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Los sistemas de alerta no detectaron el devastador tsunami de Indonesia: las boyas no funcionan desde hace seis años
Al menos un millar de personas se encontraban el pasado viernes a punto de participar en un festival cultural en una playa de la isla indonesia de Célebes cuando los sorprendió un devastador tsunami, sin que se activaran los sistemas de alerta temprana debido a que dejaron de funcionar hace años.
Según ha comunicado la agencia nacional de gestión de desastres, el balance de muertos ha aumentado a 1.203 muertos, incluidos 144 extranjeros, después del terremoto de magnitud 7,5 que provocó una ola gigante de hasta tres metros y corrimientos de tierra al dañar gravemente la consistencia del terreno en un extraño fenómeno llamado “licuefacción” de suelo.
El portavoz de los servicios de emergencia encargados de buscar supervivientes ha advertido que es muy probable que aumente el número de víctimas, ya que aún hay 61 personas desaparecidas y al menos 540 personas se encuentran hospitalizados en estado crítico a causa de sus heridas, según ha informado la agencia nacional de noticias indonesia, Antara.
La agencia local de meteorología, climatología y geofísica (BMKG) emitió una alerta de tsunami tras el seísmo, que ocurrió al atardecer, pero la desactivó 28 minutos después al no tener datos fiables sobre la situación, aunque la ola gigante ya estaba causando estragos.
Las redes sociales se llenaron de vídeos grabados con móviles del momento en el que llegó con fuerza la tromba de agua a la costa entre los gritos de residentes que corrían a refugiarse en Palu, en el norte de Célebes (centro del archipiélago).
Tras el feroz tsunami que en 2004 causó unos 280.000 muertos en naciones bañadas por el Océano Índico, las autoridades indonesias colocaron 22 boyas con sensores de alerta de movimientos sísmicos en sus costas gracias a donaciones, incluidos 45 millones de euros del Gobierno alemán. En el aniversario de la tragedia en 2008, el entonces presidente indonesio, Susilo Bambang Yudhoyono, supervisó en Manado, en el norte de Célebes, un simulacro de alerta de tsunami en el que participaron 5.000 personas. Sin embargo, algunas de las boyas fallaron en 2010, cuando un tsunami causó 272 fallecidos en las islas Mentawai y otra vez en 2016 durante un terremoto frente a las costas de la isla de Sumatra que finalmente no causó olas gigantes.
El portavoz de la Agencia Nacional de Gestión de Desastres (BNPB), Sutopo Purwo Nugroho, dijo el domingo, dos días después del seísmo y tsunami en Célebes, que el sistema de alerta de tsunamis no estaba operativo desde hace 6 años debido a la falta de fondos y mantenimiento. “Desde 2012, no ha habido ninguna (boya) operativa, aunque son necesarias para las alertas tempranas (...) La financiación ha ido disminuyendo cada año”, afirmó en una conferencia de prensa Sutopo, según la cadena CNN Indonesia.
El terremoto del viernes fue ocasionado por una ruptura horizontal de la corteza terrestre, cuando son los movimientos de fallas verticales los que suelen ocasionar grandes tsunamis como el de 2004 en el Índico. “Lo primero que pensamos fue que era difícil que ocurriera un tsunami, pero ocurrió y ahora los geólogos se están preguntando qué paso allí”, declaró a Efe el presidente de la Asociación Indonesia de Geólogos (IAGI), Sukmandaru Prihatmoko.
Los aterrados vecinos de Célebes vieron primero cómo un tsunami arrasaba los escombros, incluida una mezquita derruida en Palu, y después casas como si la tierra se hubiera convertido en líquido. Este fenómeno, conocido como licuefacción, ocurre cuando un fuerte movimiento telúrico golpea un suelo de tierra poco sólida y con grandes bolsas de agua. El terreno se colapsa y libera una gran cantidad de barro que arrastra los edificios y estructuras como si flotaran en una corriente viscosa. “Da mucho miedo. La tierra se debilita, se convierte en barro y lo mueve todo”, escribió Anggunesia en un tuit que incluye un vídeo en el que se ven varias estructuras arrastradas debido al fenómeno de “licuefacción” cerca de Palu.
Indonesia se asienta sobre el llamado Anillo de Fuego del Pacífico, una zona de gran actividad sísmica y volcánica en la que cada año se registran unos 7.000 terremotos, la mayoría moderados.