Embalses casi secos que dejan ver los pueblos que engulleron al inundarse. Los mapas de las confederaciones hidrográficas volviéndose rojos por el estado de emergencia. La sequía. La falta de agua tiene algunas imágenes asociadas pero sus consecuencias se extienden por diferentes parcelas del día a día: el recibo de la luz, la prohibición de circular en coche, la presión sobre las urgencias hospitalarias, las muertes prematuras por la polución….
No llueve. Las precipitaciones son tan escasas (aunque las últimas lluvias parecieron providenciales porque llegaron en medio de la oleada de incendios en Galicia y Asturias) que las reservas hídricas no paran de menguar. A pesar de que el Ministerio de Medio Ambiente se felicitara el miércoles en un mensaje en tuiter
Los números del Boletín Hidrológico no respaldan esos mensajes: el último recuento reflejó una bajada de 58 Hm para dejar la reserva en un 37,8% de la capacidad. Está 11 puntos por debajo del año pasado y a 18 de la media del quinquenio. En 12 meses, las zonas en alerta por escasez casi se han doblado. Pero es que una semana antes, el 17 de octubre, estaban en 37,9%. El 1 de agosto eran el 47,9%.
1. Recibo de la luz más caro
a falta de lluvias ha propiciado una caída de la generación hidroeléctrica del 49% en lo que va de año, mientras que la generación de las centrales de carbón y gas, las más caras, han experimentado incrementos del 42,6% y el 39,5%, respectivamente, desde enero.
El lunes pasado, la tarifa regulada de 11,5 millones de consumidores (los acogidos al PVPC) tocó su precio más alto del año, aunque se trata de un hecho “puntual”, según el Gobierno. De cara al invierno, se esperan nuevos incrementos del recibo a medida que la demanda aumente con la llegada del frío, ante la escasa generación desde los saltos de agua (la más barata) y la posible parada de reactores nucleares en Francia por problemas técnicos –desde donde se importa energía para completar de cubrir la demanda–.
2. Peligro para el consumo humano. Restricción de riego
La ministra de Medio Ambiente anunciaba este martes que si la situación de escasez se prolonga “dos meses” está previsto que haya “restricciones de agua para el regadío para favorecer la del consumo de la población”. No es una opción. El Gobierno debe actuar así ya que la ley de Aguas establece las prioridades de uso: lo primero es el consumo humano.
Con todo, en medio del verano pasado, decenas de pueblos debieron ser abastecidos con camiones cisterna. En Salamanca, en Palencia, Guadalajara, Málaga, Cáceres.... los grifos de la población necesitaron que se llevara el líquido en vehículos. Pero, a mediados de octubre, todavía era necesaria esa medida en Andalucía, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria o Galicia.
Priorizar el consumo humano sobre el riego tiene consecuencias. El cultivo de tierras ocupa un tercio de la superficie de España: casi 17 millones de hectáreas, según el recuento del Ministerio de Agricultura, de las que unos 3,7 millones son grandes consumidoras de agua al estar dedicadas a variedades de regadío. Las hipotéticas restricciones incidirían en el sector de, por ejemplo, las fresas, los frutos rojos o los cultivos en invernadero de Almería.
Cortar el suministro a la acequias para mantener el de las tuberías de las casas es obligatorio por ley al mismo tiempo que un problema político. La tranquilidad del sector agrario es una preocupación, sin importar el color que gobierne las administraciones. La misma Tejerina decía el mismo día que mencionaba las restricciones de riego: “El sector agrarioalimentario es la punta de lanza de la recuperación económica española”. Y también este martes, la presidenta andaluza, Susana Díaz se comprometía reivindicar al Gobierno de España más infraestructuras para que los regantes de Almería tuvieran más recursos.
3. Contaminación, salud y movilidad urbana
Sequías más frecuentes y prolongadas. Un vaticinio repetido por el panel de expertos sobre el cambio climático de la ONU. Una de las zonas más vulnerables a este fenómeno es el sur de Europa. De hecho, España en general y la cuenca mediterránea en particular, están señaladas como áreas en peligro de desertización. Hasta el 80% del territorio se arriesga a ser desierto a finales de siglo XXI, según los análisis del Ministerio de Medio Ambiente.
Pero, mucho antes, en este 2017, los efectos de que cada vez llegue menos agua alteran la vida cotidiana. La lluvia palía el problema de contaminación que acucia en las ciudades españolas. Arrastra la polución que proviene, hasta en un 75%, de los tubos de escape de los coches que circulan por las urbes. Aunque el tráfico no se aligere, los gases y las micropartículas se disipan con el agua que cae.
Pero, con la sequía, esa polución queda atrapada. La estabilidad atmosférica saca a a la luz la baja calidad del aire. ¿Consecuencias? Una inmediata y actual es la activación del protocolo por alta contaminación en la ciudad de Madrid.
En la capital está declarado el nivel 2 de emergencia: se endurecen los límites de velocidad y los coches no pueden aparcar en la almendra central de la ciudad. Si la situación se prolonga y no bajan los niveles de polución, el escenario 3 prevé impedir la circulación de la mitad del parque móvil.
El protocolo madrileño se activa según se sobrepasan los niveles legales de ciertos tóxicos como el dióxido de nitrógeno o las partículas en suspensión porque estos contaminantes tienen efectos perjudiciales probados en la salud de las personas.
Está demostrado que los picos de niveles nocivos se traducen en un incremento de ingresos hospitalarios. Más presión sobre el sistema sanitario. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid se da hasta un 42% más de problemas respiratorios cuando la contaminación está alta, según los datos del Servicio Madrileño de Salud. La Unión Europea calcula que más de 400.000 personas mueren prematuramente al año por la polución. La lluvia no solventa el problema estructural de aire sucio pero alivia la situación.