La actividad humana diaria depende en buena medida de predicciones meteorológicas cada vez más precisas. Millones de datos captados desde satélites, globos, barcos, boyas, aviones y estaciones en tierra alimentan en tiempo real complejos modelos numéricos que son procesados en superordenadores y producen las mejores predicciones que jamás hayamos tenido. Si no fuera por la ciencia meteorológica que ha superado 200 años de obstáculos y recelos, miles de actividades se verían afectadas o paralizadas.
El gráfico con la evolución de porcentaje de acierto de las predicciones desde los 80 hasta el presente no deja lugar a dudas: un pronóstico actual a cinco días es tan preciso como lo era el pronóstico de 24 horas en 1980 y los pronósticos útiles (superiores al 80% de acierto) se proyectan ahora hasta diez días en el futuro. El acierto en las predicciones en los intervalos de tres, cinco, siete y diez días ha escalado hasta rozar el 90% en ambos hemisferios y el margen de incertidumbre se ha estrechado en todos ellos.
Lejos quedan los días en que el meteorólogo de TVE se apostaba el bigote a que al día siguiente llovía y perdía (como le pasó a Eugenio Martín Rubio en 1967). Pero la mofa y los reproches por las predicciones del tiempo siguen instalados en el inconsciente colectivo medio siglo después, como si nada hubiera cambiado.
Estos malentendidos resurgen con fuerza en situaciones extremas como la trágica DANA de Valencia o la nevada de Filomena de 2021, a pesar de que los pronósticos fueron los mejores con la tecnología disponible. Una de las causas, coinciden los expertos, es que la complejidad de los modelos ha llevado a incorporar lo que se conoce como predicción probabilística, que es muy útil, pero no resulta intuitiva para el público general.
¿Cómo funciona este sistema? Tal y como lo explica la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), el Centro Europeo de Predicción a Medio Plazo (ECMWF) pone en marcha 51 predicciones diferentes en sus ordenadores, basadas en 51 estados iniciales, uno de ellos sin perturbar y 50 ligeramente perturbados. Es decir, se intenta acotar la incertidumbre de un sistema caótico viendo cómo evolucionan 50 simulaciones en las que los valores son ligeramente diferentes, presumiendo que las condiciones iniciales nunca son exactas.
“A partir de esas 51 predicciones se calculan las probabilidades de que la precipitación supere los umbrales indicados, así como la precipitación media y la máxima esperadas en cada punto”, todo con el objeto de “captar las posibles evoluciones que pueda llegar a tener la atmósfera”, describe la AEMET. Simplificando mucho, si en el 80% de esos escenarios simulados llueve torrencialmente en una región, los meteorólogos ya tienen la confirmación de que será muy probable.
Este es el sistema por el que los modelos del ECMWF han advertido este domingo de la posibilidad de que una nueva DANA azote el levante español a mediados de semana, aunque la incertidumbre es aún muy alta. El origen de esta dificultad está en que las ecuaciones que describen el comportamiento del fluido de la atmósfera, y que resuelven los superordenadores, son tan complejas, que la búsqueda de soluciones exactas de las ecuaciones de Navier-Stokes es uno de los problemas matemáticos del milenio por los que se ofrece un millón de euros.
Para entender su dificultad, se cuenta que el físico alemán Werner Heisenberg decía que si alguna vez se encontraba a Dios le haría dos preguntas: ¿por qué la relatividad? y ¿por qué la turbulencia? “Y estoy seguro de que me sabrá contestar a la primera”, añadía.
Los escurridizos porcentajes
La última vez que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntó a la población sobre su confianza en AEMET, en 2011, un 82,4% de los encuestados consideraba que las predicciones meteorológicas eran bastante o muy acertadas. En aquella encuesta del CIS había preguntas concretas como la siguiente que permiten poner a prueba nuestra comprensión de los pronósticos:
Suponga que en la predicción meteorológica de mañana se dice que 'hay un 60% de probabilidad de lluvia'. ¿Cuál de las frases siguientes cree usted que describe mejor lo que esto significa?
- Lloverá mañana en el 60% del lugar de la predicción.
- Lloverá mañana el 60% del tiempo.
- De cada 100 días con las características similares a mañana, lloverá en 60.
- El 60% de los/as meteorólogos/as cree que lloverá mañana.
La mayoría de los encuestados (21,2 %) votó la opción 1 como correcta y apostó por que el porcentaje aludía a la parte del territorio en que llovería. No pocos creían que se trataba de la proporción de meteorólogos que estaban de acuerdo con la predicción (13,3%) y un porcentaje similar (12,4%) creyó que la clave era la cantidad de horas al día en que habría precipitaciones (había otras opciones como “NS/NS”, “Ninguna”,etc.).
La respuesta correcta era la tercera (“De cada 100 días con las características similares a mañana, lloverá en 60”) y fue la segunda más votada, con un 19,1%. Eso sí, en una versión actualizada en 2024 sería más correcto redactarla en estos términos: “De cada 100 predicciones que se pusieron en marcha en los modelos, 60 predecían precipitaciones”.
