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La voz de los sanitarios que ya no pueden más

Berta Herranz, trabajadora de un centro salud de Madrid

Peio H. Riaño

8 de enero de 2022 22:15 h

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Son los mismos pero son otros. Los que recibían nuestros aplausos durante el confinamiento, los que batallaron casi sin armas al comienzo de la pandemia, los que nos recordaron que el coronavirus no iba a respetar nuestros deseos de volver a la normalidad que conocíamos, que no había que bajar la guardia... Dos años de emergencia sanitaria a las espaldas y muchos más de precarización y desinversión en el sistema han dejado a los trabajadores sanitarios “agotados”, “tristes”, “enfadados”. Son los que han pasado de batirse con la enfermedad a hacerlo con la burocracia y la desilusión frente a la profesión que aman. Aquí nos lo cuentan con sus palabras y en primera persona.

Juanma Morales, médico de familia (Granada)

“Hace tres años que trabajo como médico de familia. Ahora ejerzo en un centro de salud, en Granada. He parado unos minutos en mi guardia de 24 horas para hablar de lo que nos está ocurriendo a los trabajadores y trabajadoras de la sanidad pública, dos años después de la primera ola. La sexta está siendo especialmente difícil. Entre mis compañeros hay bajas por depresión y ansiedad, algunos toman ansiolíticos y antidepresivos para seguir trabajando. La gente acude al centro con su legítimo enfado por la dificultad para obtener una cita médica y el retraso acumulado, y nosotros nos llevamos sus enfados y los conflictos. No hay día que no haya uno. 

Por cierto, me llamo Juan Manuel, Juanma Morales y elegí la medicina de familia porque me gusta el contacto directo con el paciente. Antes de la pandemia el sistema y la atención primaria especialmente ya estaban tocados: contratos de un mes, o como mucho trimestrales, encadenados durante varios años seguidos. Pienso en las generaciones de trabajadores de la salud pública que nos precedieron y les veo ilusionados en lo que hacían, creían en esa utopía. Hoy estamos agotados. Todos. Los que están a punto de jubilarse y los más jóvenes. 

No somos héroes, pero merecemos respeto. No necesito aplausos, necesito un salario y, sobre todo, unas condiciones dignas, con tiempo para dedicar a los pacientes más frágiles

En Andalucía amortizan jubilaciones. Llevan años gestionando la miseria para dejar las plantillas al mínimo posible. La gente se marcha de sus puestos de trabajo por estrés, ansiedad, depresión o en busca de mejores condiciones. Despidieron a miles de personas que habían contratado para ayudar en las primeras olas y se fueron a otras comunidades donde les ofrecían contratos por tres o seis meses, como el País Vasco. No tienen justificación para seguir contratando mes a mes. Hacemos nuestro trabajo y no nos lo agradece ni la institución ni la gente. Aunque la mayoría de los pacientes nos apoyan, basta con que haya dos que muestren su hartazgo para que nos duela. 

No somos héroes, pero merecemos respeto. No necesito aplausos, necesito un salario y, sobre todo, unas condiciones dignas, con tiempo para dedicar a los pacientes más frágiles. Ahora mismo estamos desbordados, agobiados, tristes y enfadados. Nos resignamos porque nadie hace nada para que podamos atender en condiciones. Me dedico a la burocracia, no a atender pacientes. Es muy frustrante para nosotros no poder dedicarles el tiempo suficiente a los pacientes que más lo necesitan mientras nos abruman con trabajo burocrático, como la gestión de las bajas laborales“.  

Berta Herranz, médica en atención primaria (Madrid)

“Es que ahora solo vemos papeles... El trabajo que hacemos no lo vemos útil ni importante y nos impide ver a pacientes que lo necesitan. Me entristece mucho que, además, nos insulten por no dar una atención como se merecen. Porque es lo que queremos hacer: tratar a los pacientes. Y necesitamos a la gente para que todo cambie. Es verdad que aquí, en Vallecas, hay un movimiento vecinal fuerte que nos apoya. Pero mi consulta está al lado de administración y hay gritos todas las tardes contra quienes están al otro lado del mostrador. Que no tienen la culpa. Es una guerra diaria y eso desanima mucho. Llevamos seis olas y todavía hay quien piensa que no hacemos nada.

