Los humanos estamos cortando “ramas del árbol de la vida” a velocidad récord, según los cálculos publicados este lunes por Gerardo Ceballos y Paul Ehrlich en la revista PNAS. Los investigadores han examinado el estado de conservación de más de 34.000 especies extintas de vertebrados terrestres y en peligro de extinción que abarcan 5.400 géneros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y Birdlife International entre el año 1500 y 2022. Y concluyen que la acción humana contribuyó en este tiempo a extinguir 73 géneros completos, 10 familias y 2 órdenes de vertebrados, una tasa de extinción 35 veces mayor que la tasa de extinción promedio en el millón de años anterior.
Los resultados también revelan que las aves sufrieron las mayores pérdidas, con 44 géneros extintos, seguidas por los mamíferos, anfibios y reptiles. Los investigadores calculan asimismo que los géneros perdidos en los últimos cinco siglos habrían tardado 18.000 años en extinguirse sin la presión humana, lo que da una idea del impacto de nuestra actividad en la evolución.
En lo que se refiere al futuro, los autores calculan que las actuales tasas de extinción genéricas probablemente se acelerarán enormemente en las próximas décadas debido a factores que acompañan al crecimiento y consumo humanos, como la destrucción del hábitat, el comercio ilegal y la alteración del clima. Si todos los géneros ahora en peligro desaparecieran para el año 2100, las tasas de extinción serían 354 veces más altas en promedio que las tasas anteriores (hasta 511 veces más para los mamíferos). Traducido en tiempo, subrayan, esto significa que los géneros perdidos en tres siglos habrían necesitado 106.000 y 153.000 años para convertirse en extinguidos en la ausencia de humanos.
Los géneros perdidos en los últimos cinco siglos habrían tardado 18.000 años en extinguirse sin la presión humana
“Hemos decidido usar la analogía que usó Darwin del ‘árbol de la vida’, porque se entiende perfectamente”, explica Ceballos a elDiario.es. “Y hablamos de la mutilación del árbol porque realmente es lo que está pasando; estamos cortando ramas de una manera que hace daño y estamos perdiendo ramas pequeñas y grandes”. El valor intrínseco del estudio es que pone la lupa en pérdidas de unidades evolutivas más grandes y complejas que las simples especies, destaca. “Cuando pierdes algunas especies no se pierde toda su historia evolutiva, pero si pierdes el género completo, sí. Estamos perdiendo gran parte de la historia evolutiva del planeta y eso tiene consecuencias para el ser humano”, sentencia.
Consecuencias tangibles
En opinión de los autores, nuestra actividad está “transformando por completo la biosfera” y erosionando la “biblioteca genérica” de especies, con consecuencias sobre el funcionamiento y los servicios de los ecosistemas, incluida la productividad primaria, los ciclos biogeoquímicos y las interacciones entre especies, entre muchos otros. Para ello ponen algunos ejemplos, como la desaparición de las palomas migratorias en Norteamérica, e insisten en que la pérdida de un género muy extendido puede tener un impacto en el funcionamiento de todo un ecosistema.
Estamos perdiendo gran parte de la historia evolutiva del planeta y eso tiene consecuencias para el ser humano
“La extinción antropogénica de las palomas migratorias redujo la dieta humana en el noreste de América del Norte y alteró la estructura de los ecosistemas en amplias áreas”, escriben. “Junto con otras extinciones y disminuciones de población (por ejemplo, pumas y lobos) y los cambios resultantes en las comunidades de roedores, la región probablemente se volvió propicia para brotes de muchas enfermedades infecciosas zoonóticas como la espiroqueta transmitida por garrapatas (Borrelia burgdorferi), que causa la enfermedad de Lyme, una enfermedad humana desagradable y cada vez más común”.
