Entrevista
Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental
Víctor Pérez Solá: “Todo lo que tiene que ver con la enfermedad mental sufre un estigma”
Para este psiquiatra, la enfermedad mental arrastra dos lacras: las etiquetas que la acompañan, que condena a los enfermos al secreto y la marginación, y la falta de una inversión trasversal, que les ayude no solo a recibir la atención médica y psicológica que merecen, sino también a encontrar una vida independiente y satisfactoria
Víctor Pérez Solá, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar de Barcelona, presidente de Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, es tajante: en España hacen falta más psiquiatras y psicólogos clínicos, pero también derribar el estigma que rodea a la salud mental y normalizar la vida de los enfermos, integrarlos en la sociedad, que su condición no Ies relegue al paro y la soledad.
¿Cómo puede ayudar un psiquiatra o un psicólogo a la gente a vivir mejor, a ser más felices?
Los psiquiatras, los psicólogos trabajamos con personas que tienen una enfermedad mental. Lo que hacemos es diagnosticar, ofrecer un tratamiento que a veces es farmacológico y a veces psicoterapéutico. Otra cosa diferente es lo que llamamos el bienestar. El bienestar es una aspiración lícita que tiene que ver con la salud mental y que es no estar enfermo, que creo que es un matiz diferente a ser feliz. Pienso que ser feliz es algo que va mucho más allá de lo que es la actividad de un psiquiatra o de un psicólogo. Para ser feliz es mucho más importante tener, como decía la copla, salud, dinero y amor. Básicamente tener un trabajo, tener amigos y tener salud física. Yo diferenciaría muy bien: una cosa son los profesionales que tratan la enfermedad mental o a las personas con problemas de salud mental, otra es la aspiración lícita que todos tenemos de ser felices, donde lo importante no son los profesionales, son determinantes sociales que hacen que haya gente que sea más feliz y otra menos.
Pero hay algunos profesionales, pienso en los psicólogos, que pueden atajar situaciones que en principio no son exactamente un problema de salud mental, pero que sí pueden acabar siéndolo.
Sí, hay dos temas aquí. Uno es el malestar, el malestar de la vida cotidiana. Cuando uno tiene problemas con su jefe, tiene malestar, pero desde luego no una enfermedad. Y en esos casos hay determinadas psicoterapias que pueden ayudar a mejorar esos problemas. Si subimos el nivel, nos encontramos con personas que tienen síntomas como consecuencia de problemas sociales, pero que ya están en riesgo de tener una enfermedad mental. Y ahí sí que los psicólogos tienen una labor muy importante de prevención para que esa situación no llegue a ser una enfermedad mental.
Acaba de citar problemas sociales, ¿qué es más determinante para tener una enfermedad mental, la genética o la precariedad?
Depende. Hay enfermedades mentales, como por ejemplo el autismo, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, donde el peso más importante es el código genético. El 60% de por qué una persona tiene una enfermedad mental de este tipo viene determinado por el código genético. Hay otras enfermedades como pueden ser los trastornos de ansiedad, la depresión... donde lo importante es el código postal, es dónde vivimos y en qué entorno vivimos. Por ejemplo, yo trabajo en el Hospital del Mar en Barcelona. Tenemos un área muy amplia de influencia y en nuestra zona está la Villa Olímpica, gente con un poder adquisitivo importante, y también está el barrio de La Mina, que probablemente es la zona de Barcelona más deprimida. Las enfermedades que tratamos en la Villa Olímpica son totalmente diferentes a las que tratamos en La Mina, y están a menos de tres kilómetros.
Entiendo que también juega un papel importante el estigma. Quiero decir, todo lo que tiene que ver con la enfermedad mental se oculta y probablemente eso hace más difícil el diagnóstico y el tratamiento.
La enfermedad mental tiene dos lacras. Una es que los presupuestos que se gastan para asegurar la salud mental de la población están solo en sanidad. Y es importante que la gente con problemas mentales pueda trabajar, es importante que no tenga problemas con la justicia y pueda tener una vivienda digna. Y eso no está en el presupuesto de sanidad, pero es también un problema para la salud mental. La otra cuestión, y al mismo nivel, es el estigma. Solo por tener una enfermedad mental automáticamente estás señalado. Es como si te pusieran un sello y fueras diferente. La gente desconfía. De hecho, a la mayoría de los enfermos con problemas mentales les cuesta mucho decir que tienen una enfermedad mental. En el trabajo, prácticamente no hay ninguno que lo diga porque sabe que eso automáticamente le va a segregar. Se les va a poner en el grupo de riesgo, con la sensación de que pueden ser agresivos, cuando las personas con enfermedad mental tienen muchas más posibilidades que la población general de sufrir agresiones y muchas menos que la población general de ser agresivos.
En la salud mental, lo importante es el código postal: dónde vivimos y en qué entorno
¿Se puede derribar el estigma?
