Nunca había estado anteriormente en Ponferrada. La víspera de aquella mañana del 26 de marzo de 2001 supe que la concejala Nevenka Fernández había convocado una rueda de prensa en el hotel Temple. Tampoco conocía a la valiente mujer que, 24 años después, daría su nombre a Soy Nevenka, la película de Icíar Bollaín que el Zinemaldia donostiarra acaba de estrenar. Probablemente, era de los pocos periodistas a los que ella no identificaba, puesto que la mayor parte de quienes acudimos a aquella rueda de prensa eran profesionales de medios ponferradinos o de la provincia leonesa. Yo estaba allí porque sabía que algo importante iba a anunciar, pero no exactamente qué.
Todavía recuerdo su rostro agotado, que en la crónica que publiqué al día siguiente en El Día de Valladolid describí como “abatido y triste”. Pero firme a la vez, muy firme, a pesar de sus lágrimas, a la hora de expresar por qué había convocado a la prensa: “Me he querellado contra el alcalde, Ismael Álvarez, por abuso sexual. Porque tengo 26 años y dignidad. Esta me ha mantenido en pie y, ahora, me da el valor necesario para dar la cara”. A partir de ese día, Ponferrada, primero, y Burgos, después, donde se celebró el juicio contra el entonces alcalde y diputado del PP en el parlamento de Castilla y León, pasaron a constituir escenarios referenciales de mi trabajo como periodista.
Acudí varias veces a Ponferrada. Aquella mujer valiente hacía frente a una sociedad que extendía sobre la víctima un poso de culpabilidad o, al menos, de complicidad en la situación de acoso que había sufrido a manos de quien fuera su jefe. Ambos habían mantenido una relación consentida de aproximadamente cuatro meses, hasta enero del año 2000. Cuando ella quiso ponerle fin comenzó el acoso.
Así lo reflejó Fernández en la rueda de prensa del 26 de marzo: “Le expuse que no tenía claros mis sentimientos y que la relación se acababa. Ahí empezó mi infierno. Mi negativa provocó su acoso. Su actitud de presión se produjo en notas manuscritas, mensajes de teléfono móvil, cartas y comentarios”. Aquellos intentos de desacreditación por parte de Álvarez dejaron su huella en Ponferrada, de donde Fernández se vio obligada a salir. Se fue a Londres en el intento de rehacer su vida. En la crónica que publiqué el 28 de marzo, Ángel, un jubilado que prefirió ocultar su apellido, certificaba así el triunfo de aquella campaña de desacreditación: “Es verdad que se decía que se drogaba y que estaba en tratamiento, porque ya no estaba en el pueblo”.
Fernández era consciente de aquello a lo que se enfrentaba, no solo al poder de Álvarez, sino al intento de desacreditación de su persona: “Se ha dicho de mí que estaba en un centro de desintoxicación para drogadictos o en una secta”. La misma crónica recogió el pesimismo de una mujer que caminaba por la calle El Reloj de la ciudad leonesa. Tampoco ella quiso que se revelara su identidad: “Conozco a Nevenka. Sus padres son de aquí de toda la vida: Aunque sea verdad lo que ha denunciado, ya sabemos qué ocurre siempre. Las mujeres tenemos las de perder. Y eso no creo que cambie”. Se equivocó, al menos por esta vez.
La historia es sabida: Ismael Álvarez fue condenado, en sentencia del 30 de mayo de 2002, a indemnizar a Nevenka Fernández con 12.000 euros y a pagar una multa de 6.480 euros. La sentencia no recogió la inhabilitación de Ismael Álvarez, que enfrentó todo el proceso de imputación, así como la vista oral, manteniéndose en sus cargos, lo que blindó su aforamiento. Él se presentó como víctima de una campaña política contra su partido “para hacer daño”. Fue el día en que se conoció la sentencia que lo condenaba cuando dimitió como alcalde y procurador de las Cortes de Castilla y León. “Me voy –dijo- por el cariño que tengo al PP”.