Niveles de incertidumbre
“Mucha gente piensa erróneamente que cuando hablamos de un 50% de probabilidad de lluvia estamos esquivando la cuestión y es como no decir nada”, explica Arnaitz Fernández, meteorólogo de ETB. “Y otros confunden la probabilidad de lluvia con la intensidad con la que va a llover”. El debate está abierto en la propia comunidad científica, y muchos meteorólogos evitan hablar de porcentajes por miedo a que no les entiendan (además de recurrir a modelos deterministas, que siguen teniendo un alto grado de fiabilidad, aunque no tanta en situaciones como grandes tormentas o situaciones como la DANA).
Muchos confunden la probabilidad de lluvia con la intensidad con la que va a llover
Para Fernández, lo primero que hay que tener en cuenta es que la meteorología no puede darnos el 100% de certeza en ningún evento, pese a la mejora de los satélites, los sistemas de observación y las predicciones mediante superordenadores. “Porque cuando ocurre algo que las previsiones no decían, algunas personas que no creen en la ciencia ya tienen un argumento para atacar, sin saber que detrás de eso está la atmósfera, que es un sistema caótico”.
“Una pequeña variación te cambia mucho la zona donde va a llover, y un pequeño error en la observación de las condiciones iniciales puede alterar el pronóstico”, recalca Rubén del Campo, portavoz de AEMET.
Lo que decimos es lo que es más probable que ocurra, no lo que va a ocurrir con certeza
“Hay que transmitir la idea de que los modelos de predicción son ya muy buenos y muy fiables, pero que hay una limitación y una incertidumbre en cualquier predicción”, añade José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored. “Pero hay que desterrar o ir desterrando la idea del acierto y el error”. Entre otras cosas porque, a más largo plazo, hay una imposibilidad física de poder predecir con exactitud la situación meteorológica en un sitio concreto, porque la incertidumbre es mayor cuanto más pequeña sea la zona de pronóstico, recuerda. “Lo que decimos es lo que es más probable que ocurra, no lo que va a ocurrir con certeza”.
Ni profecías ni adivinaciones
En un trabajo publicado en 2018 sobre la “probabilidad e incertidumbre en la sociedad y en los medios”, los meteorólogos achacaban la resistencia del público a las presentaciones de probabilidades a “la tendencia humana al ahorro cognitivo” y a presentar las verdades de la forma más simple posible. “Una predicción determinista (hoy lloverá) será mucho más digerible que una predicción probabilista (hay un 5% de probabilidades de que hoy llueva) y por ello, parece conferirle un carácter adivinatorio, casi fuera del rango científico”, escribieron. “¿Quién no ha dicho o escuchado alguna vez: ‘los del tiempo no han acertado hoy’?”
Ángel Rivera, meteorólogo del Estado que trabajó durante 38 años en AEMET, recuerda los tiempos en que los medios para hacer la predicción eran infinitamente más precarios. “En el año 82, para una situación como la DANA de Valencia, lo que sabíamos era que podía llover mucho en una amplia zona del Mediterráneo, desde la desembocadura del Ebro hasta el cabo de Gata, pero no podías precisar más”, explica. “Yo vi el arranque de los modelos numéricos, que empezaron con resoluciones de 50 km, y ahora podemos bajar a una resolución de hasta uno y dos km”. Por eso cree que los debates sobre la fiabilidad del pronóstico deberían estar superados.
Yo viví el arranque de los modelos numéricos, que empezaron con resoluciones de 50 km, y ahora podemos bajar a una resolución de hasta 1 y 2 km
“La desconfianza y el cachondeo sobre los meteorólogos se remontan a los tiempos en que se empiezan a publicar los pronósticos en los grandes medios, desde los inicios de la radio y la televisión”, explica Manuel Palomares, experto en historia de la meteorología. Pero las dudas sobre la fiabilidad del pronóstico están en los inicios de la disciplina, recuerda, cuando los propios científicos creían que era una tarea inabarcable, debido a la complejidad de la atmósfera.
“Sea cual sea el progreso de las ciencias, ningún observador sincero al que le preocupe su reputación se atreverá a predecir el estado del tiempo”, sentenció el destacado físico y matemático francés François Arago en 1846, con escaso acierto. El británico Robert FitzRoy, el primero en atreverse a publicar predicciones en los periódicos, puso el dedo en la llaga al acuñar la palabra forecast (en inglés) en 1861. “No son ni profecías ni predicciones: el término pronóstico [forecast] es estrictamente aplicable a una opinión que es resultado de una combinación científica y el cálculo”, afirmó. En otras palabras, el tiempo no se adivinaba, sino que se pronosticaba a partir de los datos.
FitzRoy fue denostado por sus contemporáneos porque sus predicciones no estaban hechas “con reglas precisas” ni suficientemente apoyadas en “hechos observados”. Y aquel acoso le condujo al suicidio. Costó casi dos siglos desarrollar las herramientas de observación y las máquinas que permiten predecir lo que va a hacer la atmósfera hora a hora en todo el mundo y con un nivel de detalle que a los pioneros les parecía imposible. Y, sin embargo, muchos siguen queriendo linchar a los meteorólogos como si aquella revolución científica y tecnológica no hubiese sucedido.