¿Cuándo fue la última vez que escondiste un tampón? ¿Y la última que te diste la vuelta para no entrar sola a un bar lleno de hombres? ¿Cuántos orgasmos has fingido? ¿Y cuántas veces has simulado no ambicionar algo? Son algunas de las preguntas que la psicóloga clínica Violeta Alcocer lanza a las lectoras de Auténticas impostoras (Roca), en el que desgrana la estrategia de adaptación que, asegura, las mujeres han desarrollado para intentar responder a “estándares imposibles”: la impostura. “¿Qué hacíamos nosotras mientras nuestros coetáneos ganaban premios o planificaban ciudades?”, se pregunta. “Probablemente estábamos disimulando”.
Alcocer analiza uno a uno los diferentes ámbitos en los que las mujeres se esfuerzan en silenciar y callar emociones u opiniones, ocultar su propio cuerpo, fingir sonrisas y amabilidad u ocupar poco espacio y lamenta “los costes físicos y mentales” que para ellas acarrea esta forma de adaptación a una sociedad marcada por los estereotipos de género. Ante ello, la psicóloga llama a tomar conciencia como “primer paso” antes de “liberarse del conformismo” sin olvidarse de que el cambio es estructural: “Las mujeres deberíamos dejar de estar sometidas a examen en todos los aspectos de nuestra vida”.
Dice que impostar es una de las estrategias que adoptan las mujeres en distintos ámbitos para intentar encajar en las expectativas sociales. ¿De qué forma se manifiesta?
Impostar es algo humano, pero en el caso de las mujeres abarca prácticamente toda nuestra existencia, desde la imagen y la relación con nuestros propios cuerpos y sus funciones a nuestra sexualidad, nuestras opiniones... De alguna manera, invisibilizamos, fingimos, callamos y nos adaptamos también respecto al uso de los espacios. No ponemos el cuerpo donde consideramos que no debe estar. En cuanto a la inteligencia y el poder, es común que nos quedemos un paso atrás e incluso hay emociones que no nos permitimos porque nos son negadas.
¿Qué hay detrás?
Hay una inercia que está en marcha al nacer en una estructura social androcéntrica. Las mujeres aprendemos desde pequeñas cuál es nuestro lugar, cómo debemos comportarnos y cómo nos tenemos que adaptar a unos roles, estereotipos y expectativas divididas por el género.
Se ha demostrado en estudios que en realidad lo que penaliza a las mujeres no es tanto el éxito, sino el deseo de tenerlo y su verbalización: las que persiguen de forma activa ese tipo de objetivos vitales y profesionales tiene más probabilidades de ser castigadas por su éxito que aquellas que se callan
Las exigencias nos atraviesan a todos y todas, pero ellos tienen que esforzarse para ser lo que no son y nosotras en no ser lo que somos, es decir, en disimularnos. Además, se nos penaliza si no cumplimos los estándares.
Pone el ejemplo de sonreír y callar en determinados círculos o ante comentarios incómodos o inapropiados. Ese ser complaciente o amable todo el rato...
Eso lo vamos a encontrar en muchos ámbitos. Decir que sí cuando no queremos es habitual y si lo llevamos al terreno de la sexualidad hablamos de cómo muchas veces nos vemos forzadas por determinadas circunstancias. Mantenernos en el marco de la amabilidad tiene que ver con que cuando una mujer se enfada, se molesta, se indigna o dice lo que piensa con contundencia tiene más posibilidades de ser calificada de loca o intensa. Las mujeres que hablan mucho son chismosas, así que hay que callarse. Tenemos mucha capacidad de negación de nosotras mismas.
Habrá quien piense que todo el mundo disimula, cede o no se muestra socialmente tal cual es porque es una cuestión de educación. ¿Los hombres no lo viven?
El comportamiento es universal. Todos y todas nos camuflamos, disimulamos, fingimos... pero el foco no está realmente ahí, sino en la magnitud de la impostura en la vida de las mujeres. Abarca prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida y nos hace vivir en una encrucijada permanente, desde qué camino escojo para volver a casa de noche a qué camiseta me pongo hoy para disimular tal o cual cosa.
¿Una mujer enfadada está peor vista?
Completamente. A lo largo de la historia, de todas y cada una de las mujeres que han conseguido cambios sociales importantes se ha dicho que estaban cabreadas. No ha pasado igual con los hombres, aunque también hablen enfadados.
