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Unai y Esteban, los rostros del otro Orgullo: el de los refugiados LGTBI

EFE

Madrid —

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Uno encontró en la danza las “alas” para volar a otros mundos, y el otro una “fuente” donde ir a refrescarse, pero las amenazas de las maras hondureñas por su homosexualidad truncaron el sueño de estos dos jóvenes hondureños; ahora tratan de cumplirlo en España, donde han pedido asilo.

Aunque empezó a trabajar con 8 años al mismo tiempo que trataba de sacar adelante sus estudios, Unai era un “niño feliz”; pero a partir de 2013, cuando las pandillas comenzaron a extorsionar a su familia, “la cosa empezó a empeorar”, relata el bailarín en un testimonio proporcionado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Pese a que su madre pagaba regularmente, el acoso y las amenazas no cesaron, y ello por la única razón de que era un homosexual que cursaba estudios de interpretación a la par que Psicología en la Universidad, que tuvo que dejar.

“Se vive con mucho miedo, no, no se vive. Siempre con sentido de alerta, con un estrés constante de no saber qué es lo que va a pasar, de no saber quién va a llegar, quien te va a insultar o amenazar de muerte. Es 'bullying' pero a un nivel extremo de llegar matar a las personas por la intolerancia”, rememora.

Ya de niño, Esteban “quería volar”, aunque sus padres le advertían de que “eso es imposible”. Y fue en el teatro y la danza donde encontró una forma de hacerlo: “Para mí es como que me da alas y vuelo a otros mundos contando historias, metiéndome en personajes y adueñándome de sus vidas en ese momento que estoy en el escenario”, afirma.

Cuando comenzaron las extorsiones a la familia de Unai, las maras le interceptaron un día y le preguntaron por qué iba tanto “a ese barrio”, qué “es lo que tenía con esa persona”, y le amenazaron.

“A mi pareja y a mí nos pedían que cediéramos a sus peticiones, que era ir a acompañarlos a un lugar que le llaman 'el campo'. Se conocen porque ahí matan gente, violan y hacen de todo. Nos querían llevar ahí”, explica el joven.

Como no quiso acceder a sus exigencias, le golpearon; siguió recibiendo llamadas telefónicas aunque cambiaba de número, hasta que una tarde saliendo de un ensayo, le pararon y, tras una discusión, le dieron una paliza que le llevó al hospital.

“El odio de las pandillas a los homosexuales es una forma de humillar y de que ellos se sientan superiores a los que tenemos esta orientación sexual”, subraya Esteban, que achaca este odio también a que “la sociedad es muy machista”.

La paliza que recibió y el miedo constante a ser asesinados o violados les obligó a escapar de su país y decidir venir a España, donde aguardan la tarjeta roja que acredite su condición de refugiados.

Sin embargo, Unai es consciente de la dificultad de que eso ocurra, ya que en los últimos cuatro años únicamente han sido concedidas 25 solicitudes de asilo procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, de las cerca de 3.400 presentadas, aclara Cear.

No obstante, mantiene la esperanza y hay algo que tiene claro: “No volvería a mi país, porque allá no se vive”.

Mientras, estudia junto a su novio interpretación, porque para este artista hondureño “la danza es algo magnífico”. “Es como mi fuente donde puedo ir a refrescarme, donde puedo canalizar mi energía, olvidarme de algunas cosas o crear a partir de lo que siento. Y hacer algo de arte”, concluye.