En realidad, no debemos hablar del virus del resfriado, puesto que muchos virus son capaces de producir esta enfermedad, con características inespecíficas (no hay ningún síntoma que sea característico) y autolimitada (la enfermedad se cura por sí sola, incluso sin tratamiento). De hecho, existen varias familias de virus que lo producen: los rinovirus, que son los más frecuentes, los adenovirus, los enterovirus, los virus respiratorios sincitiales y parainfluenza, y los coronavirus.
Sí, sí, también algunos coronavirus. Aproximadamente el 15-20% de todos los resfriados están causados por los coronavirus HCoV-OC43, -HKU1, -NL63 y -229E, pertenecientes a la misma familia que el SARS-CoV-2. Incluso tienen, en algunas partes de su estructura, una alta homología con este último.
La respuesta inmunitaria que desarrollamos cuando nos invade un virus no es solo de anticuerpos, aunque sean los que usamos casi siempre para evaluar la respuesta de una persona. Participan también elementos de la respuesta inespecífica, así como los linfocitos T, responsables de la inmunidad específica celular. En realidad, estos últimos son los que tienen un papel más importante en la destrucción de los virus, pero su análisis es mucho más complejo que la simple detección de anticuerpos. Eso explica por qué el estudio del papel de la respuesta específica celular frente al SARS-CoV-2 ha sido algo más lenta y compleja.
La huella inmune de que hemos superado la COVID-19
Cuando se monta una respuesta frente a un patógeno y este se elimina con éxito, los elementos responsables de su eliminación desaparecen progresivamente. Por ejemplo, los anticuerpos producidos por personas que han pasado la COVID-19 tienden a desaparecer rápidamente, por lo que persisten dudas sobre la duración de la inmunidad de las personas que han superado la enfermedad. Eso sí, siempre se generan células memoria, tanto de linfocitos B (productores de anticuerpos) como T (responsables de la inmunidad celular). Ambas retienen la información sobre cómo responder frente a ese patógeno, de manera que si volvemos a entrar en contacto con él, la nueva respuesta será mucho más potente, rápida y efectiva. Por eso nos vacunamos, para generar estas células memoria.
El SARS-CoV-2 no deja de darnos sorpresas. Cuando se comenzó a estudiar la respuesta celular de los pacientes con COVID-19 frente al mismo, los investigadores encontraron inesperadamente que un 40% de individuos estadounidenses que no habían tenido contacto con el virus demostraban tener inmunidad preexistente frente a él. Otros estudios realizados en Holanda, Alemania o Singapur también detectaron que, según las cohortes, entre el 20 y el 50% de individuos no expuestos al SARS-CoV-2 tenían reactividad frente al mismo.
Un detalle interesante es que era especialmente significativa la respuesta promovida por las células T de tipo colaborador. La misión de estas células es ayudar al resto de los componentes del sistema inmunitario a llevar a cabo sus funciones, lo que incluye tanto la producción de anticuerpos como las respuestas antivirales celulares.
Reactividad cruzada
Entonces, ¿cuál es el origen de esa inmunidad preexistente y qué significa? La explicación más plausible, aunque no la única, es que esta reactividad podría ser el resultado de la activación de células memoria que se generaron hace años, al finalizar una respuesta frente a alguno de los coronavirus causantes del resfriado común. Si esto es así, podríamos especular que los individuos asintomáticos o con una presentación leve de la enfermedad serían aquellos que tuvieron una exposición previa a los coronavirus del resfriado (no a los otros virus responsables del mismo, obviamente) y conservan una buena dotación de células memoria.
Como las infecciones respiratorias son muy frecuentes en la infancia, estas células estarían aún recientes y muy activas en niños e individuos jóvenes. Por tanto, el contacto con el SARS-CoV-2 provocaría su activación de manera cruzada al parecerse ambos, desencadenando una potente y rápida respuesta inmunitaria, lo que explicaría la ausencia de síntomas en la población de menor edad.
Aunque la reactividad cruzada tiene lugar habitualmente frente a la proteína exterior o espícula (Spike), también se ha observado frente a la cápsula del núcleo. Una evidencia de que no estamos ante un artefacto de laboratorio. Por otra parte, el hecho de que esta observación se haya realizado en cohortes de diferentes etnias y países apoya un mecanismo general en la población.
Esta reactividad cruzada no es la primera vez que se observa. Por ejemplo, en la pandemia de gripe de 2009 se encontró que los individuos de mayor edad tenían una presentación clínica muy leve (justo al contrario que ahora). Esto era debido a que el virus de 2009 era bastante parecido a otro que había circulado décadas atrás, lo que indicaba que los ancianos aún conservaban anticuerpos y células memoria generadas en aquella infección. Por tanto, podríamos estar ante una situación parecida.
¿Es buena la inmunidad preexistente?
Claro que sí, pero también puede provocar algunos problemas de cara al futuro si no la tenemos en cuenta. Por ejemplo, podría sesgar los resultados de los ensayos clínicos para demostrar la efectividad de las vacunas frente a la COVID-19. Sobre todo porque si no consideramos este factor podríamos observar una potente respuesta en algunos individuos que, en realidad, no proviene de la vacuna sino de la activación de las células memoria que aún sobrevivan.
Esto podría llevarnos, por un lado, a que si bien la respuesta a la vacuna sería más efectiva en aquellos individuos con inmunidad cruzada preexistente, también podría conducir a conclusiones erróneas sobre la eficacia de una vacuna, al sobreestimar sus resultados.
Por otra parte, hay otro fenómeno curioso que se denomina el “pecado original antigénico”, por el que se disparan respuestas inmunitarias no muy potentes cuando hay inmunidad preexistente frente a un patógeno relacionado. En este caso, el efecto sería claramente adverso.
La investigación sobre la COVID-19 está avanzando muy rápidamente y cada vez tenemos más información sobre este virus y las continuas sorpresas con que nos encontramos. Estos rápidos avances han sido posible gracias a un robusto sistema de ciencia. Mantener y fortalecer esa robustez – y no imponer recortes– es esencial para poder responder con igual agilidad cuando llegue la próxima pandemia. Que llegará.
Ignacio J. Molina Pineda de las Infantas es catedrático de Inmunología en el Centro de Investigación Biomédica de la Universidad de Granada.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes consultarlo aquí.