“Si no nos dan el dinero, lo vamos a hacer igual”

“No se puede vivir de subvenciones —nos cuenta una mujer que ha pedido muchas— bueno, ni se puede ni se debe”. Ella es Cristina Casanova y forma parte de Kton y Cía, una empresa barcelonesa de creación y difusión cultural en el ámbito de las nuevas tecnologías con proyectos expositivos y en la red relacionados con el arte, la educación, las artes escénicas y la música. Ha solicitado una subvención al Ministerio de Cultura de 27.000 euros para realizar un proyecto sobre la poesía experimental catalana de 1959 a 2004. Como el Ministerio aún no ha comunicado a quién otorga las ayudas, no sabe si contará con ese dinero. ¿Y si no se la dan? “Lo vamos a hacer sí o sí, aunque no nos la den” asegura Casanova.

Y así ocurre con la mayoría de proyectos de gestión cultural: si no hay dinero se hace más pequeño, se hace por amor al arte, se hace sin cobrar. Buscamos un caso más pequeño, encontrado casi al azar: José-Diego Ramírez dirige A la sombrita, compañía andaluza de teatro de sombras que organiza la Muestra Internacional de Titiriteros Solistas Ciudad del Sol, en Écija. Ha pedido casi 21.000 euros al Ministerio de Cultura, como cada año desde la segunda edición de su festival, pero nunca se los han dado. “Si no nos lo dan, nosotros lo vamos a hacer, con mucho trabajo y mucho más menguado, sin talleres y sin cumplir con la palabra ‘internacional’ del nombre del festival”, explica Ramírez. El presupuesto de su mejor año, 2010, contó con 12.000 euros reunidos gracias a las administraciones locales y los micropatrocinadores.

Pero el año pasado todas las subvenciones se retiraron de golpe. José-Diego admitió que debía cancelar el festival, por lo que comenzó a llamar a las compañías que ya tenía apalabradas. Estas, en cambio, propusieron asumir los costes de los desplazamientos e ir igualmente, sin cobrar. “El festival se sigue manteniendo pero estamos creando mucha miseria”. El presupuesto, reducido a 2.000-3.000 euros, se saca de la taquilla, las microsubvenciones de empresas locales y proveedores y la pequeña aportación de La Caixa (1.000 euros) y Caja Rural (500 euros), “los bancos donde nosotros tenemos nuestras hipotecas y cuentas personales, que les hemos apretado un poquito poniéndolos en un compromiso”. Con las administraciones públicas dándole la espalda, José-Diego lo intentó con el crowdfunding: “nada, mucho apoyo moral pero económico ninguno, pedíamos 3.000 y conseguimos 40, fue un gran esfuerzo de comunicación que no sirvió de nada y nos dimos cuenta de que lo que estábamos haciendo era dándole publicidad a la página que hacía el crowdfunding”. Este bonito proyecto de teatro de sombras se hará pero, como dice su fundador, porque “se hace con el corazón y no con el bolsillo”.

Los festivales es el tipo de eventos que más depende de las subvenciones pero, en estos últimos años, han aprendido a diversificarse y no depender de un único ingreso. “El sotobosque viene de atrás”, como explica el gestor cultural Isaac Monclús. La característica de las subvenciones del Ministerio de Cultura es, según Gonzalo de Pedro, programador del festival de cine documental Punto de Vista de Navarra, “mucho dinero repartido a mucha gente, por lo que nadie depende en gran medida del Ministerio”. Si las ayudas se siguen reduciendo, los gestores y programadores se apretarán el cinturón y buscarán el dinero en otro sitio. Un reparto diferente del dinero público —más, a menos festivales— es una de las peticiones del sector, donde el Ministerio elija cuáles son los proyectos especializados que necesitan ser ayudados.

La burocracia de la justificación

“Las subvenciones pequeñas consiguen que trabajes cuatro veces más de lo que lo harías, porque te dan dos duros y tienes que hacer con dos lo que costaría 50”, explica Cristina Casanova. “No se puede vivir de un sistema de subvenciones a no ser que seas una empresa muy grande. Las pequeñas tenemos que lidiar con este sistema burocrático y su lenguaje, que no es un mundo muy aconsejable, donde al Ministerio le importa más que se justifiquen las facturas que el que se hagan los trabajos”.

Los proyectos nacen grandes y ambiciosos pero las subvenciones los jibarizan. “Pides 20.000 y te dan 3.000 —explica Cristina— y lo coges o lo dejas, pero luego tienes que justificar que te has gastado 20.000, no los 3.000 que te dan. Y si actualizas tu presupuesto a los 3.000 que te dan, ellos a su vez te rebajan la subvención a la mitad. Al final con un dinero o con otro lo acabas haciendo igualmente, pero repercutiéndolo a la calidad del proyecto”.

Eli Gras, que suele pedir subvenciones para los proyectos de La Olla Expréss, como el festival No-No-Logic, opina igual: “no queremos perder el carro de actividades por falta de dinero, así que nos arriesgamos como unos salvajes”. Y lo mismo nos explica Diego de León de la barcelonesa Drap Art, dedicados a proyectos de reciclaje artístico: “nuestra falta de recursos es endémica, pero en estos dos últimos años ha sido un hachazo. Hemos perdido no solo capacidad para programar, sino que nuestro esqueleto básico es cada vez más endeble”. Diego explica que la tijera llegó de todos lados: de Madrid, de Cataluña... “aceptamos ayudas de gente amiga y muy profesional, pero solo a cambio de cama y comida, como se decía antes”. Da igual el ámbito, el arte contemporáneo y arriesgado de Drap Art o el más tradicional del teatro de títeres de A la sombrita: las actividades se hacen por los gastos mínimos, nadie gana un sueldo, todo es precario, pero como se continúan haciendo parece que no pasa nada.