Ocho de cada diez hombres no saben que necesitamos una estimulación del clítoris para tener un orgasmo, lo que significa que ocho de cada diez mujeres que están en pareja con hombres o se lo explican o se quedan sin orgasmo o lo fingen
Tildarnos a las mujeres de excesivas cuando mostramos determinadas emociones es una forma sutil de desviar la mirada. Ese estigma que recae sobre nosotras es muy conveniente cuando queremos reivindicar algo o nos quejamos porque supone desacreditarnos y señalar el dedo en vez del meteorito.
Asegura que la ambición es terreno vedado para las mujeres. ¿Es el laboral un ámbito que les empuja especialmente a impostar?
La ambición efectivamente tiene mucho que ver con el mundo del trabajo. Un hallazgo interesante que se ha demostrado en estudios es que en realidad lo que penaliza a las mujeres no es tanto el éxito, sino el deseo de tenerlo y su verbalización. Las que persiguen de forma activa ese tipo de objetivos vitales y profesionales tiene más probabilidades de ser castigadas por su éxito que aquellas que se callan.
Para un sistema que reserva las posiciones de poder a los hombres, la ambición femenina es peligrosa, representa una amenaza profunda, implica llegar donde no hemos llegado aún y donde no se nos espera y por eso se castiga o, al igual que ocurre con otras conquistas, se juzga como agresivo sin serlo.
¿Pagan las mujeres algún peaje por no mostrarse como son?
Sí, por supuesto. Hay uno muy importante que tiene que ver con la salud física y mental. Las mujeres vivimos más, pero peor. Nos duele más el cuerpo, estamos más medicalizadas, tenemos peor calidad de vida. Y eso es, en parte, el resultado de todas estas adaptaciones, todo lo que dejamos pasar, todas las exigencias imposibles.
No pretendo presentarnos como víctimas. Las mujeres hacemos un uso lo más inteligente que podemos de las cartas que nos han tocado, qué menos, pero la baraja no la hemos repartido nosotras
La doble jornada, la carga mental, los cánones estéticos, el desconocimiento sobre nuestros cuerpos... Todo eso influye y se ve en consulta a diario. Muchas vienen por un tema concreto como ansiedad o mucha tristeza y cuando rascamos un poco, van asomando muchas de estas situaciones.
En el libro reserva un apartado entero al sexo, en el que analiza lo que implica fingir orgasmos. ¿Qué ha descubierto?
Por un lado tiene mucho que ver con la manera en la que se nos han contado la sexualidad y el desconocimiento del cuerpo de las mujeres. El descubrimiento de nuestra maquinaria de placer es muy reciente; durante siglos se pensó que solo hacía falta la penetración y aún a día de hoy ocho de cada diez hombres no saben que necesitamos una estimulación del clítoris para tener un orgasmo, lo que significa que ocho de cada diez mujeres que están en pareja con hombres o se lo explican o se quedan sin orgasmo o lo fingen.
¿Y por qué lo fingimos? Los motivos son variados. Por ejemplo, para complacer, no solo al otro, sino también a nosotras mismas en el sentido de que muchas mujeres que no tienen orgasmos en las relaciones sexuales creen que la culpa es suya y que hay algo que no está bien en ellas, así que prefieren no hablar de ello. Otras veces se fingen para terminar la relación sexual.
Afirma que las razones son múltiples, pero ¿qué hay de fondo?
Creo que para las mujeres fingir un orgasmo permite mantenerse dentro de un guion preestablecido y que tiene que ver con pensar en un patrón de relación sexual lineal, con unos pasos muy determinados de excitación, meseta, orgasmo y resolución. Se nos ha vendido una concepción de la sexualidad muy simple y una imagen de orgasmo muy concreto, de fuegos artificiales, pero la experiencia es mucho más variable. Todo ello es contrario al ejercicio de nuestra autonomía sexual, a que seamos nosotras las que definamos los marcos más allá del deseo masculino.
Si hacemos un ejercicio autónomo, consciente, sincero y nos conectamos con lo que de verdad necesitamos o deseamos en cada encuentro sexual, probablemente romperemos con el guion que todo el mundo tiene en la cabeza.
En el libro habla de fingir, mentir, ocultar...¿Hay riesgo de que la tesis sirva de munición para quienes enarbolan el estereotipo de las mujeres como mentirosas y falsas?
La verdad es que no lo he pensado. Es importante no poner el foco solo en los comportamientos, sino que estos es que se asientan en unas raíces y causas que tienen que ver con la sociedad patriarcal. Mi aspiración es justo la contraria, que sea un despertar y un tomar conciencia, por parte sobre todo de los hombres, ante cuestiones que tenemos muy normalizadas. En todo caso, no pretendo presentarnos como víctimas. Las mujeres hacemos un uso lo más inteligente que podemos de las cartas que nos han tocado, qué menos, pero la baraja no la hemos repartido nosotras.