A Jesús Santana, canario de 58 años, la crisis le ha quitado las ganas de todo. Sólo sale de su casa en el barrio de Jinámar (Las Palmas de Gran Canaria) una vez a la semana. Y ese día no gasta nada, ni un pitillo, ni una cerveza con los amigos. Jesús apenas tiene ingresos para sobrevivir. Con los 420 euros que recibe de pensión tiene que pagar todos los gastos de la casa y comer. Vive con su pareja, pero ella no tiene ingresos. “Trabajaba como albañil y me quedé sin empleo, como tengo una enfermedad estoy cobrando una pensión, pero el dinero no me llega”, cuenta.
La alimentación de él y su pareja se basa en “arroz, espaguetis, salsa de tomate, todo muy barato”. Hoy, entre los dos, han comido “dos patatas partidas en cuatro trozos y un cacho de lomo”. “No tengo dinero para gastar en nada más, ni se me ocurre pedir un botellín en un bar, con ese dinero me puedo comprar cuatro barras de pan”, continúa.
Unos 10 millones de personas (el 21,8%) viven en España en lo que se llama pobreza relativa, según el último informe de Cáritas. Es decir, sobreviven, como en el caso del canario Jesús Santana, con menos de 7.200 euros anuales. Y eso se traduce en un día a día complicado y basado en unos estrictos hábitos de consumo.
“Las familias más afectadas por la crisis han tenido que cambiar de tienda, de marca de producto, consumir menos cantidades; menos proteínas y más carbohidratos”, explica Gabriela Jorquera, coordinadora de EAPN-Madrid (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social).
A través de distintos estudios, EAPN ha detectado otras pautas de comportamiento dentro de los hogares que mayores dificultades están pasando por la crisis. “Dentro de las casas, se controla el consumo de la electricidad, se apaga la televisión, la nevera no se deja abierta mientras uno piensa lo que va a coger…”, pone de ejemplos esta experta en pobreza y exclusión. En esta línea, EAPN realizó recientemente un estudio sobre los efectos de la crisis hablando con familias inmigrantes. En el estudio detectaron una cuestión que puede parecer menor pero que es significativa: muchos niños señalaron como un elemento importante en las discusiones familiares el hecho de que había que apagar la luz para ahorrar.
Jorquera señala que la reducción o eliminación del dinero dedicado al ocio es otro elemento de presión a añadir a las familias: “Ya no hay cine, ni salida a la hamburguesería. Estas familias solo pueden hacer actividades de ocio que impliquen gasto cero, como estar en un parque, no hay un momento para la relajación, todo es estrés y preocupaciones”.
Precisamente el poco tiempo que Jesús Santana sale de casa lo dedica a estar en el parque que hay cerca de su domicilio. “Y allí estamos todos, matando las horas, compañeros de la construcción la mayoría, chicos jóvenes con hijos que sobreviven gracias a la ayuda de los padres”.
Pero gastando lo menos posible, tampoco se llega a fin de mes. Es necesario acudir a diferentes fuentes para cubrir las necesidades básicas: vender propiedades, alquilar habitaciones o tirar de la tarjeta de crédito para cubrir cosas imprescindibles. “La comida se va a buscar a las parroquias”, agrega Jorquera.
Por ejemplo, Gloria Lorenzo, responsable del área social de un templo evangélico en Vallecas (Madrid) señala que al mes atienden en su centro a 1.400 personas. “Son muchísimos más que hace un año. Damos de comida dos veces al mes, no damos abasto. Entregamos sobre todo elementos básicos como legumbres o pan”, señala esta mujer. Entre los vecinos que se acercan al templo evangélico hay muchos cuya situación personal ha caído en picado en los tres últimos años. De tener un trabajo estable ahora están a las puertas de la mendicidad.
En este precipicio ya ha caído Jacinto, de 32 años, y hasta hace poco con un empleo en la construcción. Ahora tiene dos hijos y pide limosna en Madrid. “Al día recojo unos cinco, seis euros”, señala. Para reclamar la atención de los viandantes, ha preparado un enorme cartel donde explica su situación y que va llevando de barrio en barrio. Su mujer también sale a pedir, pero con el mismo resultado. Jacinto ha agotado todas las ayudas posibles, tan solo tiene a sus padres, que le ayudan de vez en cuando. Pero el colchón familiar no es eterno. Como recuerdan desde la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, “las personas que antes nos podían echar una mano, es posible también están en riesgo de verse afectadas por la crisis económica”.