El pasado viernes se estrenó en las salas de cine Spotlight, una película que aborda la investigación llevada a cabo por periodistas de The Boston Globe sobre el escándalo de abusos sexuales a menores en Massachusetts. También destapa la complicidad de la estructura eclesial con centenares de curas depredadores de niños: 249 solo en esta diócesis. Miles de niños y niñas fueron violentados ante el silencio cómplice de toda una comunidad y el encubrimiento del cardenal Law, todavía hoy desterrado y protegido en el Vaticano para no enfrentarse, como debiera según los hechos, ante la justicia.
El escándalo de pedofilia en Boston marcó un antes y un después en la Iglesia católica. Hasta entonces, los casos conocidos de curas abusadores de niños se sustanciaban del mismo modo: con el alejamiento del sacerdote de la parroquia en cuestión, su traslado a otro lugar, y una pequeña indemnización -en Estados Unidos jamás superaba los 20.000 dólares- para las víctimas, a quienes se obligaba a firmar un estricto acuerdo de confidencialidad.
Los abusos se enterraban en el armario y el abusador, después de un período de 'descanso', volvía a ejercer en otro rincón del país. ¿El resultado? Monstruos como el padre Geoghan, que abusó de decenas de niños en distintas localidades del país, de un modo sistemático y con total impunidad.
Law: silencio y complicidad
Todo ello ante el silencio y la complicidad del cardenal de Boston, Bernard Law, que gozaba de las simpatías del hoy santo Juan Pablo II, al igual que el otro gran depredador sexual en la Iglesia reciente, Marcial Maciel, cuyas víctimas siguen clamando contra el perdón que la Iglesia ha concedido a la Legión de Cristo.
Spotlight es el nombre del equipo de periodistas de investigación de The Boston Globe que tras un año de investigación publicaron que Geoghan había abusado de por lo menos 130 niños entre 1960 y 1998. Las pesquisas llevaron a concluir que alrededor del 10% del clero de Boston había abusado, de uno u otro modo, de menores, con el conocimiento y la aquiescencia del cardenal Law, quien poco después de la investigación tuvo que dimitir., Varios años después, huyó al Vaticano para escapar de un juicio que a buen seguro hubiera acabado con sus huesos en la cárcel.
Aún hoy, Estados Unidos reclama sin éxito su regreso al país. Law ya no goza de los privilegios de antaño -en el Vaticano, incluso, se comenta cómo una de las primeras decisiones de Francisco fue echar al cardenal de sus estancias en la basílica de Santa María la Mayor-, pero ningún analista cree que el purpurado vaya a rendir cuentas en vida de su inacción.
Tras las primeras publicaciones, más de 600 casos vieron la luz en Massachusetts, y se destapó la caja de los truenos. Milwaukee, Nueva York, Los Ángeles, Chicago... Decenas de diócesis norteamericanas vieron cómo miles de víctimas salían de la oscuridad y denunciaban abusos. Al menos una veintena de obispados en Estados Unidos tuvieron que pagar indemnizaciones millonarias a las víctimas, y muchas diócesis se declararon en bancarrota.
Escándalos en todo el mundo
No resulta difícil establecer paralelismos entre la historia que cuenta Spotlight y los escándalos que han azotado a otras diócesis en Estados Unidos, Austria, Irlanda, Australia, Alemania, Italia, India, Kenia... o España, donde aunque las condenas a sacerdotes abusadores apenas superan la docena, también se han dado condenas a las diócesis como responsables civiles subsidiarios. El mismísmo cardenal Rouco fue condenado como tal al demostrarse que actuó de forma imprudente en un caso de abusos a menores, denunciado por el que hoy es concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, Carlos Sánchez Mato.
En Irlanda, varios informes revelaron que el abuso de menores en centros católicos eran una práctica común y constante. El Informe Ryan, el más desgarrador, elaborado por la comisión investigadora de abusos de los niños en ese país, denunciaba la connivencia de la Iglesia con la policía y la Fiscalía para encubrir los casos de pederastia. Las estimaciones hablaban de miles de menores afectados por parte de la Congregación de los Hermanos Cristianos, encargados de gestionar las escuelas y orfanatos católicos de propiedad estatal. Los escándalos provocaron la dimisión de media docena de prelados.
En Australia, por su parte, la investigación continúa, y podría afectar al “superministro” de Economía vaticana, el cardenal George Pell. Ya hay comprobados unos 620 casos de abusos sexuales a menores desde la década de 1930 hasta la actualidad, mientras que en Alemania se recibieron casi 3.000 denuncias. Las últimas, las que afectan al coro de Ratisbona, en el tiempo en que el hermano de Benedicto XVI, Georg Ratzinger, era su director.
En el Reino Unido, el mismísimo cardenal O'Brien debió renunciar a participar en el último cónclave tras hacerse públicas sus relaciones con seminaristas británicos.
El último escándalo conocido, además del conocido como “caso Romanones” en Granada, fue el del exnuncio en República Dominicana, Josef Wesolowski, detenido por perversión de menores, y enviado a Roma para ser juzgado. Wesolowski murió antes de que se dictara sentencia, oficialmente de un fallo cardíaco.
Junto a estos casos, también se han denunciado abusos en muchos otros países, aunque no en todos han podido ser probados. En Polonia, un capellán militar fue acusado de 17 casos. En Brasil, varios sacerdotes fueron apartados mientras se les investigaba por pederastia. En Francia se constataron 11 casos entre 1985 y 1996. En Malta se presentaron pruebas de una decena de víctimas implicando a medio centenar de religiosos, mientras que en Suiza, se abrió un canal para la recepción de denuncias y llegaron aproximadamente unas sesenta.
Los obispos españoles, “impactados”
Según ha podido saber eldiario.es, varios obispos españoles han visto la película (nominada a seis Oscars), alguno de ellos incluso antes del estreno. En privado, las reacciones son similares: “Es una película dura, que nos enseña lo mismo que dice el papa Francisco, cómo pasar del pecado a la corrupción”, señaló uno de ellos. “Ha sido duro verlo”, subraya otro. Todos ellos coinciden en que, hoy por hoy, no se debería repetir una situación como la que cuenta la película, que muestra un sistema podrido en el que la institución ningunea los abusos, los minimiza y trata de lavar los trapos sucios en casa. “No se puede tolerar daño alguno a los niños”, apunta otro prelado.