Cuando salir de casa de tus padres se convierte en un imposible: “Sientes que no has avanzado en la vida”

“Si te paras a pensarlo, es un poco triste. Se ha normalizado algo que no se debería haber normalizado”. Guillermo tiene 25 años y vive con sus padres en Madrid. Le gustaría emanciparse, irse de casa. Pero no puede. Los jóvenes cada vez se independizan más tarde y en peores condiciones. Es una tendencia que observamos desde hace años: a pesar de que trabajan, no pueden volar del nido porque no les dan los números. Estas han sido las conclusiones del último informe del observatorio del Consejo de la Juventud de España (CJE) presentado este lunes. Y del anterior. Y probablemente del próximo. Una realidad que deja a toda una generación “sin expectativas y desmotivada”.

En España, más del 70% de los jóvenes que trabajan siguen viviendo con sus padres, mientras que la edad media a la que estos se van asciende ya a 30,4 años. Además, la organización advierte que la mayoría de quienes se emancipan lo hacen “en peores condiciones”.

“Estamos hablando de una generación que no está bien, y estar bien también es tener acceso a una vivienda, a un trabajo digno, a poder irse de vacaciones o a tener hijos, si se desea”, añade Andrea González, presidenta del CJE.

Te sientes totalmente dependiente de otra persona, te limita a la hora de conocer gente, incluso de buscar pareja. Vives con tus padres como cuando tenías 17 años, y eso te afecta psicológicamente porque sientes como que no has avanzado en la vida

Algunos lo han intentado. Es el caso de Alba, de 26 años, que trabaja en comunicación y vive junto a su familia en Gandía. “Me he intentado independizar dos veces, la primera fue con 19 años por la carrera, y la última hace dos años y medio, cuando me mudé a Madrid para buscar trabajo”. Su caso es también el de muchos: la obligación de salir de casa para encontrar trabajo en una ciudad grande pero dejando todo su dinero en alquiler y otros gastos. Al volver, Alba pensó que lo mejor sería regresar a casa de sus padres porque si seguía “pagando tanto dinero de alquiler, jamás” se iba a poder “independizar bien”.

La joven hace cuentas. “Me tuve que comprar un coche para ir a trabajar, lo que es un gasto mensual que tengo, si pagase el alquiler de un piso serían unos 800 euros más al mes, y si tienes pareja y compartes gastos, vale, pero es que no quiero estar con 27 años compartiendo piso”, asegura Alba. Y esa es otra de las claves que arroja el texto: quienes se vean obligados a independizarse, en un amplio porcentaje lo harán o con la pareja o con compañeros de piso. Una tendencia que, teme González, se pueda cronificar si no se toman medidas.

Altos precios y bajos salarios

David tiene 35 años. Lleva en el mismo trabajo desde hace seis años; se emancipó pero tuvo que regresar con su madre. Le gustaría poder vivir él solo pero simplemente lo ve “imposible” con su sueldo. También mira las cuentas: alquiler 500 euros como mínimo en su pueblo de Toledo. A eso se le suman los gastos del agua, el internet, pagar la luz y claro, comer. “Te sientes totalmente dependiente de otra persona, te limita a la hora de conocer gente, incluso de buscar pareja. Vives con tus padres como cuando tenías 17 años, y eso te afecta psicológicamente porque sientes como que no has avanzado en la vida”.

Entre los factores que explican esta situación, la presidenta del CJE se centra en dos claros: los altos precios de los alquileres y de la compra de vivienda y los contratos precarios a las personas más jóvenes. González explica qué puede suponer para una generación asumir esta realidad: “Es la sensación de que nada va a ser como antes, que nunca tendremos un piso en propiedad. Es lo peor que le puede pasar a la sociedad, tener una generación sin expectativas y desmotivada”.

“La respuesta a la pregunta de si te puedes independizar la encuentras rápido, y es un no”, resume Guillermo, que trabaja como contable. El joven critica los bajos sueldos a los que se enfrentan las personas recién graduadas. “Ahora mismo, el que se independiza así vive de alquiler a años vista”, afirma. Lo que lleva, a su vez, a otra realidad: la de los jóvenes que sí han salido de casa para irse de alquiler intentando retorcer los salarios, pero que no ven en el horizonte la posibilidad de tener una vivienda propia. Ese es el caso de Patricia, que salió de casa con 31 años y que ahora, con 34 y una carrera como investigadora, no cree que pueda dar ese salto. “Como trabajo en investigación tampoco tengo estabilidad, no tengo nada duradero y es un poco agobiante”, reconoce.

“La frustración reina entre los jóvenes”

Pero ¿realmente qué consecuencias puede suponer esta situación? El sociólogo Alberto Sotillos lo explica: la consecuencia más lógica es el cambio en el tamaño de las familias. “No solo decrece, sino que directamente pasa a cero”, algo que puede provocar estrés. “Hay una presión social con el concepto de familia y no es fácil quitarse ese peso. Además, genera estrés el hecho de convivir con otras personas y no tener un espacio personal. No nos sentimos en plenitud, no nos sentimos seres socialmente completos. No nos sentimos parte de la sociedad, y cuando un grupo se siente excluido, se pueden dar comportamientos más extraños, como la radicalización de las posturas”, argumenta, en conversación con este periódico.

“Creo que la frustración reina entre los jóvenes porque no puedes llegar al estándar que tenías en tu mente, en el que te han educado”, explica Alba. “En el instituto nos preguntaron cómo nos veíamos dentro de diez años: con un trabajo, estabilidad, pareja, una casa, pensando en tener hijos. Creo que mucha gente llega a los 30 y dicen, no tengo nada de eso, y luego qué”, añade. “Es complicado, pero así es la vida de muchos jóvenes: llegas a la treintena y no es como te lo habían pintado, tus expectativas no se cumplen. Llegas con frustración”.

“Lo hablo con amigos y siento que somos una generación un poco engañada. Nos dijeron que estudiáramos una carrera, pero ahora nos vemos con treinta y pico sin estabilidad económica, laboral ni emocional”, reconoce David.

Y esa frustración es la que puede llevar a la desafección política y a que los jóvenes se sientan alejados de las instituciones. “No está representada esa sociedad nueva absolutamente alejada de ese concepto de grupo”, continúa Sotillos, lo que puede desencadenar en reacciones como pensar que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y “volver a posiciones más tradicionalistas, como recuperar el sentido de la familia más estricto”, pero también que otros jóvenes “se sientan aislados y dejen de ser sociales”. “Esa carencia [la de sentirse parte del grupo] se suple por otras vías, como la ampliación del número de festivales. Los jóvenes invierten su poco dinero en pasarlo bien, a veces se ve como negativo, pero son esos encuentros los que generan una comunidad en la que se sienten integrados, permiten que el individuo se sienta parte de algo”.

¿Y las soluciones? Tanto los jóvenes consultados como desde el CJE reconocen que las ayudas estatales como el Bono Alquiler Joven aunque ayudan, no son suficientes y no atajan la raíz del problema. “No basta con dar ayudas a alquileres. Eso es un parche, no una solución”, explica Alba. “Ahora mismo el alquiler no se entiende como una cosa temporal. Si la ayuda son dos años, vale ¿y después de los dos años, qué? ahí quién te asegura nada”, añade Guillermo.

Lo mismo sucede con otras como los avales del Gobierno para la compra de vivienda, destinados a jóvenes y familias que tengan menores a cargo. “No solucionan el verdadero problema, hay que ejecutar la ley de vivienda, regular el alquiler o construir un parque de vivienda público suficiente”, explica la presidenta de la organización juvenil.