Me llamo Berta Herranz, empecé la especialidad de familia en 2008 y la terminé en 2012. Soy médica en atención primaria y no sé qué voy a hacer, pero seguramente abandone. Quizás vaya a Urgencias, donde también hay sobrecarga pero al menos haces el trabajo que se supone que tienes que hacer. No como en los centros de salud, que se nos forma para ofrecer prevención, seguimiento y lo que estamos haciendo es similar a un box rápido de Urgencias. Al menos trabajaré en otras condiciones. Pero me he formado aquí y es aquí donde quiero estar.

Estoy cansada de mí misma, de oírme decir todo el rato lo mismo. Llevamos ya dos años así y estoy harta. Estamos agotados. No vemos luz ni esperanza. Esta ola es distinta a las anteriores y es el remate, porque es una ola de papeleo

Atendemos cinco minutos y seguimos, cortas la emoción para sobrevivir. Tratas de desvincularte de los problemas para no caer, porque no podemos faltar. Quienes no soportan hacer las cosas así, piden el traslado. Nadie está satisfecho en estos momentos en su puesto. 

Estoy cansada de mí misma, de oírme decir todo el rato lo mismo. Llevamos ya dos años así y estoy harta. Estamos agotados. No vemos luz ni esperanza. Esta ola es distinta a las anteriores y es el remate, porque es una ola de papeleo. Sólo hacemos trabajo administrativo porque así nos lo han encargado: tenemos que dar una baja por teléfono, dar fe de que un paciente se ha hecho un test y ha dado positivo... es absurdo“. 

Esteban Requena, médico de familia (Huércal-Overa, Almería)

“¿Qué qué tal estamos? No estamos ni chispa bien. La sexta ola sólo ha sacado a la luz las miserias que arrastrábamos y no hemos arreglado. Pero hace mucho que los jefes no nos preguntan cómo estamos. Soy Esteban Requena, trabajo en la sanidad pública en Almería desde hace más de 20 años, soy médico de familia y disfruto mucho atendiendo pacientes. Pero apenas existen ya esas mañanas en las que trato a pacientes y vuelvo a casa satisfecho y contento. Ahora nos quieren para hacer labores administrativas. Cualquier papel administrativo tiene que pasar por nosotros, los médicos de familia.

La sexta ola sólo ha sacado a la luz las miserias que arrastrábamos y no hemos arreglado. Mi problema no es la desilusión, lo mío es el rabia. Es la mejor profesión del mundo y me está provocando malestar. ¿Cómo es posible?

Cuentan una anécdota en un centro de Málaga, no sé si es verdad pero me la creo, en la que una pareja de chinos llega a la ventanilla y preguntan algo en inglés. Allí nadie sabía inglés y terminan dándoles una cita con el médico de cabecera. Sólo preguntaban por una dirección. Me lo creo porque esa es la imagen del médico de cabecera: está para todo, para lo que sea. 

Estamos enfermando por el modelo de trabajo, no por el trabajo en sí. No está bien cómo nos hacen trabajar. Yo llego a casa y trato de hacer que el trabajo no sea el centro, pero llego cansado e irascible. Es difícil levantarte todos los días y empezar con ganas. La ansiedad nos desborda. Mi problema no es la desilusión, lo mío es el rabia. Es la mejor profesión del mundo y me está provocando malestar. ¿Cómo es posible? Tampoco quiero pensar a largo plazo porque la perspectiva de los médicos de familia es horrible... quizá en la España vaciada podamos atender y ejercer como médicos de familia“. 

Rocío (nombre ficticio), enfermera de Urgencias (Murcia)

“Prefiero que no sepas mi nombre real, ni dónde trabajo. Este hospital es muy pequeño y no quiero líos. Pero quiero que sepas que después de dos años estamos agotadas psicológicamente. Es decir, después de cada guardia me llaman porque he estado en contacto estrecho con pacientes y compañeros Covid positivos. Una vez los rastreadores lo detectan te piden una PCR diez días después del contacto y mientras tanto tengo que seguir trabajando, pero no puedo acercarme a mi familia. Por miedo, claro. No me pueden dar un beso o un abrazo.