Respecto a la diferencia en las tasas de extinción, Ceballos cree que aves y mamíferos tienen más géneros extintos que anfibios y reptiles por una cuestión metodológica, porque nadie se fijaba en estos últimos hasta hace relativamente poco. La alta tasa de desaparición de las aves, apunta, se explica en parte por lo que sucedió con la colonización de las islas durante los siglos XVII y XVIII, cuando especies como el dodo, que habían vivido sin depredadores, fueron víctimas de la invasión de especies llevadas por humanos. “Pero esas diferencias están desapareciendo” –advierte– y ahora estamos afectando básicamente a todos los animales, desde ratones a elefantes, desde caracoles a rinocerontes“.
Medir el impacto evolutivo
Para el investigador español Fernando Valladares, director del grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), este estudio es la cuantificación más seria hasta ahora del impacto evolutivo de la pérdida de especies y destaca el valor de tener en cuenta aspectos evolutivos y no solo ecológicos. “Estamos muy acostumbrados a contar y medir en números y no es representativo de lo que realmente importa, porque hay especies más relevantes y otras menos, y especies más redundantes funcionalmente, es decir, que desde el punto de vista de la función contamos con más alternativas”, explica. “También ocurre desde el punto de vista filogenético; hay especies que son las últimas que quedan de algunos grupos y otras que representan a grupos más comunes”.
A juicio de Valladares, lo que nos indican estos datos y proyecciones de cara al futuro es el tiempo evolutivo que estamos perdiendo, es decir, el que le costaría a la naturaleza volver a recuperar algunas de esas especies y grupos. “Y nos llevaría miles de años que no tenemos, porque la evolución nunca va a ir tan deprisa, y cuanta menos materia prima tengas, menos especies y diversidad funcional y filogenética podrá crear, de modo que las capacidades para hacer frente a un cambio climático como el actual disminuyen exponencialmente”.
La erosión ambiental avanza a una velocidad tan acelerada que los organismos no tienen tiempo de adaptarse
“El gran problema que revelan los resultados de este estudio es la velocidad a la que estos linajes se están extinguiendo”, advierte Daniel Pincheira-Donoso, investigador del Laboratorio de MacroBiodiversidad de la facultad de Ciencias Biológicas de la Queen's University Belfast (Reino Unido) en declaraciones al Science Media Centre. “Este fenómeno es una prueba de que la erosión ambiental causada por la expansión de la actividad industrial del ser humano avanza a una velocidad tan acelerada que los organismos que habitan la tierra no alcanzan a tener el tiempo de adaptarse a esos cambios, lo que causa su colapso”. Por otro lado, señala, teniendo en cuenta que es posible que todavía no hayamos descubierto y catalogado más del 25% de las especies que existen sobre la Tierra, podría ocurrir que las tasas de extinción de especies y de linajes completos fueran solo la punta del iceberg.
David Buckley, biólogo evolutivo y profesor de Genética de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), coincide en que apenas estamos viendo una parte de la biodiversidad perdida. “Si uno se mete a ver cuántas especies de mamíferos o insectos se han extinguido, sabemos que hay muchísimas más de las que conocemos y que hay muchas que desaparecen antes de describirlas”, confirma. El investigador cree que el enfoque de este nuevo estudio es acertado y va en la línea de la extinción acelerada que están registrando otros grupos. “Yo he trabajado en anfibios y llevamos muchos años viendo tanto el declive de poblaciones como la extinción de algunas especies”, apunta. “Y, en términos más ecológicos, lo comprobamos en los sitios donde vamos y ya no se ven cosas, porque los ambientes se han modificado; donde antes había campo, resulta que se ha urbanizado o hay campos de cultivo”.
“Tal mutilación del árbol de la vida y la consiguiente pérdida de servicios ecosistémicos proporcionados por la biodiversidad a la humanidad es una grave amenaza a la estabilidad de la civilización”, señalan los autores del estudio. “Es esencial realizar esfuerzos políticos, económicos y sociales inmediatos de una escala sin precedentes si queremos prevenir estas extinciones y sus impactos sociales”. “Hay razones éticas, morales y filosóficas para frenar la extinción de especies, pero la más importante es que es como si perdiéramos ladrillos del edificio”, concluye Ceballos. “Porque de momento la pared sigue de pie, pero eventualmente puede colapsar, y es a nosotros a quienes afecta”.