“Sonido, cámara... y acción”. Suena a tópico pero es la frase que la directora grita justo antes de que la claqueta suene y la habitación quede en total silencio. En realidad no es una, sino dos habitaciones conectadas entre sí por una puerta: en una de las salas, la directora, la jefa de fotografía, la de vestuario y otras 13 personas vigilan pantallas y controles; en la otra, una actriz y un actor comienzan su tarea. “Hoy vamos a hacer lo que a mí me apetezca”, le susurra ella a él.
Son las 16:37 de un martes de verano en Barcelona y esta tarde se rueda uno de los cortos eróticos de Erika Lust, una de las directoras más conocidas del porno alternativo. Ella es la cara más visible de un movimiento que lleva años intentando cambiar una de las industrias con peor imagen. Hacer otro porno es posible, sostiene, uno en el que el consentimiento y los derechos laborales estén en el centro. Un porno en el que el sexo y el placer se cuentan de otra manera, lejos de la mirada tópica, estereotipada y machista de la industria mainstream.
Más que follar, en el rodaje se habla mucho. Ya en el casting, el equipo habla con cada actor y actriz para conocer sus líneas rojas, sus preferencias y necesidades. Una vez elegidos los performers, esas charlas se repiten varias veces, la última justo antes del rodaje
Lo primero que sorprende es que, más que follar, en el rodaje se habla, se habla mucho. Ya en el casting, el equipo conversa con cada actor y actriz para conocer sus líneas rojas, sus preferencias y necesidades. Una vez elegidos los performers, esas charlas, las sex talks, se repiten varias veces, la última justo antes del rodaje, y es una de las señas de identidad de esta manera de hacer porno.
En una de las habitaciones de este piso de Barcelona, el actor y la actriz charlan tranquilamente con Erika Lust y con la coordinadora de intimidad de esta película, María Riot. “¿Hay alguna parte de vuestro cuerpo que no queráis que se vea? ¿Te apetece que te toquen los pezones? ¿Hay algo que os apetezca hacer especialmente o que no queráis? ¿Te gustaría tener un orgasmo, varios, prefieres que no...?”. Ella y él se lo piensan, responden, intercambian ideas. Directora y coordinadora apuntan todo en un papel y comentan el guion, que se combina con las preferencias de actores y actrices. Las prácticas que sí pueden estar presentes en esa grabación y también las que no, deben quedar por escrito en un documento accesible para todas las partes.
Aún así, todo es susceptible de revisarse en cualquier momento. “El consentimiento no es estático, igual en la primera reunión dijiste que sí a algunas prácticas y el día de la grabación por lo que sea quieres modificar algo”, cuenta Riot. Su cometido como coordinadora de intimidad –otra de las características del porno alternativo– es estar pendiente de que todo lo pactado se cumpla y comprobar que los performers estén bien. Funciona como bisagra entre actores, actrices y la dirección, vigila que no haya sorpresas de última hora, y que las grabaciones se hagan con toda la delicadeza posible, por ejemplo, reduciendo el número de personas que estarán alrededor.
Salir del encasillamiento
“La gente suele pensar que la pornografía es antiética y antifeminista. La pornografía es sexo explícito y la puedes hacer con los valores que tú tengas. El problema es que ha estado funcionando como un espejo de los valores dominantes que tenemos en la sociedad, que son machistas, y que muestran a las mujeres como objetos, como unas herramientas para colmar el deseo de los hombres”, afirma Erika Lust. La directora dialoga con el equipo, da órdenes, pide buenos encuadres y también planos “más soft”, mientras actor y actriz terminan de prepararse para grabar.
