La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La venganza del tiranosaurio: por qué las gallinas no son bobas ni mansas

Manuel Peinado Lorca

Catedrático en el Departamento de Ciencias de la Vida. Universidad de Alcalá —

La noticia se hizo viral. No era para menos, porque cumplía con un requisito básico en periodismo: un magnífico titular. El clásico “hombre muerde a perro” o, para el caso que nos ocupa, “los pájaros se tiran a las escopetas”.

Estamos acostumbrados a leer noticias que se ajustan al guion previsto, como que los zorros se cuelan en los gallineros y acaban con decenas de gallinas. Por eso, cuando una noticia como la que publicó The Guardian es a la inversa, se expande a los cuatro vientos.

El protagonista era un zorro joven, de unos seis meses de edad según se dedujo del tumefacto cadáver picoteado que encontraron los escolares por la mañana. El animal pensó que se iba a poner las botas y, con alevosía y nocturnidad, se coló en un gallinero de una escuela agrícola en Bretaña, en el noroeste de Francia.

El zorro calculó mal sus pasos, probablemente por los mismos dos prejuicios con los que los humanos contemplamos a las gallinas. Es decir, que son bobas y mansas. Poco más que fábricas de carne cuyo único talento, en el caso de las hembras, es poner huevos. Para la mayoría de la gente los pollos son más necios que otras aves, como los cuervos y los cucos, tomadas por astutas.

Esa es una visión reforzada por algunas representaciones de pollos y gallinas en la cultura popular, en la literatura y en el cine. Recuerden, por ejemplo, a Heihei, el gallo estúpido de la película Moana. Se trata de una representación que bien podría ayudar a las personas a sentirse mejor cuando comen huevos o carne de pollo producida mediante prácticas agrícolas intensivas.

Hay algo extraño en las gallinas. A nivel mundial, suman más de 19.000 millones, lo que las convierte en una de las especies de vertebrados más abundantes del planeta. El ave más común del mundo es en realidad inteligente y quizás incluso sensible al bienestar de sus compañeros, lo que podría generar algunas preguntas éticas incómodas para la industria agrícola.

Que gallinas y pollos no son tontos es algo que la ciencia sabe gracias a una serie de investigaciones publicadas en los últimos años. Pueden contar, mostrar cierto nivel de autoconciencia e incluso manipularse unos a otros por métodos un tanto maquiavélicos. Para no explayarme, remito a los lectores a una revisión de la literatura científica sobre la capacidad cognitiva de las gallináceas que se publicó en 2017 en la revista Animal Cognition.

Lo que uno concluye de la lectura de ese artículo es que según los estudios más recientes los pollos domésticos han sido el foco de una revolución en nuestra comprensión de su complejidad anímica y social. Ahora se sabe que al menos algunas aves se equiparan con muchos mamíferos en términos de nivel de inteligencia, sofisticación emocional e interacción social.

Las gallinas y su mala leche

Ahora vayamos con la agresividad. No es ningún secreto entre avicultores que los pollos pueden ser feroces. Las bandadas de pollos de corral tienen una jerarquía clara: el ave más grande, más fuerte y más agresiva gobierna el gallinero.

Este orden jerárquico implica que las aves dominantes abusan de su poder intimidando y picoteando a sus congéneres más débiles para someterlos. Las aves que ocupan la cima de la jerarquía obtienen un mejor acceso a los abrevaderos y los mejores lugares de pernocta de las naves. Pero estos pájaros jefes también tienen una responsabilidad especial: deben vigilar a los depredadores y guiar a las otras aves a un lugar seguro si hay peligro.

En este caso, los pollos no huyeron. Siguieron a su líder y se unieron para emboscar al zorro.

De casta le viene al galgo. En los pollos de corral la agresividad está genéticamente condicionada, como demostró una sesuda investigación de un grupo de científicos chinos que fue publicada en agosto de 2016 en Nature.

En resumen, el estudio halló un grupo de genes asociados al comportamiento agresivo de los pollos mediante la regulación de la síntesis de sortilina, una proteína de membrana que posee importantes funciones en las neuronas, y de dopamina, el neurotransmisor que regula las emociones en los vertebrados.

¿De dónde les vienen los genes agresivos? Respuesta: filogenia. Los pollos, como todas las aves, son los descendientes de los dinosaurios avianos. Estos, gracias a sus plumas, lograron superar la crisis del Cretácico tardío que diezmó a sus parientes reptilianos.

Hace 130 millones de años, dinosaurios avianos carnívoros como Microraptor, cazaban en los bosques de coníferas y pteridospermas del Cretácico. Más tarde lo hicieron los Velociraptor, popularizados en la novela de Michael Crichton Parque Jurásico y apodados “raptors” en la película homónima de Spielberg.

En el gallinero francés, tan pronto como se puso el sol y la compuerta automática, controlada por una célula fotosensible, se cerró detrás del zorro, las aves sacaron su personalidad de señor Hyde y canalizaron su agresividad oculta de tiranosaurios atacando al zorro, que pagó el pato.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original aquí.The ConversationLea el original aquí