Olga Rodríguez

22 de febrero de 2022 23:00 h

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El 20 de julio de 1936 Mansilla de las Mulas fue tomada por fuerzas golpistas. Aquel episodio daría inicio a un proceso de represión en la villa leonesa, con decenas de arrestados y al menos 14 fusilados en los meses siguientes, varios de ellos en Villadangos del Páramo, donde este jueves dará comienzo una excavación.

Jesús Viejo, hijo del panadero del pueblo Sergio Viejo -quien sería detenido con decenas más–, relataba recientemente un suceso ocurrido ese mismo día: “Tras la toma del pueblo llevaron a los calabozos de Mansilla a uno que era guarnicionero, y aquella misma tarde del día 20 lo ataron al coche de un vecino y lo arrastraron por todo el pueblo hasta que lo mataron”. Aquel asesinato exhibido por toda la villa, con carácter ejemplarizante, es recordado aún por otros ancianos de Mansilla.

Cuando mi abuela llegó al campo de concentración de San Marcos le dijeron: ‘Señora, guárdese esa muda que a él ya no le va a hacer falta, anoche pasó por capilla’

A medida que transcurrió el verano fueron arrestadas más personas en la localidad, como consta en la causa judicial 619/36, en la que aparecen los nombres de los demandantes y sus testimonios, así como la identidad de los detenidos y sus declaraciones. Las acusaciones se centraron en el hecho de que algunos hombres, con el alcalde Isidro González a la cabeza, habían intentado evitar el golpe de Estado en la villa, requisando escopetas, armando a algunos hombres para que hicieran guardia y buscando apoyo en los pueblos vecinos de Palanquinos y Santasmartas. La causa fue sumando páginas, hasta acumular más de 800.

Arrestos, torturas y asesinatos

El carpintero Epifanio González, hermano del alcalde, fue uno de los procesados de Mansilla. También fue arrestado el maestro herrador Santos Francisco (en la foto, el primero arriba a la derecha), de 39 años de edad, afiliado a la UGT, que trabajaba para el veterinario Antonio Guada. “Recuerdo perfectamente el día del arresto de mi padre en Mansilla. Era agosto”, contó hace unos años Chencho Francisco, hijo de Santos Francisco. “Mi padre se asomó por el balcón del Ayuntamiento donde estaba ya detenido y me dijo: 'Vete a casa'. Yo hice ademán de dudar y él insistió. Fue la última vez que lo vi”.

Santos Francisco y Epifanio González, junto con varios más, fueron trasladados al campo de concentración de San Marcos, terrible centro de represión y torturas. Allí había ya decenas de mansilleses. En total, en la causa sumarísima 616/36 aparecen 61 personas de Mansilla procesadas, entre ellas varias mujeres. Una de ellas es Casimira Marcos Merino, cuyo arresto se produjo cuando intentaba convencer a los guardias para que pusieran en libertad a su hijo mayor, Francisco Candanedo. “No solo no lo logró, sino que al final los mataron a los dos”, relata su nieta. Otro de los hijos de Casimira, Eulogio Candanedo, de 17 años, también fue detenido y pasaría varios años en prisión.

Buena parte de los presos en San Marcos sufrieron humillaciones o torturas en aquellos meses. De una de sus torres salían tales gritos de dolor que la hija del inspector principal, Fortunato F. Corugedo, que trabajaba como mecanógrafa en otra sala, se quejó al capitán del destacamento, según consta en los archivos de León.

En octubre de 1936 un familiar falangista de Santos Francisco llegó a Mansilla con una buena noticia: le iban a poner en libertad. La esposa de Santos preparó una muda y se dirigió a León con la esperanza de recoger a su marido y volver con él a casa. “Cuando mi abuela llegó al campo de concentración de San Marcos le dijeron: 'Señora, guárdese esa muda, que a él ya no le va a hacer falta, anoche pasó por capilla”, cuenta una de sus nietas. Muchas mujeres vivieron experiencias similares ante aquellas paredes. Santos Francisco dejó siete hijos: el mayor, de 17 años; el menor, de 11 meses.

