Gonzalo Sánchez
Nápoles (Italia), 20 oct (EFE).- El Vesubio, el volcán cuya violencia arrasó urbes enteras como Pompeya hace milenios, sigue dormido y “sin señales de reactivarse”, al contrario que los cercanos Campos Flégreos, que agitan el suelo de la periferia de Nápoles (sur), explica a EFE el director de su Observatorio, Mauro Di Vito.
“El Vesubio tiene cierta actividad sísmica, aunque se trata de eventos de baja energía, y también actividad hidrotérmica, pero localizada solo en el cráter, es muy blanda y en estos momentos no nos está dando preocupaciones”, sostiene Di Vito.
El geólogo del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología es el ojo que todo lo ve en esta zona volcánica y agitada del Golfo de Nápoles, que controla junto a sus funcionarios a través de un sinfín de sensores, monitores y cámaras apuntados a cada cráter.
El Observatorio vigila en todo momento tres zonas volcánicas, empezando por el Vesubio, el coloso que recorta desde siempre el horizonte napolitano y que duerme desde 1944, cuando estalló en forma de humo y lava obligando a evacuar los pueblos a sus faldas.
También sigue el Estrómboli, un cono en mitad del mar entre la península italiana y la isla de Sicilia cuyas violentas y constantes erupciones deleitan a quienes lo visitan (e inspiraron a Roberto Rossellini la película de mismo nombre con Ingrid Bergman).
Pero el observatorio sobre todo controla los Campos Flégreos, una vasta caldera volcánica con decenas de cráteres en la periferia norte de Nápoles que no para de humear y rugir y que en los últimos tiempos ha desatado incontables terremotos.
Esto se debe a que en la panza de estos campos “ardientes”, como los bautizaron los antiguos colonos griegos, hay una masa de magma a unos 5 kilómetros de profundidad que emana gas, dilatando la rocosa corteza terrestre y causando las sacudidas en la superficie.
Este fenómeno se conoce como “bradisismo” y no solo está haciendo que los Campos Flegreos tiemblen, con 1.160 seísmos solo en septiembre -el mayor de magnitud 4-, sino que el nivel del suelo aumente hasta 15 milímetros al mes.
Pero además, cráteres como el de Solfatara o Pisciarelli emiten cada día entre 3.000 y 4.000 toneladas de dióxido de carbono.
“No prevemos fenómenos distintos en el corto plazo, pero nuestra atención es máxima para poder detectar posibles fenómenos que indiquen variaciones en el estado del volcán”, afirma Di Vito.
En definitiva, medir el humo o su composición química en esta zona “ardiente”, donde viven alrededor de 480.000 personas, es importante para detectar un aumento de la masa magmática hacia la superficie.
“No tenemos evidencias en este momento de aumentos de la lava, lo cual nos preocuparía porque podría conllevar una erupción”, asegura el experto.
El último estallido se produjo en 1538, con la expulsión de 0,02 kilómetros cúbicos de magma, y no solo destruyó un pueblo cercano, sino que dejó para la posteridad el conocido como Monte Nuevo.
“El control es fundamental para reducir el riesgo y planear un alejamiento preventivo de la población en eventos que podrían suceder en el futuro”, afirma Di Vito.
En este sentido, el Gobierno de Giorgia Meloni se ha tomado en serio la situación en los Campos Flégreos y ha decretado el desembolso de 52,2 millones de euros para diseñar un plan de respuesta ante un eventual desastre venidero.
Mientras, las administraciones locales colaboran con la Protección Civil en una “mesa técnica” para idear vías de fuga, entre otras medidas como simulacros o asistencia psicológica para los niños y ancianos afectados por estas sacudidas diarias.
“Decimos a las personas que deben permanecer tranquilas y saber comportarse en este caso, que no se dejen poseer por el miedo y que vivan y trabajen en lugares seguros”, recomienda el científico.