El pasado mes de abril, Rusia y Australia, dos países reticentes al cultivo de transgénicos –variedades que combinan genes de diferentes especies–, decidieron que los cultivos desarrollados mediante las nuevas herramientas de edición genética, que no introducen ADN foráneo, son equivalentes a los obtenidos por métodos tradicionales de mejora vegetal. De esta forma, se han alineado con EEUU, que no ha dudado en desarrollar ningún tipo de organismo genéticamente modificado, y se han distanciado de la Unión Europea, que restringe desde el año pasado el desarrollo y cultivo de estas nuevas variedades y las ha clasificado en la misma categoría que los transgénicos.
“Europa está cometiendo el error del milenio. Estamos en una carrera, pero hemos decidido ponernos lastre y correr a la pata coja”, asegura a eldiario.es Pilar Cubas, investigadora del Centro Nacional de Biotecnología. “Con el cambio climático y el rápido crecimiento de población necesitamos mejorar la eficiencia de nuestros cultivos, pero hemos decidido no utilizar la herramienta que nos permitiría hacerlo”, afirma esta bióloga molecular, que trabaja en la identificación de rasgos que permitan mejorar la eficiencia de algunos cultivos.
La posición de Cubas es la dominante en la comunidad científica internacional, pero choca frontalmente con la de los grupos ecologistas, que han aplaudido la decisión de Europa de restringir las nuevas variedades obtenidas por edición genética. “La UE está siendo prudente y si no se lanza a los brazos de estas nuevas aplicaciones tecnológicas es porque está aplicando el principio de precaución”, afirma a eldiario.es Blanca Ruibal, coordinadora de la ONG Amigos de la Tierra.
Un cambio de escenario con CRISPR-Cas9
El problema surgió tras la irrupción de las nuevas herramientas de edición genética, como CRISPR-Cas9, que, a diferencia de lo que ocurre con los transgénicos, no añaden ADN de otras especies, sino que modifican la información de la propia planta, algo que ya se hace mediante otros métodos de mejora vegetal convencionales.
Este nuevo escenario planteaba una duda en muchos países, que debían decidir si estas nuevas técnicas debían regularse bajo la misma normativa que afecta a los organismos genéticamente modificados (OGM), desarrollada para regular los transgénicos, o si debían ser tratados como variedades convencionales. El problema era especialmente delicado en aquellos países en los que la legislación es particularmente restrictiva, como en Rusia, que prohíbe el cultivo de transgénicos, o la UE, que pone muchas limitaciones para la aprobación de estos cultivos.
Tanto la normativa rusa, como la europea describen los OGM como aquellos con alteraciones genéticas “que no pueden resultar de procesos naturales”. Sin embargo, las regulaciones incluyen como excepciones las alteraciones genéticas que se han realizado mediante técnicas tradicionales, como la mutagénesis química o por irradiación, que han sido utilizadas desde principios del siglo XX.
Los científicos sostienen que las técnicas de edición genética como la CRISPR-Cas9 deberían considerarse similares a las de mutagnésis convencionales, ya que no añaden ADN externo. “Desde un punto de vista científico, considerar a un organismo modificado con CRISPR como un transgénico es una autentica aberración”, asegura a eldiario.es Emilio Montesinos, miembro de la junta de gobierno de la Sociedad Española de Biotecnología y catedrático de producción vegetal de Universidad de Girona.
Sin embargo, los grupos que se oponen a las nuevas variedades desarrolladas mediante edición genética sostienen que el problema no está en si se introduce o no ADN externo, sino en la naturaleza deliberada de las alteraciones realizadas a través de la edición de genes. “Estas técnicas no son tan precisas como nos dicen y pueden tener efectos inesperados”, afirma Ruibal.
Inversiones millonarias
Rusia y Australia han sido los últimos países en tomar una postura al respecto y, el pasado mes de abril, dieron luz verde a esta nueva tecnología. Además, Rusia ha anunciado la creación de un ambicioso proyecto de más 1.500 millones de euros cuyo objetivo es la creación de 10 nuevas variedades de cultivos y animales editados genéticamente para 2020, y otras 20 para 2027.
