Ana Vidu es una de las 14 personas que rompieron el silencio en 2011 y se atrevieron a denunciar a un profesor de la Universidad de Barcelona por acoso sexual. Ya no es docente, pero sigue en el departamento porque la Fiscalía archivó el caso al haber prescrito los hechos, sucedidos en el curso 2007/2008, aunque admitió que “podrían tener cabida dentro del delito de acoso sexual”.
El caso fue sonado en Cataluña y promovió la creación del protocolo contra el acoso sexual en la universidad, pero las víctimas, según declararon entonces, se sintieron “frustradas e impotentes”. Seis años después, Vidu, de 27 años, se reconoce en la sentencia que ha condenado a un catedrático en Sevilla y la califica de “histórica”.
¿Cuando empezaron los episodios de acoso?
Nada más entrar en la universidad, en primero de carrera, que era el curso 2007-2008. Yo tenía 18 años. El profesor se dedicaba a pedir a los alumnos las notas de entrada a la carrera y a los que mejores teníamos nos mandaba emails con contenido sexual, nos invitaba a su casa, a tomar cafés... a la vez que nos decía que íbamos a tener una carrera prometedora.
También perpetró acoso de alta intensidad: tocamientos, envío de fotos... Son casos en los que la Fiscalía encontró indicio de delitos. Era una presión y persecución constante. No podíamos ni ir por la cafetería. Así durante los cuatro años de carrera y el máster, cuando decidí denunciarle.
A su denuncia se unieron otras 13 personas. ¿Había más víctimas?
Claro. Hay muchas más que no quisieron denunciar. No es fácil denunciar algo así, exponerte de esta forma. Esto ha tenido consecuencias de todo tipo para nosotros: depresión, ansiedad, problemas psicológicos... Algunos incluso dejaron la carrera. He conocido gente que, por ser víctima de acoso sexual, ha intentado suicidarse.
Lo primero que hizo en 2011 fue poner en conocimiento de la universidad lo sucedido. ¿Cuál fue la reacción?
De entrada no hubo respuesta. Había muchas resistencias, como las hay en la mayoría de universidades. Tienden a proteger los intereses de las institución y no a las víctimas. Tardó un año en enviar los casos a la Fiscalía [en 2012], tiempo en el que los delitos habían prescrito [los hechos habían sucedido entre cuatro y cinco años antes]. El caso se extiende a varias décadas, pero la universidad nunca hizo nada.
Un estudio elaborado en 2016 por un equipo de investigación de la Universidad de Barcelona sobre violencia machista en la universidad concluyó que el 91% de las víctimas no denuncia. ¿Por qué es tan difícil denunciar?
Tú sabes que tu carrera académica se va a haber influenciada por eso. El catedrático nos hacía saber todo el rato que nuestra nota estaba en sus manos. Con eso juegan los acosadores en la universidad: con el poder que tienen sobre ti. La universidad es mucho de favoritismo, de jugarte un puesto o una plaza, según tus relaciones. Eso crea mucho silencio.
¿La universidad es un espacio que propicia el acoso sexual?
Propicia la ley del silencio. El que habla sufre consecuencias. Las víctimas acaban solas si denuncian en la universidad. Cuando yo pedí cambiarme de clase el primer año, me dijeron que no hiciera caso, que eran tonterías. Acabé la carrera con premio extraordinario y en el máster empecé a tener las peores notas. ¿Qué había pasado? Que había denunciado.
¿Cómo funciona esa ley del silencio?
En nuestro caso no se hablaba nunca de esto. En primero de carrera, cuando empezó el acoso, yo no sabía que también les estaba pasando a otras personas. Tienes miedo a las represalias, así que aprendes. Aprendes a callar y a respetar ese orden de la universidad y esa estructura de poder que cree a los acosadores y cuestiona a las víctimas.
Nosotros vimos cómo se mantenía esa estructura de poder en la que a un catedrático se le hace caso por ser catedrático. De hecho, tardamos tanto en denunciar porque la estructura feudal de la universidad nos silenció. Lo ves en los pasillos, en los despachos. Hay profesores que son intocables y tu futuro puede depender de ellos. El agresor juega con ese poder y esa es su impunidad.
Una de las características de la violencia sexual es la dificultad de reconocerse como víctimas. ¿A usted le costó?
Quizás cueste ponerle nombre, pero desde el principio ves que eso no es normal. Cuesta ponerle nombre porque nadie habla.
¿Os sentisteis revictimizados tras denunciar?
Nada más denunciar. Compañeros y otros profesores querían poco contacto con nosotros. Hay gente que me dejó de saludar y de hablar y te empiezan a criticar y a cuestionarte. Es más duro denunciar en la universidad que sufrir acoso porque son mucho peores las consecuencias y las represalias que vives por romper el silencio que por estar callada y seguir sufriéndolo.
El ataque hacia el que denuncia es un ejemplo para el resto: no lo hagas porque si lo haces te pasará esto. Aun así, hay que denunciar, precisamente por eso, porque si no rompemos la ley del silencio, seguirá presente. Eso sí, las primeras que deben de dar el paso son las propias universidades.