Soy muy favorable a que las personas con una enfermedad mental cuando están bien den la cara. Una de las cosas importantes que han pasado en los últimos años es que hay un montón de gente conocida, gente que hace una vida de éxito y que ha sido capaz de dar un paso al frente y decir yo tuve una depresión, tuve una psicosis, tengo un trastorno bipolar y a mí me parece que eso ayuda muchísimo. Pero también tengo que reconocer que cuando una persona con una enfermedad mental me pregunta si debe decirlo en el trabajo, le digo que si no es imprescindible, no. Soy partidario de normalizarlo, pero también sé las consecuencias que eso tiene en la vida de los enfermos.
¿Y ese estigma lo sufren también los profesionales?
Sí. Todo lo que tiene que ver con la enfermedad mental sufre un estigma. Yo puedo decir tranquilamente en una fiesta, en una reunión de amigos, que tengo que ir al nefrólogo, que tengo que ir al otorrino o incluso al oncólogo. Sin embargo, difícilmente vas a decir que vas a un psiquiatra o que vas a un psicólogo. Y eso es debido al estigma de la enfermedad mental que sufrimos los profesionales. Probablemente también influye que mientras las inversiones en otras especialidades son similares a las de países de nuestro entorno, la inversión en salud mental en España es la mitad, y eso también tiene muchísimo que ver con el estigma.
¿Eso afecta también a la falta de profesionales que hay en España?
Pero no solo de profesionales. En salud mental es muy difícil que lleguen nuevos medicamentos, desarrollar nuevos tratamientos, a diferencia de otras especialidades, donde eso es mucho más sencillo.
Además de diagnóstico y tratamiento ¿qué necesitan los enfermos mentales?
Un trabajo y un sitio donde vivir. La inmensa mayoría de los enfermos con un trastorno mental severo no trabajan, dependen de las familias. No se puede hacer una vida normal si una persona no tiene trabajo y un lugar donde vivir. Hay enfermos que llevan años y años recluidos en hospitales para trastornos mentales y que tendrían que estar viviendo en la comunidad, cerca de su familia. Y eso no es una cuestión solo de más profesionales. Hay que poner residencias, hay que poner pisos, hay que poner una estructura que permita que esas personas vivan dentro de la comunidad.
Hablemos de la soledad y del suicido. En Japón han creado el Ministerio de la Soledad en un intento de frenar el aumento de los suicidios; en Gran Bretaña, una Secretaría de Estado. En España se acaba de poner en marcha el teléfono 024…
El suicidio es un drama. Es la primera causa de muerte en gente joven. En 2020 murieron casi 4.000 personas. Nunca habíamos tenido esas tasas de suicidio. En parte se debe al COVID, a la situación que hay alrededor del COVID. Pero cuando miras los datos de la gente que muere en 2020, llama mucho la atención que aumenta muchísimo la muerte por suicidio en varones por encima de los 65 años. Y ahí, detrás de esos suicidios, está la enfermedad mental, también los problemas económicos, pero desde luego está la soledad no deseada. No solo necesitamos poner más psiquiatras y psicólogos. Es esencial que los urbanistas trabajen en ciudades en las cuales sea fácil encontrarse y la primera opción no sea quedarte en casa viendo series de televisión. En esto no es la sanidad la que tiene que llevar la voz cantante. Son otro tipo de estrategias las que se tienen que poner en marcha para que esas personas no sufran esa soledad no deseada.
Ha citado la pandemia ¿Hemos descubierto de pronto que somos muy frágiles?
La pandemia ha traído muchas desgracias. Se han muerto miles de personas, ha sido un drama. Y el sistema sanitario ha sufrido una tensión increíble. Y es verdad que todos, incluidos los profesionales sanitarios, vimos lo frágiles que éramos y los riesgos que tenía la situación para nuestra salud mental. Yo no conozco a nadie que no me haya contado que hubo unos días que no durmió, que el miedo le atenazaba y que sufría ansiedad y la desesperación; sobre todo los profesionales y ya no digamos las personas que tienen el COVID persistente o las familias que perdieron seres queridos en aquellos momentos, sin poderse despedir personalmente. Es una circunstancia clave para que todos nos diéramos cuenta de que la salud mental es un bien que tenemos que preservar. Por eso creo que una de las pocas cosas positivas, entre comillas, que tuvo la pandemia es que todos fuimos conscientes de que somos tremendamente frágiles y de que dependemos muchísimo los unos de los otros.
Hay un debate permanente sobre la medicación excesiva de las personas con trastornos mentales, quizá por falta de profesionales para hacer terapias…
Es una realidad. El número de psicólogos clínicos, que son los profesionales que pueden hacer una terapia con todas las garantías, es escandalosamente bajo en nuestro país, y eso hace que el acceso a las psicoterapias sea muy limitado, no solo por falta de profesionales, también por falta de inversión. Y, por otra parte, estamos en una situación en la cual nuestra tolerancia al sufrimiento es muy baja. La sociedad actual tiene una tolerancia al sufrimiento probablemente menor que la que vivieron nuestros padres. Hay que tener en cuenta que nuestra percepción del malestar ha variado en los últimos años. Mucha población cuando sufre malestar busca ayuda en el sistema sanitario, entre otras cosas porque es el sistema más accesible que hay. Cuando a alguien le pasa cualquier cosa, va al médico o a los servicios de urgencia. Por ejemplo, en el caso de la enfermedad mental, el 70 u 80% de las depresiones las diagnostica el médico de cabecera y además lo hace muy bien. Cuando se ha comparado con cómo lo hacen los psiquiatras, lo hacen igual de bien. Pero al médico de cabecera le cuesta muchísimo poner a los enfermos en manos de psicólogos clínicos porque tienen una lista de espera tremenda y en muchas ocasiones los síntomas que tienen los enfermos recuerdan a la depresión, a la ansiedad. Muchas veces se medicaliza el malestar cotidiano, se diagnostica y se pone un tratamiento. Eso es un tremendo error que tendríamos que evitar.