La seña de identidad de este cine, explica, es pensar en lo que se hace y tratar a quienes participan como sujetos con derechos: “Hay que pensar en cómo estás representando a las personas, a los géneros, cómo creamos los personajes, cómo es el equilibrio de poder entre ellos, cómo expresan su identidad... y cuidar de la gente que participa”. Si bien en el porno mainstream pueden encontrarse prácticamente todo tipo de cuerpos, prácticas o sexualidades, Lust apunta a que la pornografía alternativa huye de categorizar y fetichizar con etiquetas: “A veces no es lo que cuentas sino cómo lo cuentas”.
"La gente suele pensar que la pornografía que es antiética y antifeminista. La pornografía es sexo explícito y la puedes hacer con los valores que tú tengas. El problema es que ha estado funcionando como un espejo de los valores dominantes que tenemos en la sociedad, que son machistas, y que muestran a las mujeres como objetos, como unas herramientas para colmar el deseo de los hombres
“Este porno se suele salir de los lugares más encasillados, con personas o prácticas más fetichizadas, roles de género, mujeres sumisas o muy dominantes, gay, lésbico o hetero... ”, constata María Riot. En muchos de estos cortos no hace falta ir a la categoría 'gay' o 'dominantas' para encontrar hombres que se besan o que hacen felaciones a otros, mujeres que a veces toman las riendas o que se dejan hacer, personas trans, cuerpos con tallas y formas muy variadas.
Límites y deseos
Sylvan, el actor que protagoniza el corto de esta tarde, tiene 33 años, es de Sabadell, y lleva una década en la industria. “Me tiré un año haciendo porno mainstream, desde hace ocho años solo lo hago si necesito pasta y la producción es buena. La diferencia para mí es cómo me siento. Si trabajas con actores de mainstream se nota en las actitudes, cómo tienen sexo, cómo agarran... No se pregunta antes, se hace y ya. No se respetan tanto los límites de las personas, aquí el mismo día del rodaje volvemos a hablar de lo que dijimos en la reunión previa, porque igual estás más cansado o te encuentras de otra manera. Aquí no es coreografiado, tenemos sexo como queremos tenerlo, no te piden 12 minutos de esto, cuatro de esto otro y la corrida en la cara”, cuenta Sylvan, que habla también de mejores condiciones económicas y de un producto final mucho más cuidado y cinematográfico.
El rodaje de la tarde avanza: ella es una dominanta que maneja la sesión de sexo con él, que se deja hacer y acata órdenes. “Pero si en algún momento es demasiado hay una palabra de seguridad que podemos utilizar...”, pronuncia ella antes de que comience la parte más dura. Él asiente y ella le clava el tacón de su stiletto en la espalda, el fetichismo por los zapatos forma parte del argumento. Esos segundos serán parte de la escena. “Cuando hacemos, por ejemplo, prácticas BDSM quiero mostrar la dinámica e introducir esas conversaciones para que la gente entienda cuáles son las reglas de ese juego, quién quiere qué y cómo van a comunicarlo”, explica la directora.
"En el mainsteam no se pregunta antes, se hace y ya. No se respetan tanto los límites de las personas, aquí el mismo día del rodaje volvemos a hablar de lo que dijimos en la reunión previa, porque igual estás más cansado o te encuentras de otra manera. Aquí no es coreografiado, tenemos sexo como queremos tenerlo, en el mainstream te piden doce minutos de esto, cuatro de esto otro y la corrida en la cara", cuenta Sylvan, actor
En hora y media de grabación solo hay dos parones: el primero, para retirar un micro que la protagonista tenía encajado en su ropa interior antes de desnudarse; el segundo, porque el actor lo pide: se le ha entrecortado la respiración y necesita un pañuelo. La escena prosigue justo donde la dejaron, con él sentado detrás de ella y ella manejando los dedos de él dentro de su coño. Aunque hay penetración, el condón no aparece en escena. Es el acuerdo al que han llegado actor y actriz. La rutina es hacer pruebas de ITS al menos 14 días antes de la grabación y también preguntar por la contracepción.