Y a pesar de esa hebilla, mi abuela estuvo años pensando que a lo mejor no le habían matado, que a lo mejor volvía. Ese es el dolor de una desaparición

Todas las pesquisas realizadas en las semanas siguientes señalaron que los carpinteros Epifanio González, de la UGT, padre de tres hijos y un hija, y Acacio Rodríguez, vecinos de Mansilla, habrían sido fusilados con Santos Francisco en Villadangos. Pocos días antes los falangistas asesinaron también en el mismo lugar al mansillés Genaro Nachón, y es probable que la ejecución de Casimira Marcos y de su hijo también se produjera en la misma zona, según los datos recopilados en las semanas y meses siguientes. En el relato familiar se habla de unas horquillas aparecidas en Villadangos. “Mi abuela siempre se recogía el pelo en un moño y aquellas horquillas parece ser que eran las que ella solía usar”, cuenta su nieta.

Las viudas, hijas y hermanas

En el caso de Santos Francisco y Epifanio González, sus familiares pudieron identificarlos a través de objetos o ropas guardadas por el cura de Villadangos. Los otros fueron reconocidos a través de las actas firmadas por el juez Pedro Arias, en las que se describían los cadáveres con detalle: color de pelo y de ojos, talla, estatura, vestimenta. Tales actas pueden encontrarse aún hoy en día en el Ayuntamiento de Villadangos: en ellas se pueden contar 85 cadáveres en total, consecuencia de los fusilamientos producidos entre septiembre y noviembre del 36.

“En el caso de mi abuelo Epifanio, una hebilla plateada fue la indicación clara”, señala su nieta Nieves González. “Y a pesar de ese indicio, mi abuela estuvo años pensando que a lo mejor no le habían matado, que a lo mejor volvía. Ese es el dolor de una desaparición, que se perpetúa en el tiempo. Quiero intentar encontrar sus restos para enterrarlos con ella, es algo que le quedó ahí toda la vida, esa tristeza y ese dolor”.

Aquellas viudas de los desaparecidos quedaron en un limbo en el que no pudieron obtener el acta de defunción de sus maridos hasta años después, lo que dificultó en algunos casos su acceso a sus propiedades. Tampoco pudieron reivindicar sus cadáveres ni su memoria. “Recuerdo a la viuda de Santos llorar a escondidas en el hombro de mi madre”, relata una vecina de Mansilla. “Una de sus hijas, que tendría seis u ocho años, enmudeció. No pronunció palabra durante mucho tiempo. Mi madre me pedía que la acompañara a ver si lograba hacerle hablar”.

“Mi padre tenía ideas de progreso, creía en la educación para mejorar la sociedad”, explicaba Chencho Francisco, hijo de Santos, hace unos años. “Su asesinato y aquella represión marcó a la familia. Algunos tuvimos que dejar la escuela y ponernos a trabajar”. En el pueblo había un grupo que señalaba a los hijos de los desaparecidos: “Más de una vez dijeron a nuestro paso: ‘teníamos que haber terminado también con las semillas’”, recordaba con tristeza.

A varias mujeres les raparon el pelo, les dieron aceite de ricino y les ordenaron arrastrarse de rodillas por el pueblo hasta la iglesia al grito de 'viva Cristo Rey'

Algunas mujeres de las familias más represaliadas en Mansilla fueron víctimas de humillaciones públicas. Entre ellas, una de las hijas de Casimira. Les rapaban el pelo, les daban aceite de ricino y las paseaban por las calles. “A Chencha, que era hermana del alcalde [y menor de edad aún] y de Epifanio González, por ejemplo. A varias rapadas les ordenaron arrastrarse de rodillas juntas por el pueblo hasta la iglesia al grito de 'viva Cristo Rey'”, relataba Chencho Francisco.

