Pasan los ministros, se renuevan las leyes y cambian los currículos, pero la Selectividad se mantiene prácticamente inalterada desde hace 40 años. Este lunes empieza la que estaba destinada a ser la última prueba de acceso a la Universidad (conocida como Evau, Ebau o PAU según la comunidad autónoma) que iba a seguir el modelo tradicional, pero Pedro Sánchez adelantó las elecciones y el Ministerio de Educación, ya en funciones, decidió dejar la reforma que ya tiene diseñada en el cajón para que sea el próximo Ejecutivo el que la apruebe si así lo considera.
Cantabria, la Comunidad de Madrid, La Rioja y Murcia son este año las primeras comunidades en empezar los exámenes, en los que casi 300.000 estudiantes medirán durante las próximas dos semanas en toda España su “madurez académica y los conocimientos adquiridos en el Bachillerato, así como la capacidad para seguir con éxito los estudios universitarios”, según define la Lomloe los objetivos de la prueba. Pero, ¿responde la Selectividad realmente a estos propósitos? ¿Es efectiva también para ordenar al estudiantado por los diferentes grados, otra de sus funciones aunque no la mencione la ley?
Como casi siempre en Educación, no hay una respuesta definitiva. “Si toda la enseñanza fuera homogénea podría valer con la nota del Bachillerato”, reflexiona Raimundo de los Reyes, director de instituto retirado y que fue representante de la federación de directivos de centros de Secundaria públicos Fedadi. “Pero como no lo es –matiza en alusión a que hay centros que inflan las notas de su alumnado– que haya una prueba externa puede servir para equilibrarlo”.
María Paz González Rodríguez, coordinadora general de la Ebau en la Universidad de Extremadura, cree que la prueba “funciona”, que “sirve” para ordenar al alumnado y se muestra más partidaria de “aplicar, estudiar y e ir viendo resultados” de posibles cambios antes de lanzarse a darle la vuelta.
No todos ven la Selectividad tan adecuada. “El sistema hasta ahora ha resultado muy funcional para habilitar y favorecer la tremenda expansión de la educación superior en los últimos años”, comenta Juan Manuel Moreno, catedrático de Didáctica, Organización Escolar y Didácticas Especiales de la UNED, “pero es la única pieza del anterior sistema educativo que sigue en pie. Con retoques, alguno importante, pero la legislación data de 1973. El modelo está agotado y hay que sentarse y pensar en algo distinto”.
¿Hacia dónde vamos?
Justo en eso estaba el Gobierno. El (relativo) cambio de paradigma que introdujo la Lomloe con su apuesta por el aprendizaje por competencias debe completarse, dice la ley, con una reforma de la Ebau que se adapte al nuevo modelo de enseñanza. Y tiene que entrar en vigor el próximo año, establece la Lomloe.
El Ministerio de Educación trató de darle un vuelco a la prueba con su primera propuesta de cambio: planteó reducir a la mitad el número de exámenes y articular la Selectividad en torno a una “prueba de madurez”, que iba a constar de “un dossier formado por una serie de documentos (textos, imágenes, infografías, gráficos, tablas, audiovisuales, etc.) que girarán todos ellos en torno a un mismo tema, y en el cual se pedirá al alumnado que realice un análisis desde diferentes aspectos y perspectivas, respondiendo a diversos tipos de preguntas (cerradas, semiconstruidas y abiertas). Se pretende valorar la capacidad del alumnado para analizar, valorar, extraer información o interrelacionar toda esa documentación, de forma más o menos guiada a través de las preguntas o propuestas”, según explicaba el documento.
Pero la propuesta fue criticada y Educación la descartó. El nuevo modelo de Ebau, que ha sido probado con éxito entre un pequeño grupo de estudiantes, se parece más al que lleva 40 años instaurado aunque sí deja más de lado la memorización para fomentar el razonamiento y acercar los ejercicios a la vida real, como propone la Lomloe con el currículo general. Pero el cambio cuenta con la resistencia del PP, que se levantó de los grupos de trabajo que diseñaban la reforma porque exige que se haga una misma prueba a nivel nacional para evitar diferencias, arguye el partido, entre comunidades. Esa uniformidad en la prueba es prácticamente imposible con un sistema tan descentralizado como el español, explican los expertos, en el que casi la mitad de los currículos los realiza cada comunidad autónoma, por lo que no tiene por qué haber contenidos comunes a todo el país en esa mitad de los contenidos.
