Una sola cerveza para todos los españoles
Hace poco más de un siglo, cuando Cuba y Filipinas se independizaban y los soldados volvían supuestamente cantando, la cerveza en España era un líquido exótico, apenas bebido en verano por los burgueses de sombrero de copa en Madrid y Barcelona. Mientras, el resto de la población, sobre todo la masculina, pasaba directamente de la leche materna al vino.
En 1901, en toda España apenas se produjeron 15 millones de litros de cerveza. Y, sin embargo, hoy se producen más de 3.350 millones de litros por año. En poco más de un siglo, la cerveza ha crecido un 22.233%, ha destronado al vino como bebida nacional y ha dibujado una curva de crecimiento tan empinada en los últimos 50 años que es difícil encontrar parangones.
El economista Alonso Moreno, de la Universidad de Jaén, lleva casi una década husmeando en archivos históricos para entender esta evolución prodigiosa. Y acaba de esbozar una biografía político-económica de la cerveza que explica el salto de una industria residual y fragmentada al gigantesco oligopolio actual. Hoy, tres gigantes controlan el 92% de la producción: el Grupo Mahou-San Miguel (37,5%), Heineken España (29,9%) y Damm (24,9%). Y los españoles son adictos a la cerveza.
La situación no se parece en nada a la de la primavera de 1872, cuando August Kuentzmann Damm y su esposa Melanie llegaron a Barcelona desde Alsacia huyendo de la guerra franco-prusiana. Gracias al conflicto que desembocó en la creación del Imperio alemán, nació la cerveza Damm en España. Y después llegaron Mahou (1889), El Águila (1900), La Cruz del Campo (1904) y muchas más. Eran tiempos en los que los fabricantes a veces cambiaban la cebada por sucedáneos de peor calidad, hasta el punto de obligar al Gobierno a fijar las instrucciones para elaborar la cerveza en el Real Decreto de 22 de diciembre de 1908. Por entonces, un español bebía en un año lo que hoy bebe un adolescente en un buen botellón: cuatro litros, frente a los 20 litros por cabeza de media en Europa Occidental y a los 280 litros de Baviera.
Pero el sector crecía. Para hacer piña, rápidamente nació la Asociación de Fabricantes de Cervezas de España. Incluía, además de a las mencionadas, a empresas con nombres evocadores, como El Águila Negra, El León, La Esperanza, Cervezas de Santander, Estrella de Galicia, Santa Bárbara, La Zaragozana, Gambrinus y las cerveceras de Bilbao (La Cervecera del Norte, La Vizcaína y La Salve).
Corría el año 1922 y llegaron planes que hoy parecen rocambolescos. “Se propuso, con poco éxito, la creación de una botella única, reutilizable por todos los fabricantes”, explica Moreno. “También se discute por entonces la idea de crear una única gran empresa cervecera en España”, añade.
La Segunda República se había proclamado el 14 de abril de 1931. Dos semanas después, los cerveceros de España se reunieron en Junta General. El portavoz de Santa Bárbara, Julio Fleischner, propuso entonces que todas las fábricas se fusionasen en una sola, para evitar sucias maniobras de algunas de ellas, que tiraban los precios por los suelos para quedarse con el mercado. “No se decidió abundar en semejante idea”, señala José Luis García Ruiz, un investigador de la Universidad Complutense de Madrid que en 2003 también dibujó un meticuloso perfil económico de la cerveza en España durante el siglo XX.
Obuses y cañonazos
Si quedaba alguna idea de crear una especie de imperio único de la cerveza, como Telefónica en las comunicaciones o Renfe en el transporte, la Guerra Civil acabó con ella. Como recuerda Moreno, Damm, en Barcelona, se convirtió en 1936 en una industria colectivizada, controlada por su 615 trabajadores. “La gestión parece que fue eficaz, ya que Damm no dejó de producir en el transcurso de la guerra, mientras que fábricas de Madrid sí tuvieron que parar”, relata.
En Madrid, la fábrica de Santa Bárbara fue intervenida por un comité obrero de UGT, que se veía obligado a suspender sus reuniones “por obuses y cañonazos” que se escuchaban durante las sesiones, según consta en las actas del sindicato. “Respecto a El Águila, se tiene constancia de que la fábrica fue incautada por el bando republicano durante más de 32 meses y algunos directivos fueron asesinados”, prosigue el economista.