Cuando decidió dar el paso de denunciar públicamente y ante los tribunales el acoso del que fue víctima, Fernández sabía que se enfrentaba a un hombre poderoso y a la incomprensión de una sociedad aún menos evolucionada que la actual en lo relacionado con el feminismo. Lo que, probablemente, nunca esperó, era lo que ocurrió durante la tarde del 30 de abril de 2002. La fecha la he recordado a través de la hemeroteca, pero el momento sigue grabado en mi memoria. Era la sesión del juicio celebrado en Burgos, sede del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, en la que le tocó declarar a la propia Nevenka. En cuanto acabó aquella sesión, salí excitado de la sala y lo primero que hice fue coger mi teléfono móvil. Porque en aquella época no existía la transmisión de datos y audios que hoy proporciona whatsapp.
“Justino, ha pasado algo muy muy gordo…”. Mi interlocutor, Justino Sanchón, era mi redactor jefe en El Día de Valladolid, un pequeño periódico nacido dos años antes. Recuerdo que antes de arrancar el coche, puesto que tenía que viajar a Valladolid para redactar la crónica, el propio director del diario, Ricardo Arques, tristemente fallecido el pasado mes de mayo, quiso cerciorar lo que transmití a Sanchón: lo tenía apuntado en mi cuaderno, aquello modificaba la portada de mañana. “¿Lo tienes grabado?”, me preguntó Arques al otro lado del teléfono. Sí, contesté, pero no pude aún escuchar la grabación, debía arrancar el coche y partir a Valladolid. Nos separaba hora y media de largo silencio, puesto que, en aquella época eran escasos los coches con manos libres. En cuanto llegué a la redacción, tenía a Sanchón, Arques y Carlos Blanco, subdirector del periódico, expectantes por aquello que les había dicho por teléfono. Era una cúpula conformada exclusivamente por hombres, algo que, a buen seguro, hoy, casi 25 años después, también habría cambiado.
Aquel iba a ser el tema de portada, pero les había sorprendido que los abundantes teletipos ya transmitidos por las agencias de información, así como los boletines de radio, no aludieran a aquello que yo les había dicho que afirmó el fiscal. Aún no había redes sociales, no había conversaciones públicas al margen de los medios de comunicación. Me aguardaban dos páginas, había mucho que escribir y poco tiempo para el cierre del periódico y, dada la trascendencia que todos habíamos dado a aquellas palabras del fiscal, escuchar la grabación. Ahí estaba, siempre he sido de tomar notas y de tirar de trascripciones solo para entrevistas y temas polémicos, y aquel lo era, y mucho.
Al día siguiente, El Día de Valladolid, cuando aún nadie hablaba de aquello, recogió en la crónica sobre el juicio las palabras exactas (laísmo incluido) con la que el fiscal, José Luis García Ancos, interrogó a Nevenka Fernández: “¿Por qué usted, que no es una empleada de Hipercor que la tocan el trasero y que tiene que aguantar por el pan de sus hijos, por qué usted aguantó?”. Al día siguiente, un festivo 1 de mayo, ningún otro periódico enfocó la crónica de lo que había sido la declaración de Nevenka Fernández a través de la inusitada dureza del fiscal. Pero, con el transcurso de las horas, otros medios comenzaron a hacerse eco de esas palabras, hasta el punto de que ya ese mismo día, recordémoslo, festivo, la Fiscalía General del Estado había decidido abrir diligencias contra Ancos, quien, finalmente, sería apartado, a los pocos días, del caso.
El periodismo había cumplido su función. Un modesto periódico de provincias había puesto el foco en la anormalidad de un interrogatorio, lo que modificó la agenda informativa y la percepción social de lo que debió difundirse, desde el principio, como una anomalía. La valentía la puso Nevenka Fernández, pero el periodismo demostró también su valor. Como algo útil. Vale la pena recordarlo en tiempos de escepticismo en los que todo parece lo mismo.