor es obvio: si las empresas se están lucrando gracias a su trabajo, páguese. En contra se arguye que meter dinero en el proceso podría pervertir el sistema y encarecer, más todavía, el proceso.
Todas las personas que se dedican a ello de manera habitual consultadas para elaborar este artículo sí están de acuerdo en una cosa: si de ellos dependiera, el sistema sería gratis de principio a fin, no se pagaría por publicar ni por leer (al menos los investigadores e instituciones académicas y científicas) y bajo ese precepto no les supondría problema alguno dedicar su tiempo y su conocimiento a la causa porque a fin de cuentas, argumentan, la revisión es parte de su trabajo.
Este es el modelo en el que se mueven las revistas platino o paladio, que también existen aunque sean las menos: publicar un artículo no tiene coste, leerlo tampoco. Estas revistas, a veces vinculadas a sociedades científicas, se sostienen con fondos aportados por fundaciones u organismos similares sin ánimo de lucro. Un ejemplo sería la Fundación Scipost, que está lanzando revistas que operan bajo esta lógica y que financian, entre otras entidades, algunas universidades españolas y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). También las revistas institucionales, las que editan las facultades de universidades, por ejemplo, funcionan bajo este modelo. ¿El problema? El sistema es perverso y exige publicar en revistas catalogadas con el mayor factor de impacto para que cuente curricularmente, y a este tipo de publicación le cuesta más alcanzarlo.
Otra traba, como recuerda Pérez-Bernal, es que la industria no se va a quedar quieta viendo cómo se les escurre el negocio millonario. El catedrático recuerda el caso del Journal of High Energy Physics, una revista que empezó bajo este modelo de gratuidad y acabó siendo absorbida por la editorial Springer a cambio de una cifra que, como es habitual en el sector, no se hizo pública. El cambio de propietario trajo consigo el cambio de modelo. De platino a dorado. De gratis total a pagar por publicar.
María Ángeles Martín, que se dedica a la Historia, explica que en su campo la situación es diferente. “En Humanidades no hay tantas revistas depredadoras. No hay tanta gente pagando por publicar porque eso sucede mayoritariamente en las revistas internacionales, y las humanidades tienen un carácter más regional. Si yo escribo sobre la historia medieval de Castilla lo lógico es publicar en español y que a quien le interese lea en español”, ilustra. Por eso las revistas tienden a ser más pequeñas y, muchas de ellas, institucionales, editadas por universidades. “No están haciendo negocio”, comenta Martín, aunque desliza que por alguna razón el sistema cada vez les empuja más hacia el modelo de las disciplinas científicas.
A favor
Así, con estas reglas de juego, hay quien cree que es el momento de cobrar a las editoriales por las revisiones. “Sin pensarlo demasiado diría que sí”, expone Pérez-Bernal. “Es un trabajo que estás haciendo. Yo entiendo que no hay ninguna razón para que el refereo (argot del sector, del inglés referee, árbitro) no esté pagado, sobre todo en este caso de beneficios tan brutales”. Álvarez-Castro añade que serviría como motivador para encontrar revisores, una tarea no siempre sencilla.
José Manuel García coincide con los argumentos: “Tendría todo el sentido que hubiese remuneraciones, sobre todo en el contexto en que estamos”, explica, y cita el caso de un investigador que a modo de protesta está respondiendo a las propuestas de revisión que le llegan con una factura por sus servicios. “Él lo hace como boutade, pero tal y como está el sector y sobre todo en estas revistas que están cobrando solo por revisar, me parece sangrante que no paguen a los revisores”, comenta aludiendo al último giro de tuerca en el sector: las revistas que cobran solo por evaluar un artículo, sin garantía de publicación. “Si yo le dedico 3-4 días a evaluar un artículo y tú lo rechazas y le cobras al autor, pero a mí que hago el trabajo no me pagas, es una sinvergonzonería”.
La historiadora Martín se sitúa en un punto intermedio. “Creo que no habría que pagar a las revistas que no cobren por open access. Pero si cobran, entonces sí deberían remunerarlo. Es como el copy-left. A mí no me importa que las revisiones se consideren parte de mi trabajo, de hecho me lo paga mi universidad, pública, pero si no se está lucrando otro”.