Erika Lust puntualiza que la presencia o no del condón depende de las preferencias de los performers y, en ocasiones, también de la trama. “Muchos actores y actrices prefieren no usarlo porque lo que en la vida real son 10 o 15 minutos, en una escena pueden ser 40 o 60, hay mucho más tiempo de fricción y puede ser más incómodo”. La directora subraya que la conversación sobre la prevención forma siempre parte de la preparación de una película y que en muchas ocasiones se buscan performers que se conozcan para facilitar el entendimiento y la intimidad.
Erecciones y orgasmos
Al día siguiente, Lust y su equipo graban otro de sus cortos, esta vez en una mítica sala de fiestas de Barcelona: La Paloma. Todas las protagonistas son mujeres y el rodaje ocupa el día entero. Una de las actrices es Calita Fire, de 36 años. Hace cuatro, en plena pandemia, pasó de trabajar en Londres en una ONG especializada en atender a personas refugiadas a dedicarse al mundo del porno. “Perdí mi trabajo y llevaba mucho tiempo queriendo hacer esto, no es que no tuviera otra opción”, subraya. Abrió un perfil en OnlyFans y se mudó a Barcelona con el objetivo de trabajar con Erika Lust, a quien conocía desde hacía años y tenía como un “símbolo feminista”: “Quería combinar mi trabajo con mis valores, hacer porno en un mundo que está intentando cambiar las cosas, tanto para la gente que trabaja en él como para quien lo ve”.
Y, ¿qué hace diferente este porno? “Tener las conversaciones antes, tratar a los actores como personas con sus necesidades, la libertad en el sexo, aquí se corta poco en el rodaje. Hay un poco de coreografía, porque es una peli, pero puedes fluir más. En el mainstream nunca se preocupan de qué te da placer”, enumera Calita, que se define como feminista sin dudarlo.
La actriz defiende la figura de la coordinadora de intimidad como una presencia imprescindible en los rodajes. En cuanto a salario y condiciones, asegura que grandes empresas mainstream pueden pagar como otras más indies, y que ese caché también depende del éxito del actor o de la actriz y de su capacidad para elegir qué películas hace.
Tener un orgasmo auténtico es difícil en medio de un set de rodaje, “pero también puede serlo para muchas con sus propios novios”, agrega Calita, así que la clave es crear el mejor ambiente posible e intentar incorporar los juguetes o elementos que las actrices deseen. “A veces hay que fingir, con la presión es difícil. Como en el mundo real, hay gente que se corre fácil, otra no, tampoco siempre quieres tener un orgasmo”.
¿Qué pasa si una actriz tiene la regla o si siente dolor en algún momento? En el primer caso, la coordinadora de intimidad, que se encarga del material que pueda hacer falta, tiene a mano unas esponjas que cualquiera –no solo si grabas porno– puede utilizar para cortar el sangrado durante un tiempo. Si hay molestia, bien por la regla o por cualquier otro motivo, cualquier performer puede pedir un descanso o cambiar alguna práctica.
“La coordinadora de intimidad ayuda, pero nadie puede leer tu mente. También en los sets más cuidados puede costar pedir parar o que se cambie algo; también sucede en el sexo personal. Hay quien se siente culpable por pedir una pausa pero hay que hacerlo. A veces me he sentido muy bien diciendo lo que necesitaba, otras no. Me gustaría decir que siempre ha sido todo ideal pero no, y tampoco es que todos los que nos dedicamos a esto seamos vulnerables como quieren hacer ver, pero hacer sexo es intenso y hay que cuidar a la gente”, relata la actriz, que se siente afortunada por haber empezado en el porno con 32 años, con las cosas más claras, y con otras ocupaciones que le permiten elegir. “Hay gente que viene de otros países con 18 años y se pone ahí y hace cualquier cosa. No todos podemos decidir trabajar para una o dos empresas”.
