Viveka Goyanes dejó España a finales de 2012 para establecerse en Londres, una de las capitales de la moda, su profesión, donde pasó siete años trabajando para una marca de ropa. El choque con la pandemia le llegó acompañado de una carta de despido y, como banda sonora incidental, la amenazante cuenta atrás para el Brexit. Toda su vida se desarmó de un día para otro. “He de decir que el año anterior había tenido una crisis bastante grande acerca de si volver a la tierra o no, así que también continuaba con esas dudas. Finalmente me decidí a dar el paso aunque no estaba completamente segura”, cuenta ahora desde A Coruña, la ciudad a la que regresó hace unos meses. “Al principio estaba muy de bajón y deprimida, la realidad es que abandonar por completo la vida que tenía en Reino Unido requirió un proceso de duelo y aceptación real. Por un tiempo no me podía creer que no fuese a volver a mi casa en Londres y tenía una gran sensación de desolación y pérdida”, recuerda.
Está muy poco estudiado, no hay especialidad que lo enseñe, ni gabinetes de asistencia psicológica especializada o servicios gratuitos de apoyo dentro de los programas de retorno de los migrantes, pero lo que Viveka experimentó se denomina duelo migratorio y choque cultural inverso, algo que puede derivar en problemas de salud mental como la depresión, según indica la psicóloga sanitaria Miriam González Pablo. Se habla de duelo porque hay una pérdida, no de una persona pero sí de un entorno y unas condiciones de vida, y de choque cultural inverso porque hay una orfandad. “La persona regresa y su casa ya no es su casa. Piensa que vuelve a su cultura pero en realidad se ha adaptado a otra cultura, a otra comida, a otros horarios. Además, al emigrar, la vida continúa en el país de origen pero al retornar, espera encontrar lo mismo que dejó. Las personas que reencuentra en el país no entienden esa orfandad, creen que debería estar feliz”, explica la psicóloga.
Aunque es un proceso que suele durar un tiempo, hay muchas personas que nunca superan el trauma y focalizan su vida en volver a irse, hasta que finalmente se van de nuevo o bien sufren durante años si no piden ayuda psicológica a tiempo. González Pablo confirma la casi inexistencia de programas públicos que presten este tipo de ayuda. La iniciativa Volvemos de retorno de emigrantes a España ha colaborado en la formación de psicólogos para el Gobierno de Aragón, que ha incorporado un servicio gratuito de apoyo psicológico para mitigar el duelo migratorio y el choque cultural inverso a su programa Plan de Retorno del Talento Joven Aragonés. Por su parte, Volvemos también ha lanzado un servicio, de pago, para el acompañamiento psicológico en el que trabaja un grupo de profesionales de la psicología especializados en emigración y retorno. Una de ellas es Celia Arroyo, para quien el choque cultural inverso “es como una segunda migración”. Arroyo coincide en que se entiende mejor socialmente el duelo migratorio al abandonar el país de origen que el que sucede al retornar. “La gente se pregunta cómo va a ser difícil volver a casa” pero ella ha constatado que lo es: adaptarse a la cultura laboral española de “calentar la silla”, encontrar de repente demasiado intrusiva la manera de relacionarse con los otros o el deseo y a la vez la dificultad de implementar en España los hábitos de vida que han adquirido en el extranjero, como los horarios de las comidas.
Ahora los de la pandilla tienen hijos
En el entorno de la persona retornada se crea una falta de comprensión, no solo porque el migrante retornado ha cambiado sino también porque sus familiares y amigos sienten que en la acción migrante del otro hay un rechazo al país, tanto a la hora de irse como al decidir volver y no conseguir readaptarse. Eso genera situaciones que complican el estado psicológico del migrante retornado. “Sus amigos han cambiado tanto, y ellos también lo han hecho, que necesitan buscar las amistades de otros retornados que puedan entender la experiencia de sentirse con un pie en cada país”, señala Arroyo. Las ausencias de diez años, que suele ser un ciclo vital habitual en la migración, es suficiente tiempo como para que la España de la que se fueron ya no exista y los amigos que dejaron en una situación vital estén ahora en otra bien diferente, como dejarlos en la pandilla pero reencontrarlos en pareja con hijos. “La vida ha seguido su curso en España y ellos no estaban, por lo que volver a casa es una experiencia decepcionante que no encaja con lo que esperaban, lo cual es descorazonador”, detalla Celia Arroyo.