Al acabar la Guerra Civil, la propiedad de las fábricas volvió a su antiguo cauce, pero llega el peor momento de la cerveza en España. El país está en ruinas y la dictadura de Franco opta por la autarquía, la autosuficiencia sin recursos de fuera. No hay cebada suficiente y no se puede comprar a otros países, así que los cerveceros usan el tipo de cebada que se da al ganado para elaborar la cerveza. En la primera década de la posguerra, tanto la producción como el consumo caen un 40%.
“La producción nacional de cebada era incapaz de abastecer a las fábricas y debido a las restricciones de la política comercial y monetaria se dificultaron las importaciones, lo que se tradujo en la sustitución de cebada cervecera en favor de cebada forrajera”, detalla Moreno en su estudio. “Aunque teóricamente el organismo patronal asignaba las materias primas en función de las cuotas, siempre hubo sospechas de su debilidad hacia aquellas compañías más ligadas al régimen, como El Águila”, apunta.
El Águila era la compañía mimada por la dictadura. Incluso Manuel Fraga Iribarne fue director general de la empresa cuando dejó de ser ministro de Información y Turismo en 1969 tras el caso Matesa, uno de los mayores escándalos del final del franquismo.
Crecimiento espectacular
“En 1960 se produce el crecimiento espectacular del sector en España, coincidiendo con el desarrollismo”, señala Moreno. El economista ha rescatado valiosos documentos de Antonio Trujillo, el director general de la cerveza jienense El Alcázar entre 1963 y 1992. En 1982, Trujillo fue elegido por unanimidad presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes de Cerveza y se mantuvo en el cargo hasta 1994. Estudiar la evolución del sector cervecero en España con sus documentos es como analizar la conquista de la Luna con el diario de Neil Armstrong.
A lo largo de la década de 1960, la producción de cerveza en España se multiplicó por cuatro, mientras en Europa apenas se incrementaba una tercera parte, según documentaba Trujillo, fallecido el año pasado. El cervecero dibujaba “una evolución sorprendente” explicada por cuatro factores, a su juicio: la propia naturaleza del producto (natural y con poco alcohol), el éxodo rural hacia las ciudades, el aumento de la renta per cápita y el bajo precio, intervenido para controlar la inflación.
Un informe de los cerveceros de 1972 afirmaba que España era el único país de Europa occidental en el que la Coca-Cola estaba más cara que la cerveza, según recuerda Moreno en su estudio, que se publica en la revistaInvestigaciones de Historia Económica. “En la década de 1960, España vive un proceso sociológico desde la cultura de la taberna propia de los pueblos a la cultura del bar propia de las ciudades. Pasa del vino a la cerveza”, expone el economista. España pasó de producir 343 millones de litros en 1960 a 1.230 millones en 1970. Y Fraga tomaba las riendas de El Águila.
Niños con cerveza
Era la época de la conquista de la Luna y la cerveza Damm anunciaba en 1970 el sorteo de “un fantástico viaje a Cabo Kennedy para tres personas” entre los niños que enviaran un álbum completo con los cromos regalados por la compra de litronas. En la publicidad aparecía un padre trabajador encorbatado, una madre abnegada en minifalda y dos niños pequeños alrededor de la mesa con la comida puesta. Todos tenían su vaso de cerveza. Incluso los niños.
En una conferencia pronunciada en 1972 ante la Asamblea de la Asociación Española de Técnicos de Cerveza y Malta, Manuel Fraga explicaba que el sector de la cerveza era el más industrializado entre todos los de las bebidas. Para producir un millón de pesetas de cerveza se necesitaban 1,85 personas, frente a las 2,67 del resto de bebidas alcohólicas y las 3,87 en gaseosas y aguas minerales, exponía Fraga.
La cerveza en España despegaba y las potencias europeas se peleaban por ella, “ante las perspectivas de entrada en la Comunidad Económica Europea”. La francesa Kronenbourg entraba en Mahou en 1979. Y la holandesa Heineken hacía lo mismo con El Águila en 1984. Era el embrión del oligopolio actual. Pronto, y por primera vez en la historia, los españoles bebían más cerveza (66,6 litros por habitante y año) que vino (55 litros). Era 1987, el año en el que España se hizo cervecera.