Los organismos reguladores de estos dos países han considerado que la edición genética realizada con herramientas como CRISPR-Cas9 es equivalente a los métodos convencionales de mejoramiento vegetal y, por lo tanto, no representa un riesgo adicional para el medio ambiente y la salud humana, una decisión similar a la que tomó EEUU en marzo del pasado año.
Algunos investigadores aseguran que estas nuevas herramientas son incluso más seguras que las tradicionales. “La mutagénesis tradicional no es dirigida, con lo que se producirán muchísimas más mutaciones no controladas”, asegura Montesinos. “Con técnicas como CRISPR-Cas9 se hace una edición concreta que no provoca tantas mutaciones en otros genes, por lo que es un procedimiento más seguro”.
Sin embargo, la UE ha tomado el camino contrario. En julio del pasado año, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sentenció que se debe tratar a los cultivos editados genéticamente como si fueran OGM, es decir, como si fueran transgénicos. La decisión fue celebrada por los grupos ecologistas, que consideran que “hay una diferencia sustancial entre las técnicas de mejora convencionales respecto a las nuevas técnicas de edición genética”, asegura Ruibal, pero fue ampliamente criticada por los científicos.
“Es una contradicción flagrante”, asegura el catedrático de fisiología vegetal de la Universidad de Barcelona, José Luis Araus. Este investigador, que ha trabajado evaluando el comportamiento de las variedades modificadas, tanto convencionales como transgénicas, una vez han sido plantadas, afirma que “el riesgo de la edición genética es el mismo que el de la mutagénesis química o la irradiación”.
Cultivos indistinguibles de los convencionales
Los científicos también ponen el foco de atención en otro problema que surgirá a la hora de aplicar la ley sobre los nuevos cultivos editados genéticamente, y es que son indistinguibles del resto.
Pilar Cubas también insiste en esta idea y asegura que se va a producir “una invasión de cultivos editados genéticamente, porque si en los países en los que se producen no son etiquetados, nosotros no vamos a poder saber si lo son o no”, por lo que pide “cambiar la definición de organismo genéticamente modificado para que una planta que no tiene ADN de otra especie o que tiene modificaciones que se pueden conseguir por métodos tradicionales no sean consideradas OGM”.
La decisión del tribunal europeo también ha sido recibida con pesar por las empresas biotecnológicas europeas. Según ha asegurado a este diario el director de la Asociación Española de Bioempresas (ASEBIO), Ion Arocena, “esta decisión coloca a Europa en una posición de clara desventaja competitiva, porque no proporciona la seguridad legal que necesitan los investigadores y las empresas para poder explotar esta técnicas en un futuro”. En la práctica, afirma Arocena, “la sentencia supone la prohibición de los cultivos obtenidos por edición genética”.
Modelos de agricultura
La cuestión está en el proceso que supone la aprobación de las variedades que están sometidas a la ley de OGM. Según Arocena, “la legislación de los OGM es muy estricta y disfuncional, porque los plazos y costes de aprobación son muy grandes, lo que ha provocado que la investigación y producción de nuevas variedades se marche de Europa”.
Cubas por su parte, asegura que adoptar la regulación de los OGM también provocará la concentración de nuevas variedades en cada vez menos empresas. “Las nuevas técnicas de edición son mucho más baratas y servirían para democratizar la mejora genética”, pero tras la decisión del alto tribunal europeo, “muchas pequeñas empresas de desarrollo de semillas desistirán o se acabarán marchando a otros países y Europa se quedará como un reducto en el que solo podrán actuar las grandes multinacionales”.
Desde Amigos de la Tierra, Ruibal afirma que habría que prestar más atención a la “gran variedad de soluciones, que van más allá de estas nuevas herramientas biotecnológicas”. Además, asegura que “la UE debería dejar de apostar por una agricultura de mercado, basada en un modelo de monocultivo atroz potenciado por los transgénicos” y “luchar contra la pérdida de biodiversidad y por garantizar que los alimentos saludables lleguen a toda la población”.
El profesor Araus, por su parte, afirma que “es cierto que los transgénicos no solo no han eliminado el hambre en el mundo, sino que están asociados a un modelo de agricultura intensiva”, pero asegura que sigue siendo una “herramienta interesante” y que “las nuevas técnicas de edición genética pueden ser mucho más útiles y nos podrían permitir desarrollar, de forma mucho más rápida, variedades más resistentes contra el cambio climático”.