Los ultras perviven ante el temor de los clubes a quedarse sin incondicionales

La primera reacción de los clubes afectados, con el cadáver del ultra del Deportivo de La Coruña caliente, resume la postura de los dirigentes del fútbol al respecto de los violentos que dicen defender sus colores: “Esto no tiene nada que ver con el fútbol. No tenemos nada que ver con los hechos. El fútbol es el fútbol y no tiene nada que ver con este incidente que se ha producido lejos del estadio y lejos de lo que es un partido de fútbol”, resumió el presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo.

La conclusión del directivo fue muy futbolística. “Lo que pasa en el campo, se queda en el campo”, como dijo el entrenador de su equipo Diego Pablo Simeone, tras penetrar con sus tacos el muslo del internacional del Athletic Club, Julen Guerrero, en su etapa de jugador. Son los códigos bélicos, las consignas totalitarias las que rigen la gestión de las aficiones en los equipos. No en vano, muchos directivos consideran una ventaja tener una facción ultra que acompañe incondicionalmente al equipo sin importar que sean violentos, despiadados, malhablados o simplemente, asesinos en potencia. Así lo demuestran estudios como el de la Universidad de Firat en Turquía que deja claro que “los administradores de los clubes creen que el comportamiento agresivo de sus aficionados va en beneficio propio”. Y así lo creen entrenadores como José Mourinho, recientemente enfrentado a los hinchas del Chelsea por reclamar de manera marcial lo que ya pidió del Bernabéu: “Más ruido y más apoyo”.

Los portavoces de Ultras Sur, la facción salvaje del Real Madrid, han hecho público su acuerdo con los dirigentes cada vez que se les ha preguntado: libertad y facilidades para entradas y viajes siempre y cuando no se produzcan situaciones delictivas dentro del campo. Un acuerdo que se remonta al episodio de 1998 en el que una portería atada a su valla acabó en el suelo. “Al estadio se viene con las familias”, enfatizó el pasado domingo Cerezo.

Y a animar, piensa Florentino Pérez (presidente del Real Madrid) que ha tratado por todos los medios de generar ambiente y animación en el frío y cada vez más lleno de turistas y vips estadio Santiago Bernabéu. Un speaker, una grada joven con posibilidad de ver el partido de pie, tres himnos y hasta abonos a precios irrisorios para jóvenes que ni siquiera son socios del club. El Real Madrid lo ha intentado todo para que su gente sea animosa y los Ultras Sur han chantajeado con ese aspecto para seguir gozando de prebendas: “Este estadio sin los ultras, es un cementerio”, gritaron durante la pasada temporada hacia el palco la sección de ultras a la que se le retiró el carné tras unos incidentes en una versión pequeña en el metro de los sucedido el domingo en el Manzanares. Esos violentos fueron expulsados, los más pacificados, pero de ideología igual de derechista y faltona siguen en la grada.

“No es lo mismo un estadio grande y vacío que un estadio pequeño y lleno”, afirma Miguel Ángel Gómez Ruano, de la Universidad Politécnica de Madrid. Este especialista en sociología del deporte ha estudiado la influencia de jugar en casa o fuera en los resultados deportivos. La conclusión es que el ambiente tiene cada vez menos influencia en los jugadores y el árbitro. “La media de victorias en casa frente a las conseguidas fuera está en un 60%. No hay más que ver cómo han cambiado los resultados en las quinielas”, explica. “Los árbitros y los jugadores son mucho más profesionales que hace años”, añade. Se refiere a los años 80, cuando los equipos ganaban ligas ganando en casa y empatando fuera en condiciones casi infernales en los años álgidos del hooliganismo. “El miedo escénico”, lo llamó Jorge Valdano, protagonista de las grandes remontadas del Real Madrid respecto a los resultados adversos en campo contrario.

Nostalgia de la tribu

Si ya han pasado los años en los que se podía amedrentar a un árbitro y los jugadores son capaces de soportar la presión, ¿Por qué esa obsesión en seguir apoyando a los radicales? Para ganar, porque el negocio es cada vez más grande y los empresarios dueños de los clubes tienen cada vez más miedo a la aleatoriedad de los resultados deportivos frente a la previsibilidad de los resultados económicos. Y porque las aficiones forman parte de un show que obtiene el 30% de sus ingresos de la explotación comercial de los estadios. “Los ultras son actores de un espectáculo que se desarrolla en paralelo al terreno de juego: una obra de teatro de sonidos, canciones, banderas, colores, masas en movimiento etc… Un show pacífico, que sin embargo, con frecuencia se vuelve agresiva, violenta y destructiva frente a las aficiones contrarias y la policía. Y el vandalismo se convierte en rutinario, inherente al ritual del domingo y las luchas de clases, razas o idelogías encuentra en los estadios el lugar perfecto para dispararse”, advierte la profesora Emanuela Lavari, de la Universidad Pontificia Salesiana.

Que la violencia encuentre refugio en el fútbol es responsabilidad del fútbol. De aquellos que por ganar permiten que sus hinchadas gritar salvajadas del tipo: “Juanito como mola, tu tumba en Fuengirola” o “y va morir y va a morir el hijo de Mijatovic”. El propio Valdano, que encontró en los 80 las palabras exactas para describir el ambiente necesario para ganar un partido, encontró en una reciente entrevista en Canal Plus una explicación a la capacidad del fútbol para propagarse entre la gente: “En una sociedad tan individualista como la nuestra, hay una nostalgia de la tribu que el fútbol compensa como mucha eficacia”. Una nostalgia de tribu que en muchas ocasiones lleva a la tribu de las cavernas.