Siete conceptos desconocidos sobre violencia machista que puedes aprender con el documental sobre Rocío Carrasco
El efecto que el testimonio de Rocío Carrasco tendrá en la concepción social de la violencia machista en España será algo que podrá evaluarse pasado un tiempo, pero el relato ya ha servido, al menos, para tres cosas constatables: ella ha roto el silencio dos décadas después; su caso ha propiciado un incremento muy significativo del número de mujeres que han pedido ayuda al teléfono de atención a víctimas, el 016, y ha puesto sobre la mesa cuestiones sobre la violencia de género habitualmente menos visibles. La emisión en Telecinco de cuatro de las ocho entregas que componen la serie documental Rocío, contar la verdad para seguir viva sigue encadenando reacciones y elevadas cuotas de pantalla que han hecho acercarse a millones de hogares a conceptos hasta ahora poco conocidos. Te explicamos algunos de ellos:
Violencia luz de gas
Fue la periodista y profesora Ana Bernal-Triviño la que en el plató de Telecinco explicó que lo que estaba relatando Carrasco tenía el nombre de 'violencia luz de gas'. Se trata de un tipo de abuso psicológico y muy sutil mediante el cual el agresor manipula a la víctima hasta el punto de hacerle dudar de lo que cree o piensa e incluso de lo que ve. El término tiene su origen en la película Gaslight, de George Cukor, estrenada en 1944 y basada en una obra de teatro. El argumento narra cómo el hombre de una pareja le hace creer a su mujer que los ruidos que está escuchando en la casa a la que acaban de mudarse son fruto de sus alucinaciones, mientras manipula el entorno en el que viven.
“Los celos te están volviendo loca”; “Me dice estás loca, no estás bien de la cabeza, el embarazo te está afectando a la cabeza” o “Estaba embarazada de su hijo [...] y él estaba utilizando eso para decirme que estaba loca y que lo que veía no era real”, asegura Rocío Carrasco en un momento de la entrevista que le decía Antonio David Flores sobre una supuesta infidelidad que ella misma declara haber visto. Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género, explica que la luz de gas es un tipo de violencia “muy perversa” porque es “muy difícil de detectar, tanto por la víctima como el entorno”, pero en la práctica el objetivo último de quien la usa es “alterar el juicio, la percepción y la sensación de realidad de la víctima”.
Y para conseguirlo, emplea diferentes estrategias de forma reiterada y constante: “Desde tergiversar conversaciones –'pero si eras tú la que me habías dicho esto o lo otro'– hasta culpabilizar a la víctima de todo lo que ocurre, repetirle que se está inventando lo que está pasando, por ejemplo, por culpa de los celos o de su carácter o dar la vuelta a situaciones. Cuando es extremo, se puede llegar incluso a cambiar cosas de sitio”. Lo que genera, apunta Zorrilla, es que la mujer tenga una duda constante de sí misma y la autoestima y confianza muy minadas, “duda de su criterio” y “llega a plantearse que está loca y de verdad se está imaginando las cosas. Eso me lo preguntan mucho en consulta: 'Barbara ¿estoy loca? ¿estoy soñando? Quien lo sufre tiene una sensación de irrealidad permanente”.
Violencia vicaria
La violencia vicaria es otro de los conceptos que más han sonado estos últimos días. Y se utiliza para hablar de un maltrato específico que se produce contra los hijos e hijas. Aunque la legislación española considera que ellos son víctimas directas de la violencia que sufren sus madres, la violencia vicaria es “la que se ejerce contra una persona a través del daño contra otras”, explica el exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente. Lo más extremo es el asesinato de los niños –ha habido uno en lo que llevamos de 2021 y tres en 2020–, pero a menor escala también ocurre: “No es solo el daño que ya de por sí sufren por la exposición al maltrato, sino que los agresores dirigen acciones violentas hacia ellos, algo que refieren la mitad de las mujeres con hijos e hijas víctimas, según la última Macroencuesta”, señala Lorente.