En contra
El problema de pagar, advierten muchos revisores, es que podría generar una espiral de subida de precios. Lo explicaron tres investigadores en un artículo: “La verdad es que los pagos a los revisores solo llevarían a las editoriales a subir sus precios. Subirían los precios para cubrir el dinero que pagan a los revisores. Y volverían a subirlos para cubrir el coste de esos pagos. Las editoriales se limitarían a trasladar los costes a las bibliotecas y a los autores, extrayendo dinero adicional de los presupuestos de las bibliotecas y de los fondos de publicación de los organismos de financiación, y poniendo un porcentaje considerable en los bolsillos de las grandes editoriales”.
Precisamente por eso hay quienes creen que es una mala idea. “Estoy totalmente en contra de que se pague por revisar”, espeta Luis González, catedrático de la Universidad Complutense. “Una cosa es que las editoriales abusen, que lo hacen. Y tú puedes negarte. Pero si cobramos para revisar, inevitablemente encarece el producto. ¿Cómo puedes aspirar al modelo de acceso abierto y cobrar a la vez? Las revisiones no pueden pagarse. Como mucho algo simbólico”, razona. Y remata con otro argumento: “Si empiezo a cobrar por revisar, ¿por qué no por escribir?”.
También, apuntan otras voces, el pago sería casi inviable para editoriales más pequeñas, con márgenes de beneficio menores.
Pagar no, compensar sí
A la vez, hay grupos que no están pagando en efectivo, pero sí compensan a sus revisores. Editoriales como MDPI ofrecen descuentos para futuras publicaciones de artículos a cambio de revisiones. El caso de esta editorial es particular porque realiza unas prácticas que la comunidad define como “depredadoras” y que provocan el rechazo de muchos revisores.
“No reviso para MDPI”, expone Pérez-Bernal. “Lo hice una vez y cuando lo envié me contestaron que ya no lo necesitaban”, explica. Primera y última para él.
Esto se debió a que este tipo de editoriales, en vez del procedimiento estandarizado de proponer las revisiones a uno o dos investigadores, mandan emails casi masivos, a 15 o 20, y dan márgenes muy cortos para devolver estas revisiones. Esta práctica supone agilizar el proceso respecto a las revistas tradicionales –que pueden tardar un mes solo en encontrar revisores– y conforma parte del atractivo de publicar en sus revistas: es mucho más rápido. Pero tiene la contrapartida de que a los investigadores no les gustan las prisas –sobre todo para un trabajo altruista– y les hacen dudar de la calidad de estas revisiones.
¿Algo se está moviendo en el sector?
Los investigadores consultados creen que algo está cambiando. En los últimos años se han ido haciendo públicas las cantidades que se pagan por publicar –hasta 10.000 euros en las revistas más prestigiosas, fondos que habitualmente se detraen de los destinados a investigar– y cómo algunas editoriales se están lucrando, y crecen las voces que piden un cambio.
Ya hay por el mundo iniciativas de boicot contra las grandes editoriales, que si bien no se limitan al tema de los correctores sino a las políticas que siguen estos grupos, van extendiéndose. Famosa es la creación de Sci-Hub por una joven kazaja, que abrió la web a modo de repositorio abierto para colgar y leer artículos de manera gratuita en protesta por los costes que aplican las editoriales y le costó una denuncia de algunas editoriales y una condena de 15 millones de euros. “Estamos creando un sistema que en algún momento va a sufrir un cambio profundo porque no es sostenible”, augura Pérez-Bernal, que también prevé que “va a haber grandes resistencias por parte de las grandes editoriales porque tienen enormes beneficios.
También influyen en el rechazo las prácticas de algunas revistas, que, como explica Pérez-Bernal, “se inventan” los costes de publicar: no tienen relación alguna con el coste real y el precio de publicar se ha convertido en sí mismo en un indicador de prestigio. Más cara la revista, más calidad tiene, lo que induce a una inflación artificial que se retroalimenta.
Por último, otra circunstancia que señalan muchos investigadores. La evaluación de proyectos, otro tipo de revisión, sí se paga. “Creo que se debe a que es más difícil encontrar revisores de proyectos. Tienes que tener más habilidades que las propiamente científicas”, explica Álvarez-Castro. “Fue la primera vez que me pagaron algo”. Entre 200 y 300 euros, recuerda sin precisión.
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