Víctimas de explotación sexual han coincidido en que la prostitución es un delito y en su rechazo categórico a que se considere un trabajo, y han pedido “valentía” a la sociedad para convertirse en “cómplice” de su “sanación”, porque “es una herida colectiva, una herida de todas las mujeres”.
Son palabras de la “rumana-española-vasca” Amelia Tiganus -explotada sexualmente durante cinco años en España-, que de una u otra manera suscriben otras mujeres que como ella han vivido en primera persona la “atrocidad” de la industria del sexo y que, tras lograr salir, se han convertido en activistas de los derechos humanos.
Todas ellas participan desde ayer en la Conferencia mundial “Avances y retos de futuro en la lucha contra la trata y la explotación sexual de mujeres y niñas”, que reúne en Madrid a víctimas de todos los países de mundo, y han comparecido este martes en rueda de prensa para ofrecer su testimonio y pedir soluciones.
“Para que nuestra salida no sea tan tremenda como la entrada necesitamos una sociedad que nos abrace, nos crea y tenga la valentía de mirarnos a los ojos y aguantar nuestro relato”, ha señalado Amelia.
“Si nosotras hemos sobrevivido a todas esas torturas, vosotros os tenéis que convertir en cómplices de nuestra sanación, porque lo que tenemos es una herida colectiva, de género, de todas las mujeres”.
Es el llamamiento que hace esta víctima de trata, que desarrolla su trabajo en Feminicidio.net, un observatorio de la sociedad civil contra las violencias machistas, y que ha advertido de lo difícil que es salir de ese mundo.
“De hecho, hace 12 años salí físicamente pero psicológicamente aun pienso a veces que estoy saliendo, las noches que tengo pesadillas. Algo de mí se ha quedado ahí, quizá tengo que aprender a vivir con ello”, ha indicado.
Amelia ha puesto el acento en que “por cada mujer prostituida, hay al menos 3, 4 o 5 puteros que son nuestros maridos, nuestros hermanos, nuestros médicos, nuestros profesores, son policías, fiscales, empresarios, sindicalistas”.
Hombres -ha dicho- que “dejan de lado todas las deferencias y son hermanos”, porque “piensan que seguir teniendo privilegios depende de la existencia de esos espacios donde las mujeres están dispuestas a ser cosificadas una y otra vez y convertidas en cuerpos desechables”.
La sudafricana Mickey Meji, directora de Embrace Dignity, una organización feminista de derechos humanos, ha subrayado que el principal arma que tienen los compradores de sexo es el silencio de las oprimidas y ha considerado que “es la hora de hacerle frente a este sistema que está brutalizando a las mujeres”.
Como el resto de víctimas, Meji ha rechazado que la prostitución sea un trabajo: “Nadie dice voy a trabajar, las mujeres dicen, voy a buscar dinero para poder alimentar a mis hijos”.
Para la colombiana Beatriz Rodríguez Rengifo, fundadora y directora de ASOMUPCAR (Asociación de Mujeres Productoras de Cárnicas del Caquetá), la prostitución fue su “quehacer” durante 25 años.
“No tuve un tiempo de sentarme a decir hoy voy a salir, era mi dinámica desde los 14 años, tuve tres hijos dentro de esa situación y todos los días tenía que estar más y mas involucrada, era el único oficio, lo único que sabia hacer para sobrevivir y sostener a mi familia”.
En 2002, un grupo de mujeres prostitutas de un pueblo de la amazonía colombiana, entre las que se encontraba ella, aprendieron a hacer chorizos “y ese chorizo se convirtió en un chorizo social; hoy somos una plataforma social y económica y de reivindicación de los derechos sociales en Colombia”.
La irlandesa Rachel Moran, fundadora de SPACE Internacional y autora del libro “Pagado por. Mi viaje a través de la prostitución”, ha pedido cuidar el lenguaje cuando se habla de industria del sexo. “No hay ningún trabajo, estamos hablando de explotación”.
Se trata, ha denunciado, de “un gran sistema de brutalidad contra las mujeres vulnerables” y ha insistido en que “no es posible pagar por sexo, lo que se compra es acceso sexual y es una gran diferencia”.
También Fiona Broadfoot (Reino Unido), Cherie Jiménez (Estados Unidos), Myles Paredes (Filipinas) y Graciela Collante (Argentina) han coincidido en que hay que cambiar el lenguaje y que la prostitución no se puede considerar como un trabajo.
A pesar de las “atrocidades” que han vivido, estas mujeres se muestran confiadas en que “ha llegado el momento” de unirse contra la explotación, en una lucha para la que se necesita de todos y todas.