Elba cumplió 60 años en 2021. Con la cifra redonda llegó la crisis. “Fue como decir: ‘Soy vieja’ aunque no me sienta vieja. Lo estoy llevando fatal”, resume. Uno de los aspectos que contribuyen a esa crisis tiene que ver con el amor y el sexo. Separada por primera vez a los 40 y con tres hijos, nunca había tenido problema para ligar y encontrar relaciones, esporádicas y estables. Pero los 60 han llegado para romper la tendencia: “Ahora conoces a alguien, todo bien, después dices que tienes 60 años y ya no te vuelven a llamar”, dice. Aunque desde su última separación ha tenido varias relaciones, Elba siente que los estereotipos le pesan, también en lo que a afectos y cuerpos se refiere. “Yo quiero seguir activa sexualmente. Y también me apetece tener una pareja”.
No son frases nada extravagantes, aunque a partir de los 60 tienden a parecerlo. A pesar de que el aumento de la esperanza y de la calidad de vida ha agrandado el espacio vital en el que se puede vivir con plenitud, en el imaginario social la barrera de los 60 es el inicio de una vejez en la que el amor y el sexo no parecen centrales. Aunque lo son, claro.
“Para la gente joven, ver imágenes de sexo de personas adultas, ya no viejas, de 58 años, por ejemplo, o verlas morrearse en la calle... les parece una porquería. La sociedad está construida como si la sexualidad fuera un asunto estrictamente de gente joven y en periodo reproductivo, todo lo demás se encuentra fuera de foco y de valoración. Esa construcción no muestra una realidad que, ahora que vivimos tantos años, existe”, señala la escritora Anna Freixas, autora de ‘Yo, vieja’ (Capitán Swing).
Los datos avalan esa realidad. En España cada vez hay más gente que se divorcia pasados los 50 años: en 2013, las separaciones a partir de esa edad suponían el 17,9% del total, según el Instituto Nacional de Estadística (INE); en 2018 ya eran el 27,2%. La media de edad de las personas que deciden disolver su matrimonio también ha ido creciendo. En 2006 era de 40,2 años para las mujeres y de 42,8 para los hombres; en 2018, había subido a 45,2 y 50,1, respectivamente.
La Encuesta Continua de Hogares muestra que la proporción de hogares unipersonales en los que la persona está divorciada ha aumentado un 94% entre 2013 y 2020, y los de quienes se separan sin pasar por el juzgado, un 83%.
“Por un lado, la idea de que el matrimonio debe durar toda la vida se ha ido erosionando. Por otro, las bases económicas de los miembros de la pareja han cambiado radicalmente –explica el sociólogo y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Gerardo Meil–. Antes, las mujeres no tenían casi independencia económica; ahora, incluso a edades por encima de los 50 años están empleadas. Eso implica un empoderamiento para poder definir tu proyecto de vida o dejar una relación si estás insatisfecha. Ahora hay más posibilidades, se han abierto más horizontes”.
La resignación ya no es un valor
Los cambios en los valores y las ideas, los avances en igualdad –la anticoncepción, el aborto, el divorcio, o la reivindicación feminista de la sexualidad y la emancipación–, la incorporación formal de las mujeres al mercado laboral o la paulatina pérdida de influencia de la Iglesia católica son factores que han contribuido a que la vida afectiva y sexual haya cambiado para todas las generaciones, también para quienes se educaron en un contexto social muy distinto.
La resignación, prosigue Meil, ha dejado de ser un valor social. En su lugar, en la actualidad se reconoce a los individuos “la capacidad de reconstruir sus proyectos de vida” y se pone más énfasis “en la satisfacción con el proyecto vital” y no en el control social, como sucedía antes. Eso incluye la satisfacción en las relaciones. “La concepción de las relaciones ahora es que estás con alguien para que te aporte felicidad y satisfacción. El matrimonio era una institución sagrada, incluso para aquellos que no estaban especialmente ligados a la Iglesia”, dice el sociólogo.
Anna Freixas ironiza: “Si la cadena perpetua son 30 años, vivir más de 30 años con una persona también puede ser una cadena perpetua. Quizás esa persona estaba genial para un momento de tu trayectoria, pero vivir tanto tiempo con alguien que ha cambiado mientras tú también has cambiado igual ya no es tan divertido”.
Elba se separó del padre de sus hijos cuando tenía poco más de 40 años, después de 20 de relación. “Esa primera separación fue tremenda. Somos una generación que, quieras que no, aún fuimos educadas en que el hombre estuviera contento y en ocultar lo que pasaba de puertas para adentro. En ese momento viví la vida loca que no había tenido a los 20 y ligué todo lo que quise”, recuerda. Su última relación, de seis años, terminó hace no mucho y la ruptura la ha afectado de una manera diferente: “De alguna manera, pensé que era mi última pareja, que íbamos a envejecer juntos. Es algo que tengo medio superado”. Fue su hijo quien la animó a apuntarse a una red social para ligar. Conoció a varios hombres, pero decidió salir de la plataforma, que no le convenció. “Tengo a varias amigas en Tinder, pero diría que ninguna ha encontrado lo que busca”, dice.