Si una actriz tiene la regla o si siente dolor en algún momento puede pedir un parón, cambiar las prácticas que quiere o no hacer, o utilizar unas esponjas específicas para cortar el sangrado durante unas horas
En el rodaje de la tarde anterior, hay un aplauso contenido cuando él, Sylvan, eyacula. Es difícil mantener una erección mucho rato en público, comentan, y más aún eyacular, así que esa imagen es muy codiciada en el porno. “Si no la hubiese tenido, hubiéramos hecho otras cosas, sientes menos presión si te hacen sentir que no es imprescindible”, asegura el actor, “en una productora mainstream si no te empalmas o si no consigues más o menos disimularlo, no cobras, se cancela la grabación”. Eso hace, cuenta, que los performers utilicen con frecuencias viagra o inyecciones para conseguir mantener la erección.
“El trabajo no es fácil, requiere conocerte muy bien a ti, lo que te gusta, lo que no, poder expresarlo bien. Yo antes del rodaje me siento conmigo mismo, respiro, 48 horas antes intento no tener ninguna erección. Trato de tener el mismo sexo que tendría en casa para pasármelo bien, estoy actuando pero disfrutando. Si interpreto a un cliente que va a ver a una dominante, pues pienso qué haría yo”, cuenta.
¿Ético, feminista o nada de eso?
Las etiquetas de “feminista” o “ético” están en entredicho desde diferentes lugares. Dentro del mismo porno alternativo se discute si están sirviendo para reproducir la idea de que la mayoría del porno es necesariamente malo. Paulita Pappel es la creadora de la productora HardWerk y, aunque en sus comienzos utilizó esas definiciones, ahora es escéptica: “Pensar que todo el mainstream es 'malo' es seguir con la misma idea de que las mujeres no tienen una sexualidad autónoma y que todas están explotadas”. Critica, además, que algunas plataformas “puramente capitalistas” utilizan estos conceptos para hacer negocio pero sin cambiar nada.
Pappel tiene 37 años y lleva 14 haciendo porno, primero como performer, ahora sobre todo detrás de la cámara y de la producción, aunque también a veces delante de la pantalla. “Al principio tenía un conflicto: educada como feminista me habían inculcado que el porno y el trabajo sexual eran la herramienta del patriarcado para explotar a las mujeres, pero a la vez tenia una fascinación por el porno como un lugar donde el sexo puede estar libre de imposiciones, es sexo por el sexo, por el placer”, afirma.
En la universidad y, más tarde, en Berlín, dio con otras visiones y también con una comunidad feminista y queer que hacía porno como parte de su activismo. Ahí empezó su camino, que ahora pasa por Hardwerck y Lustery, ambas plataformas de pago, como sucede con la de Erika Lust. Para este porno, pagar por el producto es parte de su filosofía para garantizar calidad y derechos.
Pero también desde dentro del feminismo existe una dura crítica al porno. La teórica Ana de Miguel, autora de Neoliberalismo sexual: El mito de la libre elección, cree imposible hablar de porno feminista y considera que hacerlo es legitimar “toda” la pornografía. Argumenta que páginas web como PornHub lo convertirán en una “pestaña más” y se escudarán en que cada cual podrá elegir qué ver. “Que hagan una pornografía no violenta o igualitaria... pero feminista es algo que no estoy de acuerdo porque el feminismo es una teoría crítica de la sociedad como lo es el socialismo, el ecologismo... Suena a pitorreo”, asegura. Feminista no puede ser una palabra, prosigue, que sirva para “calificar todo tipo de actividades” y, al mismo tiempo, avisa, puede convertirse en un adjetivo que “legitime un negocio o venda un producto”.