Amo mi trabajo, pero me siento desprotegida. Y muy sola. No me atrevo a tener vida y estoy con angustia continuamente. Después de una guardia de 12 horas llego a casa con el miedo de contagiar a mi familia. Y por amor me alejo de ellos.

Nada. Es una angustia. Me llaman todos los días para informarme de un contacto directo, aunque para trabajar nunca hay problemas. 

Amo mi trabajo, pero me siento desprotegida. Y muy sola. No me atrevo a tener vida y estoy con angustia continuamente. Después de una guardia de 12 horas llego a casa con el miedo de contagiar a mi familia. Y por amor me alejo de ellos. Mis hijos adolescentes serán la generación del desapego, porque no podemos darles amor si somos responsables con nuestro trabajo. Es muy duro lo que ellos también están soportando“.

Marta Carmona, centro de salud mental y atención primaria (Alcalá de Henares, Madrid)

“En atención primaria les veo al límite emocional. Hay trabajadores que no quieren volver, aunque les encanta el servicio. No pueden procesar lo que les está pasando: es un trabajo que les gusta y quieren, pero no pueden hacerlo. Esto causa una gran frustración. Ahora mismo es más problemática la sobrecarga administrativa que la ola en sí misma. No se ha hecho nada para agilizar el procedimiento, seis olas después. Lo que peor están llevando es dejar lo clínico por lo administrativo. Eso es tremendo. 

Soy Marta Carmona, psiquiatra, trabajo en un centro de salud mental y en un centro de atención primaria de Alcalá de Henares y la sensación que tenemos es que el esfuerzo que hemos realizado estos años no ha servido para nada. En la sexta ola estamos repitiendo los mismos problemas y somos los sanitarios los que damos la cara por esas medidas erróneas. Quienes están en primera línea son los que pasan una factura mayor: están expuestos.

Nunca antes vi llorar con tanta frecuencia a alguien en el trabajo. Están extenuados mentalmente, saturados, no pueden hacer bien su trabajo. Con la sensación de que no importa cuánto trabajes porque nunca es suficiente. Así, día tras día

Hay compañeros que en la primera ola dejaron de vivir con sus familias, pero es algo imposible sostener en el tiempo. Estos días están muy agobiados por la sobrecarga de trabajo que provocarán a sus compañeros cuando se reincorporen si enferman... las bajas no se cubren si no son superiores a 15 días. Cuando vuelves a tu puesto tienes un holocausto de trabajo y eso llega a pasar por encima de la preocupación por tu propia salud. Es desconcertante. 

Nunca antes vi llorar con tanta frecuencia a alguien en el trabajo. Están extenuados mentalmente. La última ola está siendo terrible: están saturados, no pueden hacer bien su trabajo y se encuentran con los pacientes enfadados. Trabajamos con la sensación de que no importa cuánto trabajes porque nunca es suficiente. Así, día tras día“. 

Magdalena Arana, trabajadora social (Santa Fé, Granada)

“Me considero una mujer dinámica y entusiasta a la que le encanta su trabajo. Y no puedo más. Estoy pensando en jubilarme cuanto antes, porque incluso el ambiente entre nosotros se ha debilitado. Creo que es el cansancio que arrastramos de estos dos años. Los domingos, el día antes de volver al centro, me despierto sobresaltada por lo que se viene el lunes. Estamos desesperados, no atendemos como debemos. Los usuarios también están cansados, pero nosotros, además, acumulamos desencanto. Los trabajadores nos encontramos en el medio, entre el sistema y los usuarios.

Trabajo en la sanidad pública desde 1986 y nunca había visto algo igual. No estoy deprimida, estoy harta. Esperábamos estar en otro lugar después de dos años y, después de todo lo sufrido, estamos en el mismo sitio.

Me llamo Magdalena Arana, trabajo en la sanidad pública desde 1986 y nunca había visto algo igual. No estoy deprimida, estoy harta. Esperábamos estar en otro lugar después de dos años y, después de todo lo sufrido, estamos en el mismo sitio. Nos hemos mantenido bien durante el confinamiento y el resto de olas, pero ahora ha salido la desilusión porque no vemos claridad en el futuro. No tengo ganas de oír a nadie, cuando llego a casa necesito olvidarme del mundo un rato. Abro un libro y me concentro en la lectura“.

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