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Torrijas, iftar, pan ácimo: la Semana Santa, el Ramadán y la Pascua judía coinciden este año

Nazarenos de la hermandad de La Candelaria de Sevilla el Martes Santo de 2023.

Sergio Diez

4 de abril de 2023 22:47 h

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“La Semana Santa es la fiesta más importante para los cristianos”, dice Ángel. Los días no siempre caen bien –“Me pilla de vacaciones, y en el pueblo son los quintos... eso lo complica mucho espiritualmente”, admite–, pero la tradición manda. Algo similar le pasa a Soumia con el Ramadán de los musulmanes: “Desde fuera puede parecer que es el mes del año durante el que ayunamos desde el amanecer hasta la puesta del sol, pero es sinónimo de unión, de conexión espiritual”. Isaac Benzaquén piensa parecido del Pésaj: “Es una de las festividades predilectas del pueblo judío, una fiesta de júbilo, hogareña y eminentemente familiar”. Este año se da una rara alineación: las tres son a la vez.

Es poco habitual –aunque el año pasado también ocurrió– que la Semana Santa, el Ramadán y el Pésaj o Pascua judía se celebren al mismo tiempo, aunque sí pasa más a menudo con las festividades cristiana y judía. La manera de establecer cuándo son cada año, en base a distintos calendarios, posibilita esta extraña coincidencia.

La Semana Santa se marca en función del Domingo de Resurrección, que es siempre el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera, por eso este año es el 9 de abril. Los judíos también sitúan el inicio del Pésaj en ese primer plenilunio primaveral, por eso es más habitual que puedan solaparse. Eso sí, como lo calculan en función del calendario hebreo, suele coincidir con la Semana Santa, pero no siempre. El Pésaj dura una semana y este año empieza el miércoles 5 de abril.

El Ramadán, en cambio, puede caer en cualquier estación, desde el verano al invierno. Esto se debe a que la fiesta se sitúa en el noveno mes del calendario islámico, que es lunar, y los meses tienen algunos días menos de media que en el calendario gregoriano. Este año se celebra del 22 de marzo al 21 de abril.

¿Qué significan?

Más allá del calendario, cada cual lleva su propio significado. ¿Cómo se viven hoy en España? De hecho, el país vive un momento en el que, según el informe de laicidad de la Fundación Ferrer i Guàrdia, cuatro de cada diez españoles se declaran ateos, agnósticos o indiferentes ante la religión, y en el que más de la mitad de los jóvenes de entre 18 y 34 años se declaran no creyentes.

Sin ser lo mismo, tienen más en común de lo que podría parecer, según cuentan practicantes de los tres credos. Para Paula, cristiana, buena parte del encanto de la Semana Santa viene de estar mucho en familia y de comer dulces: “En mi casa siempre se han tomado las torrijas que hacía mi abuela materna, que iban con un poco de vino, o los roscos de Semana Santa. Es una época que me hace ilusión todos los años”.

No difiere tanto de lo que cuenta Soumia cuando evoca el Ramadán: “Cobra la misma importancia la conexión espiritual que acompaña al ayuno como la conexión con nuestra comunidad, que va desde las comidas en familia, los programas de bromas pesadas en la tele o el rezo de la noche, el taraweeh”. Ni de cómo ve Yael el Pésaj: “Lo más importante para mí de esta festividad es la unión familiar y el recuerdo y la continuidad de los valores que nos transmitieron mis abuelos”.

Tres fiestas históricas

Cada festividad parte de un hecho histórico vinculado con su religión. La Semana Santa empieza el Domingo de Ramos, que conmemora la entrada de Jesús de Nazaret en Jerusalén montado en una borriquita, y celebra la pasión de Cristo. Una de las fiestas grandes del Ramadán se celebra a los 27 días de iniciarlo, que es cuando se supone que “fue revelado el Corán al profeta”. El Pésaj, cuenta Isaac Benzaquén, presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, es “la fiesta de la libertad que conmemora la salida de Egipto del pueblo judío después de 210 años de esclavitud y opresión”.

La Semana Santa cristiana llegaba este año con el susto reciente por el ingreso del Papa, que finalmente sí pudo estar en la misa de la plaza de San Pedro, en el Vaticano. En Madrid, alrededor de las iglesias del barrio de Prosperidad hay una festiva muchedumbre que sale de la misa de doce. Aunque en el conjunto abundan las personas mayores, también hay entre el gentío alegre familias jóvenes con niños, pertrechadas con sus palmas.

Cerca de ese barrio de Madrid vive Ángel. Tiene 30 años y es católico practicante: “Es la fiesta más importante porque es vivir la muerte, la entrega y, sobre todo, la resurrección el Domingo de Pascua. Eso es lo central: si no resucita, no tiene sentido esta religión”, confiesa. “También voy a ver procesiones, y hace unos años ya dejé de salir los viernes para recogerme por la Pasión. De hecho, en 2021, al no poder salir de Madrid por el covid, lo viví de forma muy especial, con un recogimiento casi propio de la Navidad”, reconoce.

Cada día del mes de Ramadán, con la puesta del sol llega el iftar, la comida con la que se termina el ayuno de cada día para los musulmanes. Soumia, que tiene 28 años y vive también en Madrid, reconoce que disfruta especialmente de estos días, desde que comienza la festividad hasta el día de la Fiesta del Fin del Ayuno o Eid al-Fitr: “Cuando se acerca este mes no recordamos el hambre y la sed que sentimos el año anterior, lo que queda grabado en nuestras mentes son las noches de largas conversaciones hasta el amanecer, las reuniones familiares, la comida típica de estas fechas –como la sopa harira– o la cuenta atrás para romper el ayuno. En este sentido, el Ramadán me recuerda más al espíritu navideño y a la conexión y cohesión que sientes”. También es musulmán Jota, que prefiere no dar su nombre real. Tiene cuarenta años y recuerda que el Ramadán va más allá del ayuno: “Consiste en tener buena intención con los demás, en cuidar tus pensamientos, tus palabras, tus acciones. Todo ese esfuerzo comunitario es muy bonito”.

“Para mí, la Semana Santa es un momento del año en el que sale todo el mundo a la calle, sea creyente o no: la gente se arregla e intenta buscar los huecos donde es más bonito ver las procesiones. Desde chiquitita me encantan, con sus marchas y sus tambores”, explica Paula, que tiene 24 años y es de San Fernando (Cádiz). Para ella, el momento más importante es la misa del sábado: “Es muy especial estar todos juntos allí, por la noche”. Esta gaditana destaca además el carácter festivo de estos días en contraste con la Cuaresma, que es “una época de ayuno y abstinencia los viernes, y en la que es todo un poco más austero”.

Yael es judía, tiene 22 años y vive en Madrid. Cuenta que, más allá del alimento típico de estas fechas -la matzá, un pan ácimo elaborado con harina no fermentada-, hay varios momentos ligados a esta fiesta que siempre le han dejado huella: “Por ejemplo, las costumbres más sefardís que tenemos, como cuando mi abuela prepara su sopa típica de habas y carne o las albóndigas rellenas de salchicha y huevo. También cuando hacemos el Bibilu, que consiste en pasar por encima de nuestras cabezas el plato típico de Pésaj con seis comidas simbólicas, y cantamos bibilu yatzanu mimitzrayim ('deprisa salimos de Egipto') tres veces”.

Durante siete días, además de las vacaciones, España parece sumida en una gran procesión, volutas de incienso y crucifijos. Pero este año en el país se solapan otras realidades. Un cierto recuerdo de aquella Toledo de las tres culturas.

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