"Al principio tenía un conflicto: educada como feminista me habían inculcado que el porno y el trabajo sexual eran la herramienta del patriarcado para explotar a las mujeres, pero a la vez tenia una fascinación por el porno como un lugar donde el sexo puede estar libre de imposiciones, es sexo por el sexo, por el placer", afirma la creadora Paulita Pappel
Erika Lust asegura que le encantaría no tener que utilizar este tipo de etiquetas pero defiende que es la única manera de comunicar rápidamente lo que hacen: “Si no, necesitaríamos una conversación de cinco minutos para contárselo y vivimos en un mundo en el que eso es difícil. Y queremos transmitirlo porque la realidad es que no toda la pornografía está hecha con ética y convicciones”. La directora asegura que la existencia de productoras y creadoras de porno alternativo ha hecho que la industria “se mueva” y empiece a incorporar prácticas como las sex talks o a tener en cuenta otros enfoques.
“En su momento la etiqueta de feminista sirvió para visibilizar que se estaba intentando hacer un porno con mejores condiciones y que había mujeres haciendo porno porque les gusta, pero en estos tiempos abrazar la palabra porno, sin ningún tipo de etiqueta, es aún más transgresor para cambiar la percepción que se tiene del porno en general y entender que hay muchas maneras de hacerlo”, reflexiona por su parte María Riot.
Sylvan y Calita Fire hablan también del estigma que sufren las personas que se dedican a la pornografía. Sylvan tuvo que irse de su pueblo, recuerda, “no estaba cómodo”. Pero cuando su carrera se consolidó, volvió: “Ellas van a ganar más dinero que un hombre, porque la mayoría de seguidores son hombres, pero ser actriz porno es socialmente más negativo que ser actor porno”.
Calita Fire perdió el contacto con una parte de su familia y vio cómo algunas personas de su entorno laboral cambiaron radicalmente su actitud hacia ella: “Antes me veían buena persona y ahora no. A alguien que quiera dedicarse a esto le diría que se lo pensara bien”. Para María Riot, “la criminalización y el estigma” son las peores cosas de su trabajo. Por ejemplo, añade, puede traer problemas con la familia o cuando alguien quiere buscar un trabajo diferente. “Nos afecta mucho”, resume.
Pagar o no pagar
Mientras las plataformas alternativas buscan crear comunidades conscientes de la necesidad de pagar por un porno de calidad, las páginas webs de tubes o vídeos cortos siguen copando el tráfico en Internet. Su acceso sumamente fácil ha hecho que estén en el punto de mira por el consumo entre los jóvenes y su posible impacto en sus comportamientos, especialmente ante la carencia de educación sexual. El Gobierno está impulsando una polémica norma que obligará a los fabricantes a instalar un sistema de control parental en móviles, ordenadores y televisores para intentar impedir el acceso de los menores a este tipo de contenidos.
Desde este lado del porno, señalan que los relatos que buscan prohibirlo o que lo hacen el gran culpable de las agresiones sexuales o el machismo están sesgados y contagiados de una visión moralizante. De acuerdo con que el acceso a los menores debe limitarse de alguna forma, apuntan a la falta de educación sexual y a la facilidad con la que niños y niñas cuentan con dispositivos propios desde muy pequeños.
“Hay quien dice que es ficción y hay quien dice que 'enseña', pero es ambas cosas y por eso para mí es importante trabajar aquí y dejé de hacer lo otro”, asegura Sylvan. También Calita Fire argumenta que, si bien existen problemas en la industria del porno, también los hay en Hollywood “y nadie dice que hay cerrarlo”. Hay que tener estándares más estrictos, apunta, y dejar de lado de la idea de que ver porno es en sí mismo “algo malo”. Ambos se muestran convencidos de que hay que cuidar a los menores de la exposición temprana y del riesgo de que esa ventana a la ficción se convierta en su educación sexual.
“Los tubes online han cambiado mucho la pornografía, pero los discursos alarmistas echan la culpa de todo al porno, que nunca tuvo la intención ni el propósito de ser quien educa a los jóvenes en el sexo. La sociedad ha tardado mucho en reaccionar y lo primero que se nos ocurre es pensar en la censura en lugar de abordar la situación de manera más amplia, como un problema estructural”, concluye Erika Lust.