“De Mar Adentro a Campeones, eso es lo que hemos avanzado” –lamenta Antonio Centeno– “hemos pasado del desgraciado absoluto por el que lo mejor que se puede hacer es ayudar a que se vaya a decirnos que somos geniales, que es mucho más agradable de ver”, dice con ironía.
Centeno tiene una diversidad funcional que le obliga a ir en silla de ruedas. Necesita de la ayuda de otra persona para realizar gran parte de sus tareas cotidianas, todas aquellas que no puede hacer con sus propias manos. Él lo expresa así: necesita a una persona que le preste sus manos. Y es precisamente esa la labor del asistente sexual: “Una intervención puramente instrumental, como un intérprete de lengua de signos, para hacer lo que los demás hacen con sus propias manos”, explica.
Los profesionales encuentran que cada vez se demandan más sus charlas en los centros especializados y que son más las familias que se interesan por este asunto. La sexualidad de las personas con discapacidad se ha ido abriendo paso en los últimos años, aunque eso sí, en ámbitos muy concretos.
Algunos países de la Unión Europea como Dinamarca han desarrollado leyes por las cuales otorgan a las personas con discapacidad funcional el derecho de acceder una vez al mes y sin ningún tipo de coste a un trabajador o trabajadora sexual. En vigor desde 2005, es similar a lo que ocurre en Holanda, aunque en este caso lo que se hace es ofrecer dinero a los propios interesados para que sean ellos los que lo administren.
“No es lo que queremos, no hay esa idea de asistente sexual como forma de autonomía, sino prostitución financiada por el Estado”, se queja Centeno, que defiende que la asistencia sexual es “una forma de autonomía” similar a la que ofrece el asistente personal, figura reconocida en la Ley de Dependencia. “Cuando me peino uso las manos de mi asistente, pero yo tomo las decisiones”, expone.
Aunque se queja de que es un tema muy complicado de abordar debido a un problema cultural con el placer sexual. Un asistente personal puede tocar los genitales de otra persona en determinados momentos, como el del aseo, pero el conflicto llega “cuando está la intención de generar placer”.
No se trata de una intervención terapéutica ni educativa: “Nadie aprende a masturbarse con un cursillo”, bromea, a la vez que aclara que el único fin es el de “usar sus manos para conocer tu cuerpo”. Algo muy importante para evitar las situaciones de abuso, que advierte que se hacen más fáciles cuando una persona “no sabe si está siendo tocada de una manera o de otra”.
Solo Suiza ha regulado la figura del asistente sexual, ofreciendo incluso formación para aquellos que se quieran dedicar a esto y regulando el número mensual de asistencias permitidas desde el año 2007.
¿Y qué ocurre con la discapacidad intelectual?
En el caso de la discapacidad intelectual la forma de abordar el asunto es más compleja. Según el catedrático en Psicología de la Sexualidad Félix López porque “las limitaciones en la toma de decisiones hacen que no controlen los riesgos o la forma en la que comunicarse”, algo que hace que sea necesaria una mayor implicación de la familia y los profesionales.
Plena Inclusión, la organización de personas con discapacidad intelectual más importante de España, formada por más de 900 asociaciones, establece una serie de principios mínimos que han de darse para que estas personas puedan desarrollarse también sexualmente.
Entre otros, resaltan la importancia de la intimidad y a dejar de vivir “con las puertas abiertas”, de aprender a tener relaciones personales en otros espacios más allá de la casa y el centro ocupacional y de ofrecer una mayor autonomía y una menor autoprotección, ya que si aprenden a tomar decisiones básicas sabrán que su opinión se escucha y se valora.
El sexólogo Carlos de la Cruz explica que lo más importante es “haber aprendido que tu cuerpo te pertenece”, algo para lo que es necesario que el entorno muestre respeto y consideración en todas las relaciones cotidianas. Aclara que la inmensa mayoría de las familias está por colaborar pero que esto “nos compete a todos”, haciendo hincapié en que “ya existen leyes que si se desarrollan van a permitir muchas cosas”.
Los expertos se quejan de la predisposición negativa que existe siempre con las personas con discapacidad intelectual: “No solo hay que estudiar lo que no son capaces de hacer, sino lo que sí que pueden hacer y, sobre todo, lo que serían capaces de hacer si les ayudáramos”, explica Félix López.
Estos dos profesionales aclaran que la mayor parte de su trabajo consiste en desmontar mitos y estigmas que rodean la sexualidad de las personas con algún tipo de diversidad funcional. O sexualidades, en plural, como prefiere llamarlo Carlos de la Cruz, que entiende que “en plural es mucho más fácil entender que las personas con discapacidad forman parte de ello”.