Un testimonio similar ofrecía Pencho Nachón, hermano del fusilado Genaro Nachón, hace más de una década: “Lo hicieron con varias. A la hija de uno de los arrestados le raparon el pelo al cero dos o tres veces y después le daban aceite de ricino. Y tras ello ella cogía la bicicleta y se ponía a pedalear por las calles sin taparse la cabeza, recorría todo el pueblo, no se escondía a pesar de lo que le habían hecho”. Pencho Nachón, ya muy mayor cuando conversó con esta periodista, explicaba cómo las fuerzas golpistas “fueron casa por casa y pueblo por pueblo” buscando a los que “no eran de su cuerda: los mataron como a conejos”.

De Mansilla no solo hubo fusilados en Villadangos. El maestro Julio Marcos Candanedo, muy apreciado en la zona, fue ejecutado en monte del Fresno sin juicio ni sentencia. Su rostro quedó inmortalizado en 1935 en la foto que aparece encabezando este reportaje (segundo por la derecha, abajo). Otros siete hombres, entre ellos el alcalde Isidro González, el abogado y comercial Isaac Álvarez Pacios o su primo Juan José Pacios (en la foto, tercero arriba), recibieron a través de la causa judicial 619/36 una condena a muerte que se cumplió en Puente Castro a principios de diciembre del 36.

Una espera demasiado larga

Las familias de los seis de Mansilla, así como decenas más de desaparecidos en Villadangos procedentes de otros lugares, llevan años y en algunos casos décadas intentando recuperar los restos de sus abuelos. En el camino han muerto los hijos y las hijas y ahora es la nueva generación la que siente que tiene en sus manos esa deuda pendiente. Es el caso de Elma Francisco, bisnieta del maestro herrador Santos Francisco: “No olvido un día en casa de mi abuelo –se llamaba Santos también– cómo nos decía que sabía dónde podía estar enterrado su padre. No olvido cómo lloraba desencajado cuando nos contaba que se lo habían llevado y lo que le habían hecho”.

“Ante situaciones así te das cuenta de la magnitud que estas desapariciones llegan a tener en una familia. Mi padre siempre tuvo el deseo de darle una sepultura digna. Yo estoy orgullosa de la historia de mi bisabuelo, pero a la vez vives sintiéndote un poco desamparada e incomprendida, porque es algo ajeno a otros. Por eso, el hecho de que nos hayamos juntado tantas familias es muy gratificante: estamos compartiendo sentimientos que yo he tenido a lo largo de toda mi vida”, señala Elma.

Con la búsqueda de mi tío fusilado y desaparecido en Villadangos recupero la verdadera historia de mi familia y por tanto una parte importante de mí misma

Pilar González, sobrina de Epifanio González, lo explica así. “Siento que en esta búsqueda cumplimos con el deseo de su viuda y a la vez, a través de ello, recupero la verdadera historia de mi familia, y por tanto una parte importante de mí misma. En mi familia hubo un gran silencio sobre aquello y creo que ese silencio ha atravesado nuestro modo de ser y de comunicarnos, y me ha atravesado a mí”, reflexiona. “Incluso aunque no se encuentre nada en la excavación, creo que con este intento ya estamos dando luz, honrando y reconociendo a mi tío, al que asesinaron dejando un rastro de tanto dolor”.

Las familias de los fusilados vivieron años de miedo y estigmatización, cruzándose a diario con aquellos que habían señalado y llevado a la muerte a sus padres, maridos, hermanos, hijos o madre. Son historias que muchos mayores de Mansilla conocen pero de las que poca gente quiere hablar en público. Algunos, cuando se les pregunta, contestan en voz baja. Otros prefieren dar detalles a puerta cerrada, sin más testigos. Los más jóvenes apenas saben nada. Aun así, todavía es posible juntar parte de las piezas de aquellos desaparecidos en Villadangos, gracias a los archivos que no fueron quemados, al persistente trabajo realizado por varios historiadores de la provincia y a la memoria mantenida en el interior de algunos hogares, a pesar de todo.