“Mi hijo es un superviviente”, recalca Covadonga Saiz. Su hijo está diagnosticado con síndrome de Asperger y durante años sufrió acoso escolar, como ocurre con más del 90% de los menores que viven con este trastorno, según datos de diferentes asociaciones, a falta de registros oficiales. En España tampoco hay datos oficiales sobre este Trastorno del Espectro del Autismo, pero se calcula que entre 1 y 5 de cada 1.000 niños nacen con él. “En cada persona se manifiesta de manera diferente”, explica el psicólogo y responsable técnico de la Confederación Asperger España, José Antonio Peralta. Pero suele haber unas características comunes, como “dificultades de comunicación” y “en las relaciones con otras personas”, “intereses restringidos”, “rigidez en el comportamiento”, y una gran literalidad, es decir, no entienden las bromas o los dobles sentidos. También, y a diferencia de otros tipos de autismo, un coeficiente intelectual dentro de la media y capacidad de hablar con normalidad
“Son personas que llaman la atención y tienen un comportamiento extraño. En un entorno que desconozca las características de estos chicos, son objeto de burla”, lamenta la presidenta de la Confederación, Paloma Martínez.
“Se reían de él, tenía motes, nunca era invitado a los cumpleaños”, relata Covadonga, para quien el de su hijo fue “un acoso silencioso”. Una situación que también vivió el hijo de Olga Cardeñoso: “Darle un paliza fuerte… no, pero le quitaban las cosas, se las rompían, le ponían zancadillas. En gimnasia lo elegían el último, le daban collejas, le insultaban. Una vez vinieron a tocar al timbre a casa”. La ausencia de violencia física no minimiza el impacto del bullying. “También es acoso escolar no dejar participar a una persona en un juego, mantenerla aislada de actividades sociales que le permitan aprender, sentirse integrada o identificada con un grupo. El aislamiento consciente y voluntario de otra persona es una forma de violencia”, explica Peralta.
“En acoso escolar existen tres pasos: prevención, detección e intervención”, indica la secretaria de la Asociación No al Ascoso Escolar (NACE), la profesora Carmen Cabestany. “Si prevenimos, no tenemos que detectar y nos ahorramos la intervención, donde el daño ya está hecho”. ¿Cuál es el problema? Que los profesores, en muchos casos, “no estamos formados ni en acoso escolar, ni tampoco en estas características que presentan algunos de nuestros alumnos” y “no tenemos las herramientas para tratarlos adecuadamente”, explica. “El colegio es un lugar donde hay que exigir mucho, pero también hay que apoyar al profesor”, reconoce Peralta.
Dificultades para identificar el acoso
Las características de las propias víctimas pueden complicar la tarea de identificar el acoso. “A otros niños los puedes notar más decaídos, nerviosos, deprimidos, pero los chicos con Asperger no saben identificar si se trata de una burla o un acoso. Los propios profesionales y los padres lo tienen muy difícil”, indica la coordinadora del equipo terapéutico de la Asociación Onubense de Síndrome de Asperger (AOSA), Estefanía Domínguez. “Mi hijo reaccionaba con indiferencia. Me decía: ¿es una putada lo que me han hecho? No lo entendía como tal”, explica Covadonga. “Supongo que tendría sus miedos, porque los tendría, pero su forma de enfrentarse a eso era no darle importancia”, recalca. “Aunque parezca que no se dan cuenta o no lo sienten, con el tiempo empiezan a contar todo lo que les pasa y a sacar experiencias terroríficas”, añade Martínez. “A toro pasado me dijo que había tenido la idea de suicidarse”, denuncia Olga.
Un diagnóstico temprano de los casos de Asperger es fundamental para informar a los centros educativos y trabajar las diferencias que presentan estos chicos. “Cuanto antes se produzca, más fácil va a ser compensar las limitaciones en el campo de lo social”, apunta Peralta, quien indica que “hay una categoría subclínica, con muchas personas que no están diagnosticadas”. En el caso de Olga, a pesar de que el niño comenzó a ir al psicólogo en primero de primaria, el trastorno no fue diagnosticado hasta los 15 años, cuando ya se había cambiado de centro. “En el colegio me decían que eran cosas de niños y en el instituto, de las hormonas. Como curricularmente no le afectaba, no piensas en esto. Iba al psicólogo del colegio una hora a la semana y tampoco me aclaraba nada. Empecé a llevarle por mi cuenta y como soy madre soltera me decían que era porque no tenía padre, si le había contado el porqué… ¡un tostón!”, explica.
