El Vaticano sacudió este miércoles los cimientos de la anquilosada estructura de la Curia al anunciar que no habrá únicamente obispos en el ‘Sínodo de los Obispos’, y que, al menos, un centenar de laicos (la mitad mujeres, por expreso deseo del Papa) tendrán voz y voto en las decisiones que se puedan tomar en este foro, que arranca el próximo mes de octubre y que, durante un año, debatirá para presentar a Francisco una propuesta de Iglesia para el siglo XXI.
¿Revolución histórica? Muchos opinan que sí. Por primera vez en los últimos diecisiete siglos –desde que la Iglesia y el Imperio romano unieron sus caminos, y “el pueblo de Dios” comenzó a ser gobernado única y exclusivamente por los obispos–, hombres y mujeres laicos podrán participar directamente en la toma de decisiones en nombre de toda la Iglesia. Una costumbre que fue de uso común en los dos primeros siglos de la Cristiandad, donde las decisiones se tomaban por consenso de la comunidad, y que concluyó abruptamente cuando se determinó que únicamente los obispos tenían la potestad divina –y sacramental– para pastorear a sus ovejas.
El anuncio supone que, al fin, habrá mujeres con capacidad real de decisión en la máxima asamblea de la Iglesia a excepción de un Concilio (y de un cónclave, donde por el momento, solo participan cardenales menores de 80 años), donde se debatirán desde el organigrama de la Curia al sacerdocio femenino, pasando por la bendición de las parejas homosexuales o la comunión de los divorciados vueltos a casar. Pero, ¿hasta qué punto será importante la presencia de laicos y mujeres en el Sínodo? ¿Puede resultar que una reforma histórica pueda acabar convertida en un simple gesto, un lavado de cara?
Apenas uno de cada diez votos
El número de mujeres en el Sínodo llegará, como mucho, al 12,5% de los presentes (la mitad de los no obispos) en una asamblea que continuará siendo, eminentemente, de obispos. El relator general del Sínodo, el cardenal Hollerich, se encargaba de dejarlo claro en rueda de prensa. “No es una revolución. (…) El Sínodo continuará siendo ‘de los obispos’”, apuntó el jesuita luxemburgués, miembro del remozado C9, que esta semana tuvo su primer encuentro con el Papa, el que participaron dos purpurados españoles: Omella y Vérgez. Un senado papal en el que no hay ni un matrimonio ni un joven ni una mujer.
“Es un avance histórico, aunque insuficiente”, destacan desde la Revuelta de Mujeres en la Iglesia. Este colectivo, que aglutina a mujeres creyentes de distintas sensibilidades que luchan “hasta que la igualdad se haga costumbre” en la Iglesia, ha acogido con satisfacción la decisión del Vaticano, que califican “sin precedentes” y que “ha sido forzado por muchos colectivos de mujeres, y también de hombres”.
Sin embargo, advierten, “será importante conocer los modelos de Iglesia que representan las personas laicas participantes y el procedimiento para su elección”, pues de lo contrario se correría el riesgo de caer en un “clericalismo de laicos” que, en opinión de muchos, resultaría casi más peligroso que un gobierno exclusivo de sacerdotes y obispos.
“Este es un paso largamente deseado y pedido por las mujeres. Lo hemos incluido en las propuestas realizadas por el Consejo Católico de Mujeres a la Oficina Sinodal en octubre de 2022”, recalcan en un comunicado en el que apuntan a que se trata de “un camino hacia la soñada igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia”.
Sorpresa, alegría y esperanza
“Nos alegra observar que el activismo y la voz común de las mujeres están dando fruto y que hemos logrado abrir una grieta en el pesado muro del clericalismo, que ha impedido a las mujeres tener voz y voto en los sínodos sin justificación alguna más allá del sexismo clerical”, añade la Revuelta, que reclama que se haga realidad la petición del Sínodo de que las mujeres elegidas sean el 50% de los no obispos, “y que en esta lista esté representada la diversidad de personas que formamos el Pueblo de Dios”.
Por su parte, la jesuitina española María Luisa Berzosa, quien con casi total seguridad participará en este histórico Sínodo, ha mostrado su “gran alegría” por un paso “sorprendente pero también esperado, intuido, deseado, solicitado muchas veces”.
“Creo que es coherente con el proceso sinodal que vivimos, porque tiene la novedad de la invitación universal, todo el Pueblo de Dios puede decir su palabra, inclusive personas creyentes e increyentes”, añade Berzosa, que insiste en que la toma de decisiones no puede darse “prescindiendo de una gran parte de la comunidad eclesial”.
“Imagino que a algunos obispos, como a otras personas, pueden no agradarles ciertos cambios. Sabemos que hay resistencias fuertes, pero la vida se impone y esta es dinámica. Siempre será más rico el diálogo plural, como es la iglesia, y no solamente que una parte decida todo”, culmina la religiosa española.
Cristina Inogés, la primera mujer en la historia en abrir un Sínodo (llevó a cabo la primera reflexión durante la apertura de este proceso sinodal en el Vaticano hace un par de años) se ha mostrado sorprendida por lo que califica como “gran avance impensable hace unos días” para permitir el voto de mujeres y laicos: “No puede ser que unos pocos decidan por todos; no puede ser que se tomen decisiones sin tener en cuenta las peculiaridades y diferencias culturales; no puede ser que algunos varones decidan siempre por las mujeres (…). En el gobierno de la Iglesia tiene que estar representado todo el pueblo de Dios”.
Para esta teóloga española, “estamos ante los primeros pasos de lo que debe ser la Iglesia del futuro”. “Es un paso muy importante y muestra la libertad con la que actúa Francisco”, señala.
Elegidas “a dedo” y con “prudencia”
Mucho más cauta se muestra la teóloga colombiana Consuelo Vélez, quien saluda el paso dado que, en su opinión, demuestra cómo “muchas cosas podrían cambiar si hay la voluntad de hacerlo, sin buscar tantas justificaciones o excusas”.
“Sin embargo”, matiza, “esta decisión tiene sus ‘peros’: solo serán un 25% del total de miembros, y las personas que participen serán elegidas 'a dedo' por Francisco de una lista que le proporcionarán los que lideraron las siete reuniones de la Etapa continental”.
Entre los criterios para la elección, lamenta Vélez, hay dos “filtros”: sus conocimientos y su “prudencia”. “Y, habitualmente, en nuestros grupos eclesiales ser prudente es no decir las cosas directamente, no pensar diferente, no insistir, no mantener una postura crítica y todo esto es una buena táctica para ser llamado y permanecer en esos grupos de participación eclesial. ¿Esto es lo que se espera de las voces laicas en el sínodo?”, denuncia la teóloga, quien espera que, al fin, “llegue el día en que se quieran escuchar las voces discordantes, distintas, de otras perspectivas, con preguntas hondas, sin miedo a la reflexión crítica y a las propuestas audaces”.
“Bien por el paso dado para la reunión del sínodo”, concluye Vélez, “pero sigue urgente una reforma de la Iglesia en la que no sea la voluntad de un pontífice la que permita algunos cambios (…). Hay mucha más conciencia en el laicado, y especialmente en las mujeres, de que la exclusión en razón del sexo no puede seguir manteniéndose en el seno de la Iglesia”.
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