En muchas ocasiones este abuso se traduce en instrumentalización de los menores, sobre todo cuando la pareja se ha divorciado. “Te los voy a quitar. Voy a hacer que te odien”, aseguró Carrasco que le dijo Flores sobre sus hijos tras la separación, que es precisamente la vía que utilizan la mayor parte de víctimas para poner fin a la relación de maltrato. Ponerles en contra de la madre, manipularles o no cumplir con las visitas son algunos de los casos más frecuentes. Y son comunes cuando agresor y víctima ya no conviven “porque el objetivo de la violencia es controlar y someter a la mujer, por lo que cuando hay menos posibilidades de hacerlo directamente porque ya no comparten espacio ni relación, se utilizan los nexos comunes y el que tiene más capacidad de producir daño son los hijos”, esgrime el también médico forense.
Revictimización
La también llamada doble victimización hace referencia a cómo las víctimas no solo afrontan el daño derivado del maltrato que han sufrido, sino también de la respuesta judicial, social, mediática e institucional. Ocurre cuando son juzgadas, cuestionadas, estigmatizadas o no se les cree, lo que provoca un trauma añadido, tal y como explica Lorente: “Fundamentalmente se utiliza para analizar la reacción del sistema ante una denuncia, pero también hace referencia al contexto familiar y personal, a cómo reacciona el entorno, si se desconfía de ellas o se las culpabiliza...”. Se da, también, de una forma “pasiva” cuando “se deja a la mujer al margen de la toma decisiones y se eligen cosas por ella que puede no querer o necesitar”.
Un ejemplo claro aparece retratado en el documental de Netflix 'Nevenka', que narra el acoso sexual que sufrió Nevenka Fernández parte del alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez. En el juicio, el fiscal del caso la interrogó a ella como si fuera la acusada: “¿Por qué usted, que ha pasado ese calvario, usted, que no es la empleada de Hipercor que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos; por qué no dice 'se acabó, me voy'?”, le llegó a preguntar. Otro ejemplo es el de la publicación en varios foros de los datos personales de la víctima de 'la manada' o el seguimiento por parte de un detective privado que tuvo que soportar durante el proceso judicial. “Quiero que se me deje de juzgar”, pidió en el primer episodio Rocío Carrasco, que sigue enfrentándose a una doble victimización, por ejemplo, con las encuestas aparecidas en redes sociales y tertulias que plantean al espectador que vote a quién cree, si a ella o a su exmarido.
El falso SAP
El llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP) ha vuelto a emerger con el caso de Rocío Carrasco debido a que la diputada de Vox en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, tuiteó un mensaje en el que afirmaba “hoy media España ha entendido lo que es el síndrome de alienación parental” en referencia a la acusación de que Flores habría manipulado a sus hijos contra su madre. Sin embargo, fueron varias las expertas que advirtieron de la confusión y advirtieron que lo que relataba Carrasco era violencia vicaria en un contexto de violencia de género y que, por el contrario, el SAP ni siquiera ha sido reconocido por organizaciones científicas como la Asociación Americana de Psiquiatría o la Organización Mundial de la Salud o que el Consejo General del Poder Judicial ha instado a los jueces a que no le den crédito.
Pero ¿qué es exactamente? Según esta teoría, acuñada por Richard Gardner en los años 80, los niños con SAP son alienados y adoctrinados por parte de un progenitor contra el otro en la disputa de una custodia. Y la ideó para referirse a los casos de abusos sexuales infantiles, normalmente denunciados por las madres. Es precisamente en este contexto, a pesar de que no tiene validez, en el que se utiliza especialmente, mediante sentencias que aluden al SAP –o a cualquiera de sus eufemismos– para retirar custodias a mujeres que en muchas ocasiones han denunciado violencia del padre hacia los hijos: “Es un falso síndrome y una manera de justificar el rechazo que puede sentir en un momento dado los menores hacia el padre. Se asienta sobre el estereotipo de mujer manipuladora con el objetivo de eludir la evidencia que puede haber sobre ese rechazo”, señala Lucía Avilés, magistrada y portavoz de la Asociación de Mujeres Juezas.
