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Análisis

Seis asesinatos machistas en una semana, ¿qué falla? Nosotros

Cientos de personas han participado este viernes en la concentración de repulsa por el asesinato machista de Teresa Aladro. EFE/ Eloy Alonso
24 de mayo de 2021 22:48 h

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Una semana y seis víctimas mortales de la violencia machista: Warda y su hijo de siete años, María Teresa, Katia, y otras dos mujeres de las que ignoramos el nombre. Este macabro registro eleva la estadística –14 hombres han asesinado a sus parejas o exparejas en lo que va de año, 1.092 desde 2004– y hace saltar las alarmas. Los números son fríos pero sirven para medir un hecho. El problema es cuando tomamos la parte por el todo. Cuando pensamos –y así lo proyectamos a la sociedad– que esos asesinatos son la violencia de género y no solo una parte, la más extrema y visible.

La jueza especializada Lucía Avilés intentaba el domingo, el mismo día que conocíamos el último asesinato machista, poner perspectiva histórica al asunto. Por ejemplo, recordando que el concepto de violencia de género se reconoció en España hace apenas 15 años. “Parece que siempre estamos en el punto actual y mucha gente no sabe de lo que estamos hablando. Hay que saber de dónde venimos para saber a dónde vamos. Hay que evidenciar que la violencia de género no existe solo cuando hablamos de feminicidios sino que engloba un amplio espectro de violencias, desde la violencia simbólica, verbal, psicológica... la expresión más brutal es el feminicidio. No se puede entender esa violencia limitada a la víctima o el victimario, muy probablemente todas podemos identificar momentos en nuestra vida en los que hayamos sufrido algún tipo de violencia, psicológica, sexual, económica o institucional”, asegura.

Porque, ¿y si las víctimas fuéramos todas? El hombre que te asaltó para mostrarte cómo se masturbaba, el que se frotó contra ti en un autobús, el que te siguió por la calle, el jefe baboso, el compañero que toca donde no debería, pero es 'una broma', el grupo que te acosó en esa calle, el chico con el que quedaste para tener sexo y acabó forzándote a algo que tú no querías, el amigo que una noche borracho decide que puede tocarte una teta o incomodarte hasta que consigues deshacerte de él, el novio que te hizo sentir una mierda pero no llegó a levantarte la mano.

La socióloga Elena Casado cuenta cómo, en sus investigaciones, muchos hombres que entrevistaban en las cárceles no se reconocían como agresores machistas. “Se nos presentan los hechos tan concretos, los protagonistas tan individualizados, casi caricaturizados, que desdibujamos lo que es el machismo. Algunos nos decían 'yo no soy ese' y, por tanto, lo que ellos hacen no lo ven como violencia machista”. En cuanto a 'las víctimas', el propio concepto está estigmatizado, muy ligado a un estereotipo de mujer “pobrecita” y casi “tonta” a la que se juzga y con el que cuesta identificarse. “Esto no es un asunto de condiciones individuales ni de casos concretos, tiene que ver con la sociedad patriarcal, hay que ir a la estructura”, concluye Casado.

A pesar de la conmoción, es más fácil, menos incómodo, identificar un puñado de asesinatos anuales y preguntarnos qué falló en cada caso que admitir que, como indica el concepto, la violencia machista está intrínsecamente relacionada con el machismo. Es su producto: mientras exista el uno existirá la otra, en la intensidad que sea. Revisar los protocolos policiales y judiciales o formar a los operadores jurídicos en perspectiva de género es imprescindible, pero la única manera de acabar con la punta del iceberg es cargándonos el iceberg entero. Y esa masa de hielo tiene nombre: machismo y desigualdad de género.

La parte por el todo –el feminicidio como sinónimo de violencia de género– contribuye a que la violencia machista se identifique fundamentalmente con su expresión física más evidente. Y a que, por tanto, las soluciones se enfoquen en evitar ese daño extremo, visible y reconocible para la sociedad como es el asesinato. Ese daño extremo, además, no es tan fácilmente predecible. El forense y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género Miguel Lorente lo advertía hace unos días: “Los instrumentos de riesgo en general, no solo en España, están basados en una violencia muy intensa y muy física, y hasta ahí es más fácil deducir el riesgo con esos datos, pero el problema es que no existe solo ese”.

Más allá de eso, es la naturalización de las violencias y las discriminaciones por género lo que hace que éstas sigan existiendo en sus múltiples formas y lo que condiciona la vida de las mujeres. “Hay una normalización de la violencia machista y de determinadas conductas, y el mensaje misógino deforma nuestra percepción de lo que nos sucede. El feminicidio es una manifestación de la desigualdad y del machismo, y esa desigualdad se manifiesta de muchas formas”, prosigue Avilés, que recalca que la respuesta no debe ser solo institucional sino social. Algo parecido a lo que este lunes dijo la Delegada del Gobierno para la Violencia de Género, Victoria Rosell: “Una denuncia no puede proteger como todo un Estado”.

Esa concepto de protección va mucho más allá de la denuncia y del sistema judicial. “Hablamos de protección no entendida como punitivismo sino como la disposición del Estado para deslegitimar el machismo y cuestionar las relaciones de poder. Cómo no va a haber violencia machista si sigue existiendo la división sexual del trabajo, si las realidades materiales de las mujeres son las que son y los patrones emocional están imbuidos de valorar machistas”, se pregunta la socióloga Elena Casado. Protección es, mucho antes de llegar a una orden judicial o una denuncia, articular mecanismos de prevención, educación sexo afectiva de calidad garantizada, acabar con la segregación laboral por sexo, garantizar las necesidades materiales de las mujeres o combatir el negacionismo.

“Es cruel pensar solo en los asesinatos, cuando la violencia de género supone muchas veces un asesinato en vida. Pero es como si no se quisiera ver ese sufrimiento cotidiano”, apunta Elena Casado. Una idea que también subraya Miguel Lorente: “Debemos dejar de hablar de violencia de género solo para condenar los homicidios y decir si había o no denuncia previa porque la violencia machista está pasando ahora mismo y no lo vemos o no queremos verlo. Hay que señalarla en toda su dimensión y para eso hay que hablar de machismo. Mientras que no somos capaces de hablar de machismo, desde el machismo sí son capaces de hablar de violencia de género y eso la reproduce y afianza la continuidad de esta situación”.

La jueza Lucía Avilés desarrolla la idea de que la respuesta no solo puede ser institucional: “Los poderes públicas no tenemos la última palabra, la tenemos en cuanto a certificar la quiebra del sistema de derecho que esta violencia supone. Estamos para eso y para enjuiciar la responsabilidad penal, pero no podemos actuar en prevención, eso está en manos de toda la sociedad”.

Quizá debamos asumir una cruda realidad: más allá de protocolos, órdenes de protección, y tarjetas rojas al maltratador, la única manera de proteger eficazmente a TODAS las mujeres es combatiendo con rotundidad el origen de la violencia y de la discriminación que nos golpea, el machismo, sea cual sea su forma e intensidad.

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