La Selectividad tal y como la entiende España no es una anomalía a nivel europeo, pero tampoco la norma. En Alemania está el Abitur, un examen parecido a la Ebau, que puede verse complementado según la universidad y el grado con pruebas propias, aunque el sistema alemán en sí es peculiar porque segrega al estudiantado desde los 12 años en función de la vía académica que seguirá; en Italia es necesario tener el diploma di maturità, que certifica los estudios y se obtiene con exámenes específicos al final de la etapa; en Francia el título de Bachillerato (Baccaulauréat) se obtiene tras un examen que también da acceso a las universidades públicas, mientras las Grandes écoles, elitistas, tienen pruebas o cursos de acceso propios; en Reino Unido cada universidad tiene su propio sistema de acceso, como sucede en Finlandia; en Suecia se entra en la Universidad con las notas del Bachillerato.
“El juego de la Selectividad no es aprobar”
En el debate educativo flotan a veces las dudas de si un examen que aprueba el 95% de los candidatos sirve para algo. Moreno cree que esa no es la cuestión. “Si la Selectividad es de facto un examen de graduación y para presentarte a él has tenido que aprobar el Bachillerato, se espera que apruebes. Eso habla de una buena consistencia. Pero el juego de la Selectividad no es aprobar, son las centésimas. Si te da la nota para tus propósitos”, razona. Y otro elemento, que muchas veces se olvida aunque esté negro sobre blanco en la ley: “La capacidad para seguir con éxito los estudios universitarios”.
Y aquí entran las perspectivas. “El problema de la Selectividad es si está midiendo lo que importa y no otra cosa, y si es un sistema eficiente para asignar plazas de estudio muy demandadas y en algunos casos escasas a aquellas personas que están mejor preparadas y más potencial tienen para concluir esos estudios”, reflexiona Moreno. Este experto duda de lo apropiado de que “para seleccionar estudios muy especializados el candidato tenga que demostrar que domina contenidos de una amplia variedad de disciplinas”. “Para ver si un señor será bueno en Ingeniería en Telecomunicaciones le preguntamos sobre siete materias que incluyen Filosofía o Historia de España. Tiene una bajísima validez predictiva sobre el futuro de este estudiante en su grado”, opina, consciente también de que es un pensamiento “polémico” porque suele orillar las asignaturas de Humanidades.
La modificación introducida en 2010 por la que cada estudiante puede presentarse a dos exámenes voluntarios de modalidad (específicas de la rama que estudió en el Bachillerato) para subir hasta 14 la nota máxima posible mejoró algo esta situación al premiar la especialización, admite, pero lo hizo por la parte de la adición y no de la sustracción. Y este elemento también ahonda en ese supuesto prejuicio de las Humanidades, porque estos grados suelen tener una nota de corte más baja y quienes los quieren cursar no necesitan tanto presentarse a la parte voluntaria.
Pero lo que para unos es solución, para otros es problema. Un coordinador del examen de una universidad andaluza, que prefiere no figurar con nombre por su cargo, cree que esa cierta especialización sería negativa. Lo dice en base a la experiencia de los últimos años, desde que a raíz de la pandemia se ampliaran las opciones de elegir materias sobre las que examinarse para no perjudicar al alumnado. “En estos últimos años, desde la COVID, hay mucha más optatividad, mientras el modelo de examen es el mismo. Así que ya no mide con igual efectividad los conocimientos; los alumnos pueden esquivar ciertos contenidos”, advierte. En opinión de este profesor “el problema no es tanto el modelo de examen como volver a uno que cubra todos los contenidos”, sostiene.
¿Y el Bachillerato?
En medio de todo este debate sobre el examen en sí, De los Reyes introduce otro elemento que molesta en los institutos: el efecto que toda prueba clave al final de un curso tiene sobre ese año académico. “2º de Bachillerato acaba siendo un curso de preparación no para la Universidad, sino para la prueba de acceso a la Universidad”, explica. “El currículo oficial de 2º no existe, lo que existe es la reunión con los coordinadores de Universidad”. Se dedica el curso a estudiar lo que va a entrar en el examen. Además, a toda prisa casi siempre.
Profesores y directores lamentan que entre que medio 1º de Bachillerato es de adaptación a otro nivel educativo y 2º un curso 'no académico', con lo que la Secundaria postobligatoria está desdibujada. Para remediarlo, históricamente han pedido cada vez que hay una reforma educativa (oportunidades no han faltado) que se haga un Bachillerato de tres años que pueda tener una cierta entidad propia. Pero si es difícil cambiar una prueba, hacerlo con toda la estructura educativa (esto no se ha hecho tanto pese a las numerosas leyes) se antoja casi imposible.