¿Qué se puede hacer?
La red sanitaria tiene muy pocas herramientas para solucionar estos problemas. En Cataluña se han contratado una serie de psicólogos, lo que llamamos psicólogos sanitarios, agentes de bienestar emocional, con el objetivo de detectar ese tipo de problemas, que no son enfermedades, y hacer una estrategia preventiva a base de psicoterapias de baja intensidad. Me parece que es el camino, porque una vez que el enfermo está delante del médico, el médico tiene pocas opciones y muchas veces probablemente prescribe unos fármacos que no serían necesarios.
Y sin embargo, la química sí está avanzando para solucionar algunos problemas.
Hay pocas dudas sobre la eficacia de los fármacos antidepresivos, antipsicóticos, fármacos para la ansiedad o fármacos para el trastorno bipolar. De hecho, cuando se ha mirado la eficacia de estos fármacos comparados con los fármacos para el colesterol, la diabetes o la hipertensión, se ha visto que era similar. Me llama mucho la atención cuando vienen enfermos y me dicen: bueno, pero esto del trastorno bipolar o esto de la depresión, ¿no lo voy a curar nunca? Yo siempre intento decirles: mira, es lo mismo que si tuvieras una diabetes o una insuficiencia renal. Tú puedes controlar los síntomas, puedes hacer una vida normal, pero hay veces que no puedes dejar el tratamiento. Estoy hablando de tratamiento farmacológico o psicoterapéutico porque recaes y es igual que la diabetes. Y sí, es verdad, la diabetes es una falta de insulina, pero tampoco sabe nadie por qué un enfermo tiene una falta de insulina. O sea, no estamos tan lejos del resto de las especialidades.
¿Estamos más locos los españoles que en otros países?
No, en absoluto. Las tasas de enfermedad mental de nuestro país son muy similares al resto. Probablemente estamos por encima en problemas de alcohol, de adicciones y sobre todo en el uso del cannabis y la cocaína, que es un problema muy importante, mucho más de lo que parece. Estamos por encima en el uso de benzodiacepinas. Pero en el resto de las patologías, en esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión, para nada. Nuestros datos son muy similares a los de Europa y los países occidentales. Y es más, cuando miramos el pronóstico de los enfermos, es muy parecido en nuestro país y en otros países de nuestro entorno. Probablemente en los países nórdicos tengan un pronóstico mejor en algunas patologías, en otras peor. Por ejemplo, los datos de suicidio. En nuestro país estamos hablando de siete por cada 100.000 habitantes, estamos entre los países con índices más bajos. En Noruega o en Suecia son veintitantos por cada 100.000.
A pesar de todo, ir al psiquiatra nos sigue dando un poco de miedo.
Querría romper dos lanzas en favor de los psiquiatras. La primera es que creo que podemos estar bastante orgullosos de cómo hacemos las cosas. Las podríamos hacer mejor si tuviéramos más dinero, pero el pronóstico de un esquizofrénico o un bipolar, un trastorno depresivo mayor o un trastorno de ansiedad es prácticamente el mismo en nuestro país que en otro de nuestro entorno. Y la otra cosa tiene que ver con el surgimiento de iniciativas como el Manifiesto del Loco, etcétera. Le puedo asegurar, y conozco a muchos psiquiatras, que a ninguno le gusta atar a un enfermo o hacer un ingreso involuntario, pero los que trabajamos en salud mental tenemos que combinar dos cosas. Una es el derecho que tiene cualquier persona a su libertad, a tener una vida satisfactoria, y eso es tremendamente respetable. Pero por otro lado, en algunas ocasiones hay un problema de seguridad que implica que tenemos que hacer cosas que realmente no nos gustan. A un oncólogo no le gusta poner quimioterapia o a un cirujano no le gusta tener que operar, pero muchas veces las consecuencias de no hacerlo son tremendas. Cuando un enfermo viene a urgencias con un altísimo riesgo de suicidio después de haber intentado matarse dos veces, el psiquiatra no tiene más remedio que hacer un ingreso involuntario, porque si no ese enfermo se va a matar. Estoy de acuerdo en que la psiquiatría tiene, en algunas épocas, una historia bastante negra y que probablemente podríamos hacer las cosas mucho mejor de lo que las hacemos, sin duda. Pero pensar que los psiquiatras lo que quieren es atar a los enfermos e ingresarlos de forma involuntaria es una concepción tremendamente estigmatizante y algo que está muy lejos de la realidad.
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