Covadonga, que es presidenta de la Asociación Aspertxu de Vizcaya, y su hijo si contaban con un diagnóstico. “Yo pedía que se informase al resto de alumnos sobre quién es la persona con la que comparten clase. Ahí el colegio hizo aguas”, lamenta. “Me planteé cambiarlo de centro, pero para un chico con Asperger es muy complicado, porque se acostumbran al espacio, al escenario y siempre había tenido buena relación con los profesores”, explica. “La gestión depende del carácter de cada familia y, viendo cómo era mi hijo, opté por tener paciencia y que al final fuera aceptado, aunque era un proceso lento”, reconoce. En ese proceso escribió un libro (Yo creo en ti), en el que narra las vivencias de su hijo. “Lo leyeron muchos compañeros, en una época en la que ya tenían cierta madurez” e, incluso, el director del centro, concertado religioso, “que al final sí apoyó”, le envió una carta “pidiéndole perdón y diciendo que no habían estado a la altura”.
Centros de referencia
Existen centros de referencia en atención a la diversidad que plantea el alumnado Asperger. Es el caso del colegio Profesor Tierno Galván de Corrales, en Huelva, con niños de 3 a 12 años. Allí, en cuanto llega un pequeño con un diagnóstico o los profesores lo detectan, se inicia un trabajo conjunto entre la escuela, la familia y la asociación de referencia para el menor, en este caso AOSA. “No se trata de etiquetar, sino de tratar cuanto antes las necesidades de ese niño, porque de eso depende que el día de mañana se normalice lo máximo posible”, indica la profesora de pedagogía terapéutica, Inmaculada Carvajal. “Establezco un programa específico, que me viene dado por la psicóloga y la especialista en autismo” y “con los demás, evidentemente, hay una labor por parte del tutor, que explica las características y las diferencias del niño, indicándoles que igual que a uno le cuesta la tabla de 4, a él le cuestan otras cosas”, señala.
En el IES Clara Campoamor, también en Huelva, siguen una estrategia similar. Actualmente tienen en sus clases a cinco alumnos con Asperger. “Cuando llegan de otros coles o institutos, lo primero que hacemos es recabar información sobre sus características, su evolución, si ha tenido alguna dificultad con compañeros o profesores, si van a alguna asociación… y nos ponemos en contacto con ellos para trabajar de forma conjunta”, señala la orientadora Isabel María Romero. Con el resto de alumnos, “la primera tarea que hacemos es contarles que somos un centro de referencia en autismo y que tenemos otros alumnos con Asperger. Les explicamos cuáles son las características de estos niños, para que vean que son unos alumnos más y que tienen que respetarlos, para evitar que el desconocimiento provoque situaciones de rechazo”.
Además, es importante que los docentes sigan determinadas estrategias, que varían en función de cada niño, porque “la experiencia de cada día con cada uno de ellos es diferente”, reconoce Carvajal. Por ejemplo, “son chicos con la atención muy dispersa o que se centran en un tema de interés. Por eso, en los exámenes funciona muy bien el apoyo visual, estableciendo horarios. Ponemos una tarjetita o escribimos en la pizarra que hay que hacer el ejercicio 1 en 10 minutos. No puedes dejarle como a los demás, avisándole cada media hora, porque no funciona así”, explica. “¿Que nos buscamos muchas estrategias? Pues sí, todas las que podemos”.
Las madres coinciden en señalar en que los problemas de sus hijos se minimizaron una vez que sus respectivos centros tomaron conciencia de la problemática y pusieron medidas. “El problema no son los niños, son los mayores que les tienen que informar”, defiende Covadonga. Olga afirma que el acoso remitió tras identificar el síndrome y después de que la tutora y los compañeros de su hijo recibieran una charla de la asociación a la que pertenecían. “¿Amigos hizo? No, pero ya no tenía acoso. Estaba tranquilo”.