“Pasados unos años [en el extranjero] el emigrante se plantea si debería volverse a su país o quedarse para siempre en el país de acogida. El nuevo país les ofrece un trabajo y un salario pero en España tienen a su familia, a sus amigos y a sus raíces, una sensación que puede convertir en frustración al sentir que se pertenece a dos lugares diferentes”, se dice en el documental Entre dos tierras, de Javier Moreno Caballero, que habla sobre el duelo migratorio. Este duelo pasa por varias fases. Si todo va bien, se consiguen las metas que la persona se había propuesto al emprender el viaje: aprender un idioma, conseguir un buen trabajo, una vivienda digna. Y, a pesar de eso, a veces sucede que “se encuentran mal, que tienen angustia, tristeza o alguna manifestación somática”, apunta Arroyo. Aunque también hay ganancias, la migración está llena de pérdidas: “Se dan cuenta de que han vivido con el piloto automático puesto y no han pensado lo que han perdido, como la capacidad de comunicarse en su propio idioma, la pérdida de los seres queridos, de los que nos conocieron de niños y saben quiénes somos. También se pierde estatus social, por el hecho de ser extranjero y hablar con un acento diferente, hay un techo de cristal que no consiguen pasar”. E incluso se crean sentimientos ambivalentes, como los que provoca tener un hijo en un país que no es el propio, de una cultura que no se acaba de comprender, aceptar o querer, y ver al hijo arraigado en esa cultura, como es el caso de una paciente de Arroyo que había emigrado a Holanda; “la identidad se pone en entredicho”.
Los periodos de duelo migratorio abren la puerta a las vulnerabilidades y por ello hay una estrecha relación con la violencia de género, señala Arroyo. “Hay que abordar la parte del proceso migratorio en las situaciones de maltrato. Muchas mujeres se encuentran con hombres que les dicen que les van a ayudar y lo que hacen es manipularlas y utilizar sus dificultades para que dependan de ellos. Y así, poco a poco, empieza el maltrato. En España hay muchos recursos psicosociales donde el 80% de los que lo utilizan son migrantes pero en cambio no se trata el duelo migratorio”.
La España romántica
Las psicólogas coinciden en que al cabo de un tiempo, el emigrado comienza a idealizar la tierra que deja atrás. Una paciente de Celia Arroyo le hablaba con nostalgia del “azul España”. Viveka admite que efectivamente hay “una romantización” pero que, tras el choque cultural inverso, se empieza a ver que aunque tiene una parte de fantasía y tópico, otra parte está basada en cosas reales, que se van redescubriendo durante el proceso de adaptación.
Viveka no está hoy en el mismo punto que hace tres meses. “En un principio estaba muy absorbida por pensamientos negativos y sí lo sentía como un retroceso o como si no hubiese ido a ninguna parte en la vida a ciertos niveles, siendo el profesional uno de ellos, pero esta es una visión excesivamente pesimista”, explica. “La realidad es que al final todo depende del enfoque que se le de a la experiencia y a la voluntad de hacer de esta un nuevo capítulo que puede aportar cosas nuevas, diferentes y buenas. Principalmente lo reencaucé centrándome en la maravillosa comunidad de personas que me rodean aquí y en ir construyendo una nueva realidad poco a poco y la verdad es que estoy experimentando la vida en A Coruña como una experiencia de la ciudad que nunca antes había vivido y me está aportando mucho”, añade.