De hecho, en su informe La justicia española ante el abuso sexual infantil Save the Children califica de “preocupante” que los juzgados den crédito al SAP “sin practicar una investigación exhaustiva, lo que podría conllevar la desprotección” de los menores. La ONG alerta de que esto “pueda estar obstaculizando la investigación de presuntos abusos sexuales sospechados e incluso verbalizados por niños y niñas”. No quiere decir esto que no existan influencias en los niños por parte de los progenitores, que pueden acrecentarse en procesos de divorcio conflictivos, pero el SAP es un constructo fundado sobre una teoría “pseudo-científica”, la definió el CGPJ, que puede ser utilizada “para culpar a las mujeres de los miedos o angustias razonables de los niños hacia su padre violento”.
Sobreseimiento de un caso
Sobre Antonio David Flores no pesa ninguna condena por este asunto. La justicia ha archivado las denuncias que ha interpuesto la hija de Rocío Jurado en lo que se llama un sobreseimiento. Ocurre en un alto porcentaje de los casos: según los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial, en 2020 fueron archivadas el 40% de las denuncias por violencia de género. Esto se produce, explica Lucía Avilés, cuando el juez o la jueza “constata que los hechos no están lo suficientemente probados”. Hay de dos tipos, sobreseimiento libre o definitivo, y provisional, es decir, que puede volver a abrirse si hay más indicios.
Avilés remarca que “no hay un porcentaje de archivos más elevado en este delito que en otros”, pero sí señala dos factores específicos que influyen más: el número de víctimas que se acogen a la dispensa de no declarar contra el presunto agresor, es decir que una vez denuncian deciden retirarse. Suele producirse más o menos en una de cada diez denuncias, lo que motiva sí o sí el archivo. Por otro lado está el menor recorrido que tiene la violencia psicológica, el “talón de Aquiles de la justicia”, como la define Avilés, que insiste en que “parece que tenemos asumido que no se puede acreditar, pero no es así. Muchas veces no damos el espacio necesario a las víctimas para contarlo. Hay herramientas jurídicas para acreditar esta violencia, lo que falta es exprimirlas”.
El ciclo de la violencia
Tras la emisión del tercer y cuarto capítulo de la serie documental sobre la hija de Rocío Carrasco, fueron muchas las personas que en redes sociales mencionaron el llamado ciclo de la violencia. Una teoría ideada por la psicóloga Leonore Walker que ayuda a entender las estrategias que emplea el agresor para lograr su propósito, controlar a la víctima y que ésta permanezca en la situación.
Según explica Zorrilla, se produce “en la mayoría de las relaciones de maltrato”. El ciclo está formado por tres fases: la de “acumulación de tensión” se basa en una escalada gradual de la hostilidad mediante “reproches, malas caras, menosprecios, silencios...” que van aumentando. La víctima “va cediendo para evitar el conflicto”, pero “se va acumulando y explota”. Esa es la segunda etapa, en forma de agresiones verbales, físicas, sexuales o psicológicas intensificadas. Después “la mujer se distancia, que es cuando hay más posibilidades de que pida ayuda o denuncie” y el agresor “pone en marcha estrategias de manipulación afectivas” que llevan a la fase de arrepentimiento o “luna de miel”. El ciclo “se repite continuamente” hasta que esta última etapa “llega a desaparecer”, explica la psicóloga.
Indefensión aprendida
Es uno de los efectos que tiene la violencia mantenida en el tiempo en las víctimas. Y se refiere a la sensación subjetiva que acaban teniendo muchas de ellas de no poder hacer nada ante la situación. El maltrato se va normalizando y minando la confianza y autoestima de quien lo sufre hasta el punto de acabar interiorizando que no hay posibilidad de salir del círculo. “La mayoría están asustadas y tienen miedo. Poco a poco van sufriendo tal nivel de deterioro psicológico que las incapacita para reaccionar”, explica Zorrilla. No es casual que la mayor parte de víctimas atrasen en el tiempo la decisión de verbalizar lo que les ocurre o que incluso nunca lo hagan: según un reciente estudio de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, la media está en los ocho años y ocho meses. Solo un 21,7% de las víctimas, de acuerdo con la estimación de la Macroencuesta contra la Violencia de Género de 2019, han denunciado a su agresor.
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