En España cada vez hay más gente que se divorcia pasados los 50 años: son el 27,2% de las separaciones, cuando en 2013 eran solo el 17,9%
También Rafa, de 59 años, ha utilizado las redes para conocer mujeres, desde que su pareja murió hace casi 11 años. Ha tenido varias relaciones, la más reciente de cinco años. Algunas de estas relaciones surgieron a través de esas plataformas para ligar; pero otras le llegaron a través de amigos o de su entorno de trabajo. “Durante estos años he tenido relaciones cortas y largas –relata–. Yo buscaba parejas estables, ellas en general también, pero no es fácil. A estas edades ya se tienen hábitos y una mochila grande que cada uno llevamos a cuestas; las vivencias que hemos tenido nos afectan”. Las complicaciones son diversas: “Había mujeres que no confiaban mucho en los hombres por las experiencias que habían tenido. Yo al principio tenía a mi hija de nueve años y eso absorbe mucho tiempo, claro. Y luego también te acostumbras a vivir solo, a hacer lo que te viene en gana, sin dar explicaciones a nadie. Y coartar esa libertad o que te la coarten a ti pues afecta”.
Sexo sin convivencia
Para su anterior libro, la escritora Anna Freixas hizo una pequeña investigación con varios cientos de mujeres de entre 50 y 80 años. “Las de 50 y 60 todavía creían que podían encontrar relaciones, construir vínculos como los que tuvieron en el pasado, aunque estaban un poco enfadadas con lo que la vida les ofrecía o lo que la sociedad esperaba de ellas, la dificultad que el mercado heterosexual les planteaba”, detalla. Por encima de los 70, las mujeres querían sexo pero de ninguna manera deseaban la convivencia. “Lo ideal me parece no convivir –coincide Rafa–. Compartir los buenos ratos pero sin necesidad de vivir en la misma casa, que es cuando te tienes que estar adaptando más a otra persona y la otra persona a ti; te evita esos roces”.
Otra de las preguntas que Freixas incluía en su cuestionario era si las mujeres deseaban una relación, y si preferían, en ese caso, tenerla con un hombre o con una mujer. Un porcentaje significativo de las encuestadas respondió que preferiría a una mujer. “15 años antes no habría obtenido estos resultados, igual que dentro de otros cinco también serán diferentes –afirma Freixas–. La cuestión es que las mujeres de estas generaciones piensan que se les abre una esperanza de mayor satisfacción erótica con otras mujeres. Muchas han vivido en la represión y en la no educación sexual, en la privación de un conocimiento acerca de la sexualidad, y ahora se plantean que podrían permitirse explorar algo que de jóvenes no podían”. Esa apertura mental no sucede en todos los casos, admite Anna Freixas. Resulta imposible para un grupo de mujeres que ha vivido en contextos especialmente encorsetados por la religión y el estigma.
Cada vez más mujeres redescubren el placer a partir de los 60 años; muchos hombres, por el contrario, sienten temor o desconcierto
El sexólogo Erick Pescador identifica un aumento de las mujeres que, más allá de los 60, redescubren su sexualidad y lo hacen por puro placer. “Hay más que nunca: son mujeres separadas o viudas que retoman el sexo”, confirma el experto. La mayor proximidad con el deseo y el aumento de las ganas de sexo hace que estén más dispuestas a variar y a probar prácticas y relaciones.
En el otro lado de la moneda, el sexólogo cree que muchos hombres sienten temor o están desconcertados, “quizá frente al cambio de las mujeres y al reclamo de una sexualidad más consciente –apunta–. Hay mujeres de entre 50 y 70 años que quedan con hombres por Tinder y tienen citas agradables; pero luego, en el sexo, encuentran lo mismo de siempre: hombres muy centrados en el meter y sacar y sin mirada hacia su placer”. La viagra, que irrumpió a finales de los 90, vino a calmar la inquietud por los problemas de erección de muchos hombres, pero también reforzó esa idea del coito como parte central del sexo, “algo de lo que precisamente muchas mujeres están hartas”, concluye.
En cualquier caso, Pescador apunta también a un grupo de hombres que por encima de los 60 años responde a la pérdida de libido o a la disfunción eréctil colocándose de otra manera ante la sexualidad. “He tenido en consulta a hombres que estaban preocupadísimos con el tema de la penetración y que han empezado a hacer otras cosas, a probar otras prácticas, a introducir juguetes sexuales, a entender que el placer no tiene que ser simultáneo, a relajarse…”.
Los hijos, más conservadores
Las dificultades para construir la vida afectiva y sexual vienen a veces de los propios hijos, una vez que sus padres se separan. “Siempre han visto juntos a los padres y han olvidado que son dos personas que tienen una relación que puede o no avanzar satisfactoriamente”, apunta la profesora de psicología de la Universidad Oberta de Catalunya Montserrat Lacalle. Aunque las separaciones de amigos y conocidos las viven dentro de la normalidad, no sucede lo mismo cuando se trata de sus propios padres, a los que no perciben como “legitimados para cambiar”, al menos en el caso de las parejas que aparentemente no han tenido desavenencias graves.
Toda separación comporta una pérdida, pero no necesariamente aislamiento. “Si la persona cuenta con el apoyo de otros miembros de la familia o tiene una red social con la que relacionarse, no tiene por qué aumentar el aislamiento. Pero si estos vínculos sociales no han existido o no se fomentan, el riesgo se incrementa”, apunta la psicóloga.
“A esa edad, o a cualquier otra, un divorcio será positivo si implica ser consecuente con uno mismo –asegura Montserrat Lacalle–, si responde al deseo de la persona, si representa el inicio de una nueva etapa que afronta con ilusión, a pesar de la incertidumbre que siempre puede haber ante